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Felicidades a quienes, madres o no, luchan a diario por su libertad y autonomía.

 

Una de las celebraciones que más detesto es el Día de las Madres. Aun así, sucumbo y aplaudo a mi hija cuando baila graciosamente en el festival escolar y me emociono con las primeras letras de mi hijo simulando un “Te amo, mamá” enmarcadas en un portarretrato hecho con material reciclado, y es que soy feminista, no perfecta.

 

La mercadotecnia que envuelve el Día de las Madres es ofensiva e indignante porque lo que hace es reproducir los estereotipos de género, sexistas y opresores que contribuyen a la situación de desventaja en que vive la mayoría de las mujeres de este planeta, especialmente las madres de familia.

 

De inicio, al existir un día específico para celebrar a las madres, las hijas y los hijos tenemos la pauta para olvidarnos el resto del año de quien nos parió y/o formó hasta que salimos del hogar –aunque algunxs ahí siguen “mamando chichi”, como decimos en mi pueblo-, y con olvidar me refiero a pasar por alto el pequeño detalle de tratarla como una ser humana y, sí, también al abandono en todas sus modalidades.

 

La mamá de todxs nosotrxs, ya sea por lazo sanguíneo o crianza, es antes que todo una mujer, y ser mujer en este sistema patriarcal es una hazaña, un trabajo mal pagado que nos esforzamos por disfrutar y transformar.

 

Ser mujer es tan placentero como agotador ante un incuantificable número de desventajas heredadas por el patriarcado. Desde que ponemos un pie en el piso, las mujeres ya tenemos encima el estrés de pensar en salir a la calle y cómo vestirnos para que los estúpidos machistas que topamos no vayan a empezar con su complejo de entrenador de perros; para evitar las miradas que incomodan, las frases asquerosas disfrazadas de piropos o halago, para no ser candidatas a una violación o asesinato.

 

Pero la realidad es que no es la ropa ni nuestro cuerpo lo que nos pone en riesgo, es el machismo, pero, aun así, seguimos siendo precavidas porque es imposible no salir a la calle con miedo.

 

Incluso muchas no tienen que salir a la calle para sentir miedo: en sus propios hogares tienen el infierno de ser mujer en una sociedad misógina. Esposos, novios, hijos, hermanos o familiares violentadores que exigen con mucha seguridad que se les sirva -y bien-, que se les obedezca, ame y soporte como cualquier objeto dispuesto a satisfacer a cambio de nada.

 

¿Ya llegamos al trabajo? Tal vez al mercado, al centro educativo, a donde sea que lleguemos, la preocupación constante es la responsabilidad de administrar el dinero propio o el aportado por otro miembro de la familia; siempre es poco, siempre hay que hacer magia y estirar el presupuesto para que rinda. Y es que las mujeres ganamos en cualquier parte mucho menos que los varones por el mismo y mayor trabajo. Solo por cuestión de género.

 

Superando lo de la economía que venimos sosteniendo desde hace siglos, las mujeres en todo espacio tenemos el doble e irónico reto de ser visibles para nuestro beneficio e invisibles para evitar ser violentadas, porque el sistema patriarcal voltea la mirada a nosotras si de opresión se trata, si obedecemos y somos buenas, perfectas, sumisas y damos amor sin importar si este acto es recíproco, pero nos ignora si alzamos la voz para exigir derechos, equidad, justicia. Nos ignoran y luego, cuando pensamos que jamás seremos tomadas en cuenta, nos ve de pronto y nos violentan. ¡Magia!

 

Bueno, pues, a esta forma de vivir el ser mujer -que es solo un esbozo de la realidad cotidiana, para algunas peor que para otras- se le agrega el aro de luz y santidad que le colgamos a las madres en su día, el resto de los días son menos, casi esclavas que por amor soportan todo y que, además, son las únicas culpables (según los machistas) de que las personas seamos buenas o malas.

 

Y qué tal para mentar madres: excluyendo a nuestra madrecita santa, nos atribuimos el derecho de insultar a alguien recalcándole el mal papel que hizo su chingada, puta o pinche madre. Y, aun así, nos desbordamos hasta las lágrimas para festejar cada 10 de mayo a la mami. Es de risa.

 

Las madres somos-son mujeres desde su nacimiento hasta que dejan de respirar. Y, mientras como seres humanxs no contribuyamos para que los derechos de ese género se cumplan en su totalidad y en todo el universo, seguiremos siendo una bola humana de hipócritas y egoístas que piensan que querer a su madre o a la madre de alguien es festejarle la existencia un día al año o en su cumpleaños o cuando tienen problemas y recurren a ella.

 

Un portazo en la cara les deberían dar por incongruentes y cínicxs.

 

Las madres queremos ser celebradas todos los días, vivir libres de violencia machista, trabajar en la casa o fuera de ella y que se nos pague lo justo, no ser discriminadas por haber elegido criar a lxs hijxs solas, relacionarnos libremente con cualquier persona sin ser catalogadas como fáciles o putas, vivir en un hogar en el que todxs tengan una responsabilidad y tareas para que el trabajo esté equitativamente reproducido, contar con servicios médicos y una pensión vitalicia proporcionada por el Estado.

 

Y ya de último, y es por donde debemos comenzar todas las mujeres, queremos el derecho a decidir por nosotras mismas si queremos o no ser madres. Cuando nosotras decidamos, cuantas veces decidamos, a la edad que decidamos y no ser juzgadas ni violentadas por eso.

 

Las madres no nacimos madres, nacimos mujeres, seres libres, pensantes y con derechos universales, y desde ahí queremos ser visibles. Siempre.

Mi amoroso aporte a los 365 Días de la Madre y de la No Madre

Cinthya Vasconcelos Moctezuma

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