Era el mes de abril de 1998, como las 10 o las 11 de la noche. Ya me había acostado dispuesto a dormirme cuando el ruido de los vehículos que pasaban cerca de la casa de mi abuela y los murmullos de los vecinos interrumpieron mi sueño. Mi madre me pidió que me levantara inmediatamente sin darme mayor explicación de lo que sucedía. Al levantarme, solo recuerdo haber escuchado las palabras de mis vecinos que decían que había mucha gente concentrada en el parque municipal porque era el lugar más seguro en caso de una invasión.
Todavía sin comprender lo que sucedía, el terror comenzó a invadirme, más aun cuando vi a varios hombres armados pasar por las calles; sin embargo, lo que marcó la pauta en ese momento fue el anuncio de don Alfredo López, usando su altavoz, quien, en repetidas ocasiones, dirigió un mensaje a la población ixhuateca; no recuerdo con exactitud la totalidad del anuncio, pero lo que se me quedó grabado fue la frase: “¡Ahí vienen los huaves!”. En poco tiempo, todos corrimos al parque municipal; en el camino, vi rostros de preocupación y desconcierto, la mayoría de la gente corría sin saber lo que ocurría exactamente.
Al llegar al parque, el escenario fue peor: cientos de personas, por no decir que miles, se habían instalado, algunos incluso llevaron sus utensilios de cocina y leña para poder construir una fogata y hacer café. Había de todo, desde los bebés en brazos de madres desconcertadas hasta los más viejos; ese día, hasta los perros no se quedaron en casa. Se escuchaban rumores exagerados, pero que causaban mucho miedo entre la población, como de que los huaves ya habían ocupado la secundaria Alfonso Luis Herrera o hasta los que se atrevieron a decir que los mareños portaban antorchas, machetes y rifles y se encontraban listos para cruzar el río Ostuta y atacar a los pobladores de Ixhuatán.
Después de esa noche, nada volvió a ser igual en Ixhuatán, al menos para los que vivimos los horrores del conflicto agrario por primera vez. Esa noche, los niños no entendíamos por qué nuestros padres y abuelos peleaban, en ese momento no entendíamos el porqué de la violencia ni de la actitud xenofóbica hacia los mareños -como así los llamaban algunos despectivamente-, más cuando se trataba de pueblos vecinos, yuxtapuestos por lazos sanguíneos complejos.
A más de 15 años de ese episodio amargo en la historia de Ixhuatán, seguimos padeciendo los efectos del conflicto agrario que inició con el decreto presidencial de Luis Echeverría, pero que no se ha podido resolver hasta ahora. Parece que es un conflicto eterno donde las partes involucradas no se han podido poner de acuerdo, con subdivisiones en el interior de cada uno de los pueblos en función de intereses partidistas, familiares, económicos y hasta religiosos.
Esperemos que, esta vez, los dos pueblos sean capaces de utilizar el diálogo y la negociación como instrumentos que permitan concretar acuerdos por el bien de ambas sociedades. Es claro que el conflicto agrario requiere la intervención de un tribunal agrario que, quizás, pueda basarse en la jurisprudencia obtenida en los conflictos que se han podido resolver en otras partes, pero también esperemos que su actuación sea en pro de la justicia social y que pueda brindar una resolución ad hoc a las necesidades de ambas comunidades.
No podemos analizar el conflicto agrario como un juego de suma cero donde la regla sea ganar o perder; seamos capaces de demostrar que hemos madurado como comunidad y que estos años de tregua no han sido en vano. Aun cuando se pueda dictar una sentencia judicial definitiva al conflicto, este no se resolverá si no hay voluntad de ambas partes.
La experiencia en los conflictos entre comunidades o países nos dice que la vía legal es una condición necesaria pero no suficiente para solucionar los problemas, pues es indispensable la reconciliación y la capacidad de diálogo entre las partes. A lo largo de la historia podemos observar que, cuando los conflictos solo se resuelven por la vía legal, sin tomar en cuenta la voluntad de los pueblos, solo se crea inestabilidad, revanchismos y rivalidades que no permiten el progreso. Ahí está el ejemplo del conflicto árabe-israelí, que, aun con la resolución 181 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas desde 1947, el conflicto, lejos de mejorar, ha empeorado.
Por el bien de ambas comunidades, hoy tenemos que abrir foros de diálogo para evitar derramamientos de sangre. Es momento de aprovechar la coyuntura política de tener dos diputados ixhuatecos en el Congreso estatal y un Presidente Municipal que parece contar con un amplio apoyo popular. Ojalá que puedan hacer converger su deseo por la paz y la prosperidad de Ixhuatán para que no se vuelvan a repetir ocasiones vergonzosas y aterradoras como las que se vivieron en 1998.