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27/6/2015

 

Hace apenas unos días, el escritor y filósofo Umberto Eco ha vuelto a levantar la voz y nos ha advertido de la creciente invasión de imbéciles en las redes sociales. Filoso cual es, ha censurado su propagación ya sin recato alguno, es decir, sin decoro, orden ni nombre. Su declaración al diario italiano La Stampa (10/06/2015) hace honor a su marmórea existencia y obra. Detengámonos en la frase de marras: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”.

 

Reverberan los ecos del ídem. Se trata de uno de los semiólogos más importantes de estos tiempos, lo que se debe entender que sabe de las resonancias de sus palabras, que son signos y son acciones. Con ello quiero decir que, cuando habla de “idiotas”, es consciente de la repercusión de englobar no a uno, sino a varios (igual podrían ser muchos) imbéciles en una sola oración. Ya el uso de “legiones” todavía nos refiere más a una idea de compromiso, quizá monacal o no, pero sí de congregados en un grupúsculo con un mínimo de principios y, al menos, una causa común aunque esta sea sólo para permanecer idiotas hasta el final. Las legiones se han constituido para eso: servirse de sí, enorgullecerse de sí y atacar al enemigo llegado el caso y destruirlo casi al unísono. De lo contrario no serían legión. Como italiano, a la mejor Eco dibujó y recordó a la célebre Legio II Augusta, que combatió contra Marco Antonio en la batalla de Perusia en aquel remoto año de 41 a. C.

 

Cosa distinta es cuando nos habla de los recintos exclusivos para el deguste y expansión de la idiotez como lo son, para él, los bares. Eco sostiene que antes ahí se decían idioteces después de tomar “un vaso de vino”, pero hasta ahí quedaban sus resonancias. La idiotez, pues, no traspasaba las paredes de una cantina. Lo que, según Eco, esos diques protegían a la comunidad. Ahora, con las redes sociales es distinto: no hay muro capaz de detenerlas. La comunidad, siguiendo a los ecos de Umberto, está desprotegida, violentada. Sobre el derecho de igualdad para hablar que han de tener tanto un Nobel como un idiota común, eso ya es de otro nivel. Quizá la prepotencia, sesudez y soberbia con que cada uno va por la vida las puedan explicar mejor otras ciencias. No olvidar a la etología o la astrología, que se aplican para entender el comportamiento humano a través del lugar y el medio natural en el que se nace y encuentra. De estos saberes hoy conocemos, por ejemplo, que son fríos y distantes los nórdicos porque frío y distante es su entorno. O de parsimoniosos y cálidos los nacidos en climas plomizos por soleados. Qué decir de los nacidos con el signo escorpión: a saber, apasionados, vengativos e infieles por naturaleza (en San Francisco Ixhuatán, me informan, predomina el clima caluroso). En todo caso, yo pienso que las idioteces andan sueltas desde tiempos inmemoriales y han sido tan libres e impunes como ahora. Me detengo un segundo: porque aquí es muy seguro que alguien recuerde que no habría idioteces sin un seguro idiota. Lo que en la ciencia de la comunicación se denomina “el emisor”. Y, si nos remontamos a la experiencia histórica, ya habremos caído que más de uno de ellos incluso nos ha gobernado. Otros, menos ambiciosos, estamos aquí en las redes.

 

Como ya se ha dicho: las redes sociales democratizan en medida que todos (o casi todos) y por igual (o casi por igual) nos permitimos expresarnos a través de esa plataforma de comunicación digital, lo que ha convertido a la redes en vehículos de difusión e intercambio de información y opiniones abiertas y sin control de todo tipo de verdades, pero también de mentiras e insensateces. Nuevamente aquí, Umberto Eco nos ha advertido del peligro que implica la emisión de mensajes no sólo falsos, sino encubiertos en el anonimato. Parece, efectivamente, que la comunidad se dirige hacia la idiotez general. De esos imbéciles sin decoro, orden y nombre. No es nueva esta valoración respecto a los medios masivos hecha por Eco. De la televisión, por ejemplo, ha sentenciado que promueve al “tonto del pueblo, con el cual el espectador se siente superior”. Ahora dice que el mayor drama de internet “es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Es probable que de ahí sugiera el desequilibrio existente entre el derecho de hablar de un sesudo ganador del Nobel a cualquier idiota de vecino. En la invasión de las legiones en las redes, parece que la lucha no se trata sólo de a quién o a quiénes les asiste la verdad (que esa labor es tarea que debe discernir cada idiota en solitario en tanto no haya algún tipo de control desde las redes mismas), sino quién o quiénes la defienden mejor. Ahí las legiones están en franco combate. Según el ánimo de Eco, las legiones de idiotas están en franca ventaja o, al menos, su invasión se antoja mayoritaria y coercitiva con tal poder de manipulación que ya vulnera y pone en peligro a la comunidad. Si recordamos, en la cantina las idioteces no pasaban de su propio eco en esos recintos. Pero, en la comunidad de redes, su expansión es mayúscula. Peligrosa por cuanto de embrutecimiento lleva. Si es verdad lo que pensaba Voltaire de la idiotez, este estaría en sintonía con Eco al definirla como una enfermedad extraordinaria donde quien la padece no es el que la sufre, sino los demás.

 

Con todo, aseguraría que Eco lo sabe: si algo nos unifica a los idiotas es que hemos caído en la inteligencia que nos conocemos tan bien como para temernos. Hay motivos suficientes para compartir la angustia de Eco. Ejemplos de mensajes (en tuits y Face a la cabeza de todas) se multiplican sin el menor pudor con todo tipo de significantes y signos idiotas, procaces, ridículos, con rabia, odio, frívolos y demás excrecencias del alma y, además, con alcance mundial. En segundos, sus ecos acaban con prestigios enteros o levantan nuevas leyendas y mitos. Somos veloces, pues, con nuestras idioteces. Y lo mismo vale para las páginas web, blogs, colectivos, quimeras y demás espacios abiertos y expuestos en la internet. Aquí, la invasión de los imbéciles es también pródiga. A esa plataforma de comunicación no le faltan los idiotas que ya la dibujan como elemento propio de códigos informativos cuando apenas alcanzan la distinción de difusores. Esa plataforma anda idiota: el canal, imbécil, se siente código y hasta mensaje.

 

En lo personal, me considero un idiota recalcitrante. Mi idiotez es necia, al menos, en cuanto a la defensa de sí misma y de los derechos humanos que de ella emanen. Pero también es democrática en medida que considera por igual a todos los idiotas, lo que no quiere decir que no haya diversidad de idiotas y, por lo tanto, de idioteces. Digamos que soy un federalista de cepa que toma como divisa la “unidad en la diversidad”, pero sin dejar de observar y valorar las variadas y aleccionadoras idioteces que en su seno se emiten y difunden. Por eso elijo, de entre todas las idioteces, a la que más le asiste la razón. Me refiero a desarrollar ese inteligente ejercicio del raciocinio. Algunos dicen que ese mecanismo es lo que empuja el sentido de sobrevivencia de cualquier imbécil que reniega de su naturaleza primera, es decir, de su origen idiota. Por tanto, pensar. Por tanto, buscar y alcanzar el conocimiento es un objetivo. Porque el conocimiento es, lo aceptemos o no, el enemigo común y más peligroso de la idiotez. El raciocinio también conduce a la libertad, al menos la libertad de elegir. La comunidad de la redes debería proponerse lo mismo, me atrevo a razonar. Porque, cuando alcancen ese estadio, es muy probable que legiones enteras nos autodestruyamos.

 

*Periodista mexicano que se ha desempeñado en medios nacionales como Reforma, El Universal y Milenio. Ha sido colaborador en el diario español El País y es autor de los libros "Voces desechables: El sainete nacional en las frases de sus protagonistas" y "Homofobia".

Es conductor del programa de entrevistas Tragaluz y la mesa de debate Tejemaneje. En 2013 obtuvo el IX Premio Nacional Rostros de la Discriminación "Gilberto Rincón Gallardo", mientras que en 2003 fue el primer lugar en el concurso de la fundación Friedrich Ebert de Alemania por el perfil-entrevista que le realizó al entonces alcalde de Berlín, Klaus Wowereir.

Alegatos entre imbéciles

Fernando del Collado*

Tomada de la cuenta de Twitter de Tragaluz

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