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En el principio fue la luz.

Libro del Génesis

 

Yuval Noah Harari, autor del espléndido libro “De animales a dioses”, quizá no le suene conocido, menos que sea ateo e israelita, todo eso junto a que suma a su irreverencia, la provocación intelectual. Inicia su relato así: “Hace unos 13 mil 500 millones de años, materia, energía, tiempo y espacio tuvieron su origen en lo que se conoce como el big bang. El relato de estas características fundamentales de nuestro universo se llama física. Unos 300 mil años después de su aparición, materia y energía empezaron a conglutinarse en estructuras complejas, llamadas átomos, que después se combinaron en moléculas.

 

“El relato de los átomos, las moléculas y sus interacciones se llama química. Hace unos tres mil 800 millones de años, en un planeta llamado Tierra, determinadas moléculas se combinaron para formar estructuras particularmente grandes e intrincadas llamadas organismos. El relato de los organismos se llama biología. Hace 70 mil años, organismos pertenecientes a la especie Homo sapiens empezaron a formar estructuras más complejas llamadas culturas. El desarrollo subsiguiente de estas culturas humanas se llama historia.”

 

¿Qué plantea este hombre provocador? Pues nada, que nos devuelve a nuestra egoísta memoria el relato de los muchos humanos que han poblado la Tierra. Nos machaca que el género Homos tuvo muchos descendientes, y entre ellos nosotros, esos que hoy nos dimos llamar Homo sapiens (hombre que piensa, ¡qué cabrona soberbia!), y a los demás les dimos nombre de los lugares donde encontramos sus restos, al resto de la familia a la que nos negamos reconocer. Inventamos hasta dioses para justificar que nuestro origen es divino y no el cuerno de África donde se ubica hoy Etiopía. Otra soberbia de especie.

 

La obra está dividida en cuatro partes. La primera relata sobre los orígenes del mundo (campo para la física, la química y la biología, como bien dice en su primer relato), con la aparición sobre la Tierra del género Homo, con su evolución hasta llegar al triunfo del Homo sapiens sobre otras especies humanas (que quedaron extinguidas) y aniquiló a animales como la megafauna de Australia cuando llegó en canoas frágiles y las especies locales miraron a ese mono flacucho y débil como no peligroso y les fue como les fue (a la aniquilación de muchas de las cuales contribuyó de forma efectiva como el mayor asesino serial de la Tierra). Mientras, se producía una "revolución cognitiva" con la creación de un lenguaje ficcional como fundamento de su superioridad (el punto "en el que la historia declaró su independencia de la biología"). Algo de ello ya lo había relatado Federico Engels, y su libro, como el resto del marxismo, fue fundido en el menosprecio intelectual y cobra vigencia con esta obra.

 

Cito a Yuval: “También Homo sapiens pertenece a una familia. Este hecho banal ha sido uno de los secretos más bien guardados de la historia. Durante mucho tiempo, Homo sapiens prefirió considerarse separado de los animales, un huérfano carente de familia, sin hermanos ni primos y, más importante, sin padres. Pero esto no es así. Nos guste o no, somos miembros de una familia grande y particularmente ruidosa: la de los grandes simios.

 

“Nuestros parientes vivos más próximos incluyen a los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. Los chimpancés son los más próximos. Hace exactamente seis millones de años, una única hembra de simio tuvo dos hijas. Una se convirtió en el ancestro de todos los chimpancés, la otra es nuestra propia abuela.

 

“Los humanos evolucionaron por primera vez en África oriental hace unos 2.5 millones de años, a partir de un género anterior de simios llamado Australopithecus, que significa ‘simio austral’. Hace unos dos millones de años, algunos de estos hombres y mujeres arcaicos dejaron su tierra natal para desplazarse a través de extensas áreas del norte de África, Europa y Asia e instalarse en ellas.

 

“Puesto que la supervivencia en los bosques nevados de Europa septentrional requería rasgos diferentes que los necesarios para permanecer vivo en las vaporosas junglas de Indonesia, las poblaciones humanas evolucionaron en direcciones diferentes. El resultado fueron varias especies distintas, a cada una de las cuales los científicos han asignado un pomposo nombre en latín.

 

“Los humanos en Europa y Asia occidental evolucionaron en Homo neanderthalensis (‘hombre del valle del Neander’), a los que de manera popular se hace referencia simplemente como ‘neandertales’. Los neandertales, más corpulentos y musculosos que nosotros, sapiens, estaban bien adaptados al clima frío de la Eurasia occidental de la época de las glaciaciones. Las regiones más orientales de Asia estaban pobladas por Homo erectus, ‘hombre erguido’, que sobrevivió allí durante cerca de dos millones de años, lo que hace de ella la especie humana más duradera de todas.

 

“Es improbable que este récord sea batido incluso por nuestra propia especie. Es dudoso que Homo sapiens esté aquí todavía dentro de mil años, de manera que dos millones de años quedan realmente fuera de nuestras posibilidades”.

 

En la segunda parte, Yuval Noah trata de la revolución neolítica o “revolución agrícola”, es decir, ese momento que transformó la sociedad de cazadores-recolectores nómadas en otra de agricultores y pastores sedentarios, hace unos 10.000 años. Ahora bien, este escalón del progreso humano se complementó con la aparición de organizaciones complejas para ordenar la producción y la distribución de los acrecentados bienes, lo que conllevó inevitablemente la jerarquización de los grupos.

 

¿Le suena a “El origen de la propiedad privada, la familia y el Estado”? Pues aquí agarra vigencia, como le vengo diciendo. Continúo con el relato del libro y dejo la emoción de la cita marxista: “De tal  modo que las clases superiores (reyes, sacerdotes, administradores, grandes propietarios) tendieron a la discriminación y la opresión de las masas de trabajadores”.

 

Noah Harari abre un espacio para el estudio del patriarcado, es decir, del predominio del hombre sobre la mujer, que las sucesivas ideologías han tratado de legitimar como el “orden natural de las cosas”, que ni es orden ni es natural, sino una forma más del dominio histórico de los grupos más poderosos sobre los más débiles. Esto es algo que las antropólogas feministas ya han dado cuenta, como Celia Amorós y Teresita de Barbieri (http://goo.gl/HtJHiQ).

 

La tercera parte ya nos ubica en la edad moderna (entiéndase del siglo XVI a la fecha), al periodo de la primera globalización y de la aparición de los grandes imperios mundiales, como el español o el británico. Imperios que tienen su base en la ambición, es decir, en el dinero, por mucho que se disimule bajo la capa de la "pesada carga del hombre blanco de evangelizar, de civilizar o de democratizar a otros pueblos”, basura ideológica que hasta hoy perdura para apropiarse de los recursos de los pueblos pobres.

 

Aquí entra un discurso riquísimo en cuanto a recursos teóricos sobre el papel de las religiones, entre unos recursos de apología en cuanto a politeísmos (que lleva una abundante dosis de tolerancia) y se manifiesta contra los fanatismos de los monoteísmos (por razones obvias insiste mucho en el cristianismo y el islam que en el judaísmo, le gana el origen, pues) y sus productos más destacados: la intolerancia para los que no acepten su verdad única, los antagonismos internos, las guerras santas (cruzadas y yihads). Con algún ejemplo verificable: los emperadores romanos mandaron menos cristianos a los leones en tres siglos que los cristianos a otros cristianos a la muerte en solo 24 horas, las del día de San Bartolomé, tan celebrado por los (supuestamente caritativos) magnates católicos, incluyendo el Papa de Roma (incluye al argentino Francisco).

 

El último apartado se dedica a la "revolución científica". Ya en los tiempos actuales, aunque es muy laxo en cuanto a las fronteras de tiempo para ello, le permite hacerse cargo igualmente de los grandes avances tecnológicos, desde los generados por la Revolución Industrial hasta los más recientes de la ingeniería genética, como la recreación de un cerebro humano dentro de un ordenador o la búsqueda, si no de la inmortalidad, sí al menos de la “amortalidad” implícita en el Proyecto Gilgamesh y otras posibilidades abiertas a los modernos Frankensteins.

 

También de las limitaciones del poder del hombre, que acelera el deterioro climático, que agrede a su propio hábitat (negado por sectores conservadores y depredatorios de los países capitalistas hasta hoy en día), que se obsesiona por las cifras de la macroeconomía (tan socorridas hoy para vender candidaturas o sentenciar buenos o malos países), pero al mismo tiempo se despreocupa de la felicidad cotidiana de millones de individuos. También nos da una bofetada por la minimización de los conflictos bélicos actuales (máxime estando Gaza tan cerca para él); sinembargo, no se puede tener todo en la vida, especialmente si se trata de ensayo, resulta original y provocativo en numerosos aspectos y propone muchas cuestiones dignas de meditación. Lo más sugestivo es quizá su relativismo que descolla todo atisbo de verdades absolutas suplidas por meras convenciones y su ateísmo implícito que está por demás decir que es de sumo una delicia intelectual: todas las religiones son meras ficciones, la naturaleza es el reino de la crueldad y no de la ética, "la belleza de la teoría evolutiva de Darwin es que no necesita suponer la existencia de un diseñador inteligente", vaya parábola por demás sensacional.

 

Para cerrar con las provocaciones de Yuval, lo cito: “Otro rasgo humano singular es que andamos erectos sobre dos piernas. Al ponerse de pie es más fácil examinar la sabana en busca de presas o de enemigos, y los brazos que son innecesarios para la locomoción quedan libres para otros propósitos, como lanzar piedras o hacer señales. Cuantas más cosas podían hacer con las manos, más éxito tenían sus dueños, de modo que la presión evolutiva produjo una concentración creciente de nervios y de músculos finamente ajustados en las palmas y los dedos. Como resultado, los humanos pueden realizar tareas muy intrincadas con las manos. En particular, puede producir y usar utensilios sofisticados.

 

“Los primeros indicios de producción de utensilios datan de hace unos 2.5 millones de años, y la fabricación y uso de útiles son los criterios por los que los arqueólogos reconocen a los humanos antiguos. Pero andar erguido tiene su lado negativo. El esqueleto de nuestros antepasados primates se desarrolló durante millones de años para sostener a un animal que andaba a cuatro patas y tenía una cabeza relativamente pequeña. Adaptarse a una posición erguida era todo un reto, especialmente cuando el andamiaje tenía que soportar un cráneo muy grande. La humanidad pagó por su visión descollante y por sus manos industriosas con dolores de espalda y tortícolis. Las mujeres pagaron más. Una andadura erecta requería caderas más estrechas, lo que redujo el canal del parto”.

 

Vale, pues, una lectura a su obra, que hoy es un ensayo, pero de rica lectura para los que compartimos sus ideas.

De los animales que se convirtieron en dioses. Una provocación atea y filosófica en voz de Yuval Noah Harari

Joselito Luna Aquino

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