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Las condiciones climáticas en Ixhuatán no son todo lo buenas que uno deseara debido a las escasas lluvias habidas, que, a decir de los expertos, se debe al cambio climático, específicamente al fenómeno del niño, lo que hace recordar a los muy viejos la sequía del año 1940. Como consecuencia hay escasez en todo tipo de cosechas, lo cual trae aparejado una merma en dinero y la caída en las ventas en todo género de negocios y, por ende, una crisis económica que, así algunos digan estar acostumbrados a ella, no lo creo, ya que nadie se acostumbra a estar jodido.

 

Aunque la expresión “hacer el agosto” o “hacer su agosto” signifique tiempo de recolección de cosechas o hacer buen negocio, en Ixhuatán no solo es el mes de los más intensos calores (canícula) y escasez de lluvias, sino el tiempo en que se padecen grandes necesidades, tantas que existió un viejo dicho para retratarlo: “En agosto por tanta necesidad hasta el santo se piensa vender”. Y eso que en aquellos años una escultura religiosa era considerada sagrada y muy venerada.

 

Ahora como antaño, una vez agotadas las alhajas y los animales propios o ajenos, se empeñan las escrituras –a veces duplicadas o triplicadas– de alguna propiedad: solar, potrero o casa. El televisor no se vende. Los préstamos a la palabra son solo historia de mejores tiempos. El santo tampoco se vende, ya que no todos son ahora católicos.

 

No obstante la existencia endémica del robo de poca monta, en el pueblo se disfruta de relativa paz, lo cual se agradece. Por  eso y por las redes de amistad y parentesco que se tiene la gente no se queja tanto de la necesidad imperante. Puestos en la balanza, la paz supera a las necesidades, lo mismo que vale más tener salud que poseer preocupaciones por las posesiones, máxime cuando a diario la gente se entera de las mil y una atrocidades ocurridas en muchas partes del país y del mundo.

 

En el pueblo la gente sabe de lo que les ocurre a los docentes de la Sección XXII –quienes viven en la incertidumbre que los obligó a adelantar dos días el inicio del ciclo escolar–, ya que muchos de sus familiares lo son, por lo que los apoyan. También  está enterada de los resultados de la investigación que hizo el secretario de la Función Pública, quien reportó lo que todo el mundo anticipó el mismo día en que fue nombrado para el cargo: la exoneración de su jefe –el presidente de la república–, la esposa de este y el de su secretario de Hacienda en el conflicto de intereses por el que fueron investigados los tres. Sin embargo, no hicieron corajes.

 

Fue en las redes sociales donde muchos manifestaron su rechazo al teatro montado por el gobierno, casualmente un día después de ser nombrado el nuevo presidente nacional del PRI, quien, por cierto, criticó duramente los discursos de odio de sus opositores empleando para ello uno en el mismo tenor.

 

El rechazo fue virulento porque, al día siguiente de hacerse pública la exoneración, Enrique Peña Nieto ofreció una “sincera disculpa” a quienes se sintieron “lastimados e incluso indignados” por el tema de la “casa blanca”, afirmando que estaba “persuadido de que los mexicanos habían perdido la confianza en el gobierno federal, los gobiernos locales y los poderes Legislativo y Judicial (La Jornada), pero sin aceptar responsabilidad alguna, sino adjudicándole a la gente –supongo que por mal pensada– una falsa interpretación de los hechos que, dijo, habían sido apegadas a derecho, sin explicar por qué entonces la casa de la discordia será devuelta no obstante haberse pagado por ella varios millones de pesos en impuestos.

 

Tampoco se dio información sobre otro asunto ligado a dicho conflicto de interés: la licitación –y posterior cancelación– del tren México-Querétaro y el despido de la periodista Carmen Aristegui y de sus colaboradores de MVS Radio como consecuencia de haber dado a conocer las irregularidades de los funcionarios.

 

Y, contrario a lo que había hecho unos días atrás el presidente, cuando la prensa hizo notar que llevaba las calcetas al revés en una carrera –lo que lo obligó a crear la etiqueta #Calcetagate para dizque aclarar algo tan banal–, esta vez no procedió de igual manera para esclarecer asunto tan importante. Con ello evidenció el tipo de persona que es, a menos que todo ello sea interpretado como una puesta en escena, cínica y burlesca.

 

Una vez superado lo de la “casa blanca”, volvió el triunfalismo a Los Pinos (como quien dice, la vida pública en México continuó con su paso firme de corrupción e impunidad). No cabe duda de que le han tomado no solo el pelo a la gente, sino principalmente la medida. A esta hora –a días del tercer informe de Peña Nieto–, el gobierno da la apariencia de tener la sartén por el mango. El lunes se vio a un renovado secretario de Gobernación, en Mérida, sentar cátedra sobre la aplicación del tan cacareado Estado de derecho. No pueden disimular el gozo de lo que ya consideran grandes triunfos: desarticular e inmovilizar a la CNTE, desactivar el movimiento generado con los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, el velo impuesto a lo ocurrido en Tlatlaya y Tanhuato, etcétera. En ese contexto se dieron el lujo de negarle el arresto domiciliario a la maestra Elba Esther Gordillo. Solo les falta emprender una guerra sucia más contra AMLO –el guion ya lo tiene hecho Beltrones–, a quien, por lo pronto, dicen las malas lenguas, le enviaron a Jaime Rodríguez, “El Bronco”; a Ricardo Anaya, y a Vicente Fox. Y eso que todos dicen estar convencidos de que AMLO jamás llegará a ser presidente de México.

 

Al parecer, el presidente Peña Nieto tiene todo a su favor en el último trienio de su gobierno. Cuenta con un presidente del PRI que tiene la encomienda de esconder política y diplomáticamente –con pactos y acuerdos con los legisladores y actores que insisten en llamarse de oposición– todo aquello que afecte la imagen del gobierno. Tendrá un Congreso donde, si lo quiere, contará con mayoría cuantas veces lo requiera. Las reformas estructurales aprobadas solo están en espera de ser activadas en el sentido que el gobierno decida. Todo ello, a pesar de ser el presidente con menor aceptación en la historia. Supongo que eso no les quita el sueño porque saben que con dinero todos los medios que hasta hoy le son fieles a Peña Nieto lograrán revertir tal rechazo.

 

Por otra parte, en el pueblo todos, unos más que otros, están enterados de la devaluación de nuestra moneda. Pero, a pesar de atribuirle al gobierno la situación, no existe pánico entre la gente, como sí lo hubo en el pasado. ¿Será porque entienden los intríngulis del asunto? ¿O porque pensarán que no nos afecta toda vez que no tenemos planes de ir al extranjero? Intuyo que ello se debe no solo a las experiencias tenidas al respecto –lo que nos hizo hasta cierto grado insensibles–, sino a que dicha devaluación hasta el momento no ha impactado en la inflación o carestía. El lunes, el INEGI informó que la inflación acumulada hasta la primera quincena de agosto era de 2.64 %, esto es, dentro de lo esperado para este año.

 

En efecto, en la devaluación de nuestra moneda –que el 24 de agosto cerró en 17.43 pesos por dólar– participan factores externos. Existe en estos momentos una inestabilidad financiera mundial producto de las políticas económicas globales practicadas en los últimos años. Los países ricos que todo el tiempo intentan vivir muy bien, incluso entre el lujo, ven ahora mermados sus ingresos debido a que el comercio se ha frenado. Y, aunque las materias primas –encabezadas por el petróleo– están  baratas, esto hace que ocasionen sacudidas económicas en los países emergentes o en desarrollo, por lo que los ricos no pueden venderles sus productos reelaborados, con lo que se crea un cuello de botella.

 

“¿Qué dice el peso?”, me preguntan algunas personas del pueblo, sonrientes. Qué distinta actitud a la que padecimos en 1976, cuando la moneda dejó su antigua paridad de 12.50 pesos por dólar. La información era entonces catastrofista. Lo mismo ocurrió en la otra devaluación terrible, la de 1982, cuando no tenía mucho de habérsenos dicho que México debía prepararse para administrar la abundancia. En esta, las clases media y baja conocimos otro coco: los capitales golondrinos, que entonces supimos no tenían patria… ni madre.

 

Luego siguieron años de superinflaciones y flotación del peso, que se llenó de ceros, hasta que en 1994 otra vez la crisis –tan conocida pero no por ello no temida, el famoso “error de diciembre”– nos volvió a empobrecer. En ese sexenio priista estuvimos en una situación similar a la que hoy enfrenta Grecia. Pero, como éramos dueños del petróleo, que se vendía muy caro debido a la mucha demanda, pues pudimos ponerlo como aval para los préstamos que nos otorgó USA, el FMI, el Banco Mundial, etcétera. Petróleo que hoy día ya no apalanca la economía y, a pesar de estar en subasta con la reforma energética, nadie lo quiere comprar, al parecer esperan a que se les regale.

 

La megadeuda acumulada por las malas administraciones priistas se fue pagando –con la venta de las empresas paraestatales– al grado de ya no ser hoy tan onerosa para el país. Los 12 años de gobiernos panistas pusieron orden en el gasto público, recaudaron mejor los impuestos y robaron menos. Los robos a la nación, sin embargo, siguieron dándose en la clase política, la empresarial y en cualquier mexicano con ambiciones delincuenciales. En todos estos años hemos vivido tiempos de rescates financieros de empresas diversas mal administradas, como los bancos. Pero aun así se lograron sanear las finanzas públicas al seguir al pie de la letra las recetas de los acreedores y contar con las remesas de nuestros connacionales en USA. Finalmente, el PRI pagó los costos políticos por tanto desastre y perdió la presidencia por 12 años, una eternidad para ellos que lo habían usufructuado por 70.

 

En la crisis financiera mundial de 2008, los mexicanos supimos bien a bien que no todas las devaluaciones o cracs económicos se gestaban en el país. A partir de entonces se supo con certeza que estábamos encadenados a una economía global, que lo que ocurriera en un país lejano tarde o temprano terminaría por afectarnos, máxime si no se hacían las cosas bien. Ya no solo sería esbozar una sonrisa ante nombres como “efecto samba o gaucho”, sino sentir en los bolsillos el efecto dominó, una especie de efecto mariposa financiero. Crisis que, por cierto, dejó mal parado a Agustín Cartens –gobernador desde entonces del Banco de México– cuando dijo que la desaceleración económica de USA en aquel momento solo le provocaría a México un catarrito y no una pulmonía, como solía ocurrir en el pasado.

 

Y no. La neumonía que afectó a USA en 2008 también la padecimos nosotros. Lo bueno fue que Cartens aprendió por lo menos a cerrar la boca –porque inteligente lo es de sobra– antes de hacerse el gracioso. Hoy por hoy es uno de los pilares para que la devaluación del peso –que ronda el 30 % en este gobierno– no se haya traducido en mayor inflación. Y si ahora quisiera hacerse el ocurrente debiera decir lo mismo que en otro momento dijo Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Y ya que hablo del oaxaqueño, la situación coyuntural mundial actual es similar a la que su gobierno tuvo que vivir a partir de 1907 y que fue el principio del fin.

 

Hoy es China –la segunda potencia comercial del mundo– la que ha entrado en otra fase de una crisis que lleva varios años gestándose en dicho país, comunista políticamente pero con economía globalizada. Crisis que se caracteriza por un PIB alto si se le compara con el de los demás países, pero lejos de los que había tenido en los últimos 20 años. Para salvarse ha devaluado su moneda e intervenido con su banco central en la crisis,  con lo que ha estropeado la paridad de muchas monedas en el mundo, entre ellas el peso.

 

Por su parte, USA en el último año ha visto recuperarse su economía y está lista para asestar en septiembre nuevas tasas de interés que impactarán en toda la economía globalizada. La Reserva Federal ha mantenido estable dichas tasas desde hace siete años para que el país del norte y el mundo se recuperaran de la debacle de 2008. Aun así deben ser muy cautelosos, ya que a ellos tampoco les conviene un dólar supervalorado.

 

Está claro que a nadie conviene una crisis económica global. Ni a los muy ricos como Bill Gates y Carlos Slim, mucho menos a quienes viven de sus empleos porque estos estarán en riesgo de perderse por aquello de que la cuerda se revienta por lo más delgado. Así, millones de seres humanos padecerán desempleo y hambrunas, lo que los obligaría a migrar no solo por sus continentes, sino más allá del mismo. Hay quienes afirman que las condiciones pueden llegar a ser tales que una guerra mundial sería el desenlace.

 

En esta hora las potencias están pensando en cómo ganar más dentro de la crisis mundial, pueden apostarlo. Ellas poseen los dados cargados. Ni hablar. El gobierno mexicano cometería un grave error si para amortiguar la turbulencia económica actual introdujera criterios políticos en vez de económicos en el manejo de la misma. He ahí la desconfianza en un gobierno que en el pasado ha dado muestras de ineptitud en dicho campo. No por falta de estudiosos en la materia, sino por la tremenda demagogia y corrupción que los caracteriza, en ese sentido tan populistas como el que más.

 

Los 500 nuevos diputados están prestos a elaborar una nueva reforma fiscal que si es a modo de las clases privilegiadas darán al traste con la economía. Hay también intenciones de aprobar un presupuesto base cero, que ojalá no solo sea de nombre y sirva de pretexto para hacer recortes selectivos a la educación (incluyendo la universitaria), salud, comunicaciones, sin afectar a la alta y cara burocracia del gobierno y la que prohíjan los partidos políticos. Tendrán en sus manos la elaboración de la ley secundaria del  Sistema Nacional Anticorrupción, que hasta donde se sabe será solo un costoso aparato inútil para la sociedad, pero que otorgará patente de corso a los políticos partidistas y uno que otro independiente que se quite la máscara.

 

En fin, de no cambiar un ápice este gobierno en su manera de operar, de seguir la clase política con la inercia de cuidar su futuro imponiendo personajes y no respetando las instituciones, lo va a lamentar porque no creo que la gente aguante la enésima crisis económica sin actuar en las urnas. Por el momento los signos son ominosos. Hace unas semanas el diario Reforma dio a conocer una encuesta en donde AMLO punteaba en la carrera presidencial de 2018. De inmediato reaccionaron en el gobierno. El propio presidente descalificó al personaje –sin citarlo por su nombre–, cosa que nunca había hecho. Recientemente el PRI y el PAN, por conducto de sus presidentes nacionales, comenzaron a atacarlo con el mismo encono de siempre. Ya lo sé, nada es prematuro en política, y sé también que en ella casi todo se vale. Aun así, dudo de que tanta gente vuelva a ser engañada por los mismos de siempre y con el mismo petate del muerto: “AMLO es un peligro para México”. Al tiempo.

 

Visto en ese contexto el “Dragón de oriente” no solo nos cambiará el humor al repercutir su crisis de manera negativa en nuestros bolsillos, sino que esa misma crisis pudiera hacer posible un cambio social y político en México del que aún no tenemos conciencia. Que sea lo que tenga que ser.

Tomada de www.sipse.com

Batacazo global

Juan Henestroza Zárate

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