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3/8/2016

 

Como dice el dicho que lo prometido es deuda, retorno ahora a Gilberto Orozco, de quien me hubiera gustado asentar aquí sus fechas de nacimiento y muerte, pero por desgracia no las hallé por ningún lado, ni siquiera en el libro que editó su hijo. Descuido que –dicho sea de paso– es frecuente en nuestro medio intelectual. Ni los panteones –acabo de estar la semana pasada en el más grande y antiguo de Juchitán– nos proveen las más de las veces de dicha información. Parece ser que el olvido y su gemela, la indiferencia, son los  parajes adonde han ido a recalar nuestros artistas e intelectuales istmeños del pasado. ¡Ni hablar!

 

Llegó el momento en que, de manera inevitable, Orozco y Henestrosa sirvieron a los propósitos de mi investigación. Fue así como, en las páginas 99-100, apartado 9 de mi citado libro, plasmé mis pensamientos al respecto. Creí que con los elementos de ambos –ayudado también de Alfredo Chavero: t. I, Capítulo V de “México a través de los siglos”– bien podría encontrar la razón de la diáspora –por llamarlo del modo que a mí me gusta– de los zapotecas. Así, pues, los binnigula’sa’, según mi análisis, abandonaron su tierra cuando hizo erupción el volcán Maandchi, con lo que se dejó el paso franco a los ikoots, migración maya-quiché proveniente del sur de México, aventura Chavero.

 

Hay versiones que promueven la hipótesis de que los zapotecas estuvieron por primera vez en el Istmo de Tehuantepec en el siglo VII d. C. Y, si Orozco concluye –sin decirnos la fuente de su información, o al menos yo no estoy enterado– que Maandchi hizo erupción mil años antes de la llegada de los españoles –esto es, alrededor  del año 500 d. C.– y que los ikoots llegaron al Istmo 500 años después de dicha erupción –lo que concuerda con lo que dijo Chavero–, podría inferirse que el canto al que se refieren Cruz y Henestrosa sea un lejano recuerdo de esa primera estadía y posterior abandono de Tehuantepec por los zapotecas.

 

De la Cruz, por su parte, en su libro citado anteriormente, busca desentrañar la antigüedad del tan traído canto. A las versiones de Cruz y Henestrosa añade la que Gabriel López Chiñas (1911-1983) publicó en su libro de 1940, “VINNIGULASA” (Cuentos de Juchitán). Esta:

 

Vidzadza, vidzadza, ¡ju!

Bisaba nisa, bisaba guiee,

bisaba nanda, bisaba yuu,

ca Vinnigulasa ma chee.

Vidzadza, vidzadza, ¡ju!

 

“Se implora al cielo –concebido como una coladera– la destrucción de la tierra: ¡Oh! Coladera, coladera –desprende agua, desprende piedras, –desprende frío, desprende tierra, –los “Vinnigulasa” se van –¡Oh! Coladera, coladera”.

 

Ignoro el idioma zapoteca aunque toda mi niñez –pasada en Ixhuatán– lo escuché de boca de mi padre y de muchos vecinos. Ni se diga durante mi estancia por tres años en Juchitán, a finales de los años 60. A pesar de ello, las veces que oí decir bidxadxa (en el alfabeto actual del zapoteco del Istmo) me sonó siempre a pichancha. En alguna parte, Henestrosa dijo que el vocablo era corrupción del castellano pichancha (la cual, por cierto, no la encuentro en los viejos diccionarios castellanos que poseo). Enedino Jiménez y Vicente Marcial, en su libro, “Neza Diidxa’”, apuntaron: “bidxadxa: forma zapotequizada de pichancha, coladera”.

 

De la Cruz, por su parte, cita a Thomas Smith, quien escribió: “Quizás la única palabra de origen zapoteco que ha entrado en el léxico del español de manera neutral y con una distribución un poquito más extendida es picha(n)cha, que se usa en México y Guatemala” (p.83).

 

De las tres versiones del canto, De la Cruz prefiere la de Cruz, y lo explica: “[…] porque fue la primera que se difundió y en ella aparece esta palabra, pompo, que considero un arcaísmo y posiblemente un préstamo, aunque no pueda documentar su procedencia”. Por su parte, los citados Jiménez y Marcial apuntaron: “napumpu: hondo –usado solo para recipientes de barro piriformes–”. El mismo De la Cruz, a pie de página, sugiere que puumpu o pumpo –que  de las dos maneras lo escribe– quizá venga de Chiapas. Yo  en algún lugar leí que era vocablo zoque, lo que apoyaría lo dicho por el juchiteco.

 

Todo este rollo para explicar el origen de los binnigula’sa’ y la concepción que del mundo tenían. ¿Era este una pichancha o un calabazo piriforme como lo es el pumpo? Sin duda que este fue primero que aquella. Tan importante la una como la otra, eso sí. En la pichancha se lavaba el maíz –se sigue haciendo– que sustentó al hombre que habitó Mesoamérica. En el pumpo se llevaba el agua, esencial para la vida. Ahora que, si esos artefactos representaban al mundo, ya es otra cosa.

 

A falta de otros materiales que nos informen de manera fehaciente sobre el origen y la cosmovisión de los binnizá (zapotecas), el canto revestido de enigma seguirá siendo tomado en cuenta. Pienso que cada uno de los tres autores refirió lo que escucharon en su ámbito familiar y social, no podía ser de otra manera. De los tres, la versión de Henestrosa me parece más apegada al Istmo no solo por hacer uso de un traste tan común como lo es la pichancha, sino porque su libro lo publicó siendo más joven y fresco –23 años– que los otros dos. Tuvo, también, algo más a su favor: vastas lecturas occidentales –muchísimas en lengua castellana– que le habrán proveído muchos conocimientos –y lo que esto implica– a los que los otros dos no tuvieron en sus inicios por circunstancias que no viene al caso citar. A esos conocimientos se debe que López Chiñas introdujera cambios en el canto –porque ya conocía las versiones de Cruz y Henestrosa– que De la Cruz señala de manera puntual y acertada, con lo que nos informa, además, que fue aquel quien comenzó a escribir binnigula’sa’ con s y no con zeta, como se venía haciendo.

 

Ya  metido en este berenjenal, quiero salir  expresando que  el canto –que a decir verdad nunca escuché narrar a mis mayores– bien pudiera ser una especie de juego infantil similar al que se jugaba antes –más  que ahora–, cuando se danzaba en rueda tomados de la mano y el  que estaba a cargo lanzaba el nombre de quien debía quedar en su lugar, donde existía un mojón, piedra o incluso un trasto viejo como punto de referencia o base adonde se debía entrar sin ser visto por el vigilante. Y así como Henestrosa remata su versión al decir que los binnizá se dispersaron después de oír música –ejemplificándolo con el son del mediuxiga, que, dicho sea de paso, se me dijo hace mucho tiempo que mediu significaba medio real, y xiga, jícara, ambos en lengua zapoteca, lo que delata que la costumbre se instauró con los españoles–, así mismo yo he creído que en efecto se daba dicha dispersión, pero no solo después de danzar, sino también de jugar. Y, en vez de decir bidxadxa, fantaseo que decían: binnizá, binnizá, ¡ju!

 

Elucubraciones, elucubraciones, lector/a, antes de que el olvido haga conmigo su trastada, como solía hacer el duende que, se me dijo, llevaba al monte a los niños con el señuelo de enseñarles "sus trastecitos", que fue la manera como mis mayores llamaban a los juguetes (por ejemplo, panchayaga: muñeca de madera). Vale.

Binnigula'sa' [III]

Juan Henestroza Zárate

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