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10/8/2016

 

Muy temprano en mi vida escuché el vocablo binnigula’sa’. Lo oí de labios de mi padre, que lo usaba para saludar a quienes se comunicaban con él en zapoteco, como un su amigo y vecino del rancho, el señor Yencho, mayor que él. Así, hasta que un día mi padre trajo a casa un idolillo de piedra que había encontrado en el cauce del río Ostuta, allá en Paso Mico, donde vivíamos. Era una pequeña escultura zoomorfa que cabía en mi mano de niño de 10 años. Curioso, le pregunté a mi progenitor qué era. “Es un binnigula’sa’”, me respondió, sin dudarlo, dando por sentado que yo sabía del asunto. Esa vez no hice más preguntas.

 

Años después, en “Los hombres que dispersó la danza”, de Andrés Henestrosa, encontré: “Y los binigulaza trotando, con la danza enredada en los pies, cantaron; y cuando la música cansada de seguirlos se enredó en el aire, los que la producían, que eran los sacerdotes, los de la casta directora, se echaron de cabeza a las aguas religiosas del río Atoyac y de Tehuantepec; y los ríos ondularon con ellos hasta convertir en peces o en trastos a algunos; y otros se mantuvieron hombres y en el fondo de las aguas habitan hasta hoy y construyen esos juguetes, trastos de cocina e imágenes que los ríos, camino del mar, abandonan cuando enfurecidos saltan fuera de su cauce […] Se cree que estuvieron por última vez –los binnigula’sa’, anoto–, los que caminaron por tierra, en Late-Bala, en Late Xunaxi y en Cuscumate, muy cerca de Juchitán los dos primeros sitios, y en la punta del distrito, el último”. Cabe decir que este último punto en los límites de Niltepec y Zanatepec, al norte.

 

En Wilfrido C. Cruz, leí: “Los Binigulaza eran hombres de alta estatura, y algunos dicen que tuvieron una talla gigantesca; eran magos, médicos y adivinos y sabían leer en los cielos estrellados los caprichos del futuro […] Pero la tradición, en sus diversas manifestaciones refiere que los Binigulaza se arrojaron en las aguas del Atoyac y del Tehuantepec, ríos consagrados por los zapotecas para sus ceremonias rituales […] convirtiéndose ellos, los Binigulaza, en peces y animales de todas clases, o bien en idolillos de piedra, que todavía hoy buscan con afán los colegiales traviesos del Istmo que rehuyendo la escuela van al río a tenderse sobre las arenas, donde encuentran variadas figuras, 'Binigulazas' que miran con estupor y curiosidad, cuando conocen la tradición…”.

 

Sobre los binnigula’sa, Gabriel López Chiñas escribió: “En Juchitán oímos desde niños la leyenda Vinnigulasa. Leyenda saturada de misterios, que llena de temor a nuestro tierno corazón. Y más que a veces, en las calles arenosas, o en los húmedos paredones de los ríos, aparecen a nuestro paso los terrosos idolillos que llevan dicho nombre y a quienes se atribuye el origen de la raza […] Despojado de todo análisis filológico, vinnigulasa es el nombre de los ídolos y de los objetos de barro o de piedra que brotan de la tierra zapoteca y que hablan de pobladores autóctonos, poseedores de una magnífica cultura […[ Vinnigulasa, se dice, son los zapotecas de una lejana antigüedad (Vinni, gente, gula, antigua) que, nacidos del primer ensayo del Creador, eran desproporcionados, feos, sin sentimientos de piedad y obediencia […] Un día la ira de Dios se hizo fuego sobre ellos y les petrificó para siempre”.

 

En efecto, a ras de suelo o en las profundidades de la tierra –antes más que ahora, claro– se pueden encontrar binnigula’sa’, testimonios de la existencia de las distintas razas que habitaron el Istmo de Tehuantepec. Razas que, a la venida de los españoles, unos se enfrentaron a ellos, mientras que otros se aislaron en lugares inaccesibles como montañas y cuevas.

 

Por todo lo antes dicho, la leyenda de los binnigula’sa’, pienso, se generó como resultado de la Conquista. Y, aunque hasta ahora se atribuye pertenece a los binnizá, es probable que nuevos estudios confirmen o desechen tal afirmación. Ello, insisto, porque la región fue asiento de otras culturas que hasta estos momentos no han dicho: “Esta boca es mía”.

 

Enrique Méndez Martínez, en su tesis “Arqueología del área huave”, aludida en mi primera entrega, en las conclusiones, apuntó: “Respecto a las aportaciones arqueológicas, podemos afirmar que el área ha tenido influencias de diversos grupos, tanto del Altiplano Central, de los Valles de Oaxaca, del área Maya; así como de las culturas del Centro de Veracruz, durante los diversos horizontes culturales designados para Mesoamérica.

 

“Al hacer un bosquejo Histórico-Arqueológico, se observó que los primeros asentamientos de nuestra área, están ocurriendo en las cercanías de los poblados actuales conocidos con los nombres de Huilotepec, Huazontlán del Río, San Mateo del Mar y San Francisco Ixhuatán, estos primeros pobladores escogen para su asentamiento las riberas del Río de Tehuantepec, playas del Mar Tileme y las riberas del Río Ostuta, este hecho está ocurriendo aproximadamente por 1200 a. C.”.  

 

Así, pues, lector/a, le dejo a usted mis elucubraciones sobre los binnigula’sa’. Ahora, para cerrar este ciclo, déjeme traer a cuento una historia que un anochecer mi abuela Tina Amador, sin querer, sembró en mí. Me contaba historias familiares y del pueblo. En ese tiempo yo elaboraba mi primer libro. En esa ocasión ella me habló de la hazaña de un pariente cercano del abuelo Amador Zárate, su esposo. “Tu tío Tino mató un tigre con su cuchillo y se publicó en una revista que me enseñó tío Lázaro Pineda”, me dijo mi abuela. Por mucho tiempo busqué la noticia y, al no hallarla por ningún lado, llegué a pensar que mi abuela se había confundido o que la había inventado. Y no. En julio de este año, cuál sería mi sorpresa al encontrar la tan perseguida historia en el libro de Gilberto Orozco, con quien di inicio estas entregas que jamás imaginé serían tantas.

 

Esto fue lo que publicó Orozco en 1946, en la página 186, capítulo XXV de la edición citada, con el título de “Un milagro de San Vicente Ferrer”: “UNA TARDE del melancólico invierno de 1880, soplaba frío viento del norte. Chispeaba y cuando el negro cendal empezaba a cubrir la tierra, un tigre devoraba el hermoso caballo del gigante Fortino Zárate. Este lo advirtió, con sorpresa que le paralizó el pensamiento, cuando después de levantarse de un agradable descanso salió a dar una vuelta por donde había amarrado el caballo con larga reata.

 

“Se acercó tanto a ese paraje que el feroz tigre logró abalanzarse también sobre él con la rapidez de un relámpago. Mas, gracias al instinto de conservación, no perdió su sangre fría y, con la misma ferocidad que el felino, se defendió bravamente, propinándole tremendos golpes, favorecido por su hercúlea fuerza y esquivando los ataques; pero, aun cuando tiraba los puñetazos con hábil destreza y aguda maña, sus sansónicas fuerzas se iban agotando y comprendió que al terminar la lucha, él sería vencido y también devorado.

          

“Sin embargo, su fe lo salvó. La pelea duró menos de lo que tarda en contarse, pero en ella invocó, pletórico de absoluta fe ciega, el milagrosísimo nombre de San Vicente Ferrer para que le iluminase. El santo le aclaró el pensamiento para que se acordara de la filosa y larga daga que llevaba en su chaparrera. Se apoderó de ella, atacó más duramente y logró herir mortalmente al furibundo tigre que, bramando, cayó vencido. Entonces Zárate, sediento de venganza, lo acribilló a puñaladas. Esto sucedió en la ranchería ‘El Cerrito’, al sur de Ixhuatán, Oax.”.

 

Como mi abuela me dijo que ella vio una ilustración del feroz combate, supongo fue una revista ilustrada la que le enseñó Lázaro Pineda, aquel personaje digno también de hazañas como las que en distintas oportunidades –lleno de admiración, siempre– consignó Henestrosa: “(…) en fiestas patrióticas de mi pueblo, oí recitar a Lázaro Pineda los Recuerdos de un veterano, una composición de cerca de cien cuartetas que todavía me conmueven y enardecen […] En Ixhuatán, un hombre llamado Lázaro Pineda, memorizó cuando viejo de setenta años, en un año, el Martín Fierro, el poema nacional argentino”. Y eso que la lengua materna de Pineda era la zapoteca. Ah, ¿el libro? Ese se lo regaló Honorato H. Morales, hermano de Henestrosa. Vale.

Binnigula'sa [IV]

Juan Henestroza Zárate

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