top of page

Hace un año se llevaron a cabo las últimas elecciones para elegir a quien representaría a Ixhuatán durante los siguientes tres años como presidente municipal. La contienda presentó un panorama no muy distinto al que se ha dado en los últimos procesos en el pueblo, los cuales tienen una lógica muy parecida a la que existe en el resto del país. Oaxaca es uno de los pocos estados de México en los que el PRI no es el partido en el poder, pues hay que recordar que el tricolor ha ido recuperando su hegemonía nacional al grado de catapultar a 20 gobernadores (estrictamente son 21, pues, si bien Manuel Velasco, en Chiapas, es un funcionario registrado por el Partido Verde, este es un producto más, y sofisticado, del Revolucionario Institucional –aunque, ahora, hay que considerar como un caso sui géneris al gobernador sustituto de Fausto Vallejo, en Michoacán, el exrector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Salvador Jara-), mientras que Acción Nacional cuenta con 6 mandatarios estatales, y el PRD, con 4. En el papel, Gabino Cué es el único gobernador del Movimiento Ciudadano, pero no hay que perder de vista que él fue postulado por una alianza entre los tres partidos de izquierda institucional en México y la fracción ultraderechista del blanquiazul.

 

El margen de maniobra con respecto de la burocracia política que se tiene tanto a nivel social como institucional es mínimo dado el avasallador accionar del PRI implementado desde la presidencia de la república por Enrique Peña Nieto y sus asesores, así como por sus secretarios en las distintas dependencias y una reactivación de este partido como el partido del Estado mexicano, una maquinaria perfectamente estructurada que aprendió de sus errores en el pasado, sobre todo con la pérdida de Los Pinos de 2000 a 2012, y que no estará dispuesto a ceder de nueva cuenta el poder ejecutivo y utilizará todos los medios habidos y por haber antes de dejar la silla presidencial.

 

A lo anterior debe sumársele que el PRD es una caricatura grotesca y ridícula de oposición institucional, un partido que, durante mucho tiempo, efectivamente representó a parte importante del sector popular y que hoy es una organización constituida por pequeñas tribus en constante tensión por ambiciones de poder y a las cuales no les importan los medios para llegar a ver satisfechos sus intereses gremiales: hoy pueden apoyar una reforma hacendaria que represente un incremento en los impuestos a productos básicos, así como firmar un Pacto por México para entregarle el control total a la élite más poderosa de nuestra patria, y mañana se asumen como los herederos de Zapata o los que, en términos platónicos, participan por excelencia de la idea de justicia y libertad en el planeta, al cual salvarán.

 

Del PAN cualquier descripción se queda corta, ya que esta fracción no necesitó de 70 años y con dos sexenios en el poder demostró de lo que puede ser capaz: Vicente Fox tuvo en sus manos la oportunidad de pasar a ser (sin exagerar) un estadista del tamaño de Lázaro Cárdenas, de ser un mandatario que le diera un giro genuino a la historia de México sobre todo en una separación de las viejas prácticas del priismo autoritario y que pudiera someter a juicios y cuestionamientos a personajes que hicieron posible este sistema de gobierno caracterizado, principalmente, por la corrupción; nada de lo anterior sucedió, todo lo contrario, las cúpulas permanecieron intactas, viejas oligarquías –como la Iglesia- recuperaron su poder y la incapacidad de un presidente de papel evidenció a un personaje que era la burla nacional. Tan grande fue la incompetencia de Fox que tuvieron que recurrir, como sucedió en el 88, a maniobras fraudulentas para no cederle la presidencia a Andrés Manuel López Obrador y que fuera Felipe Calderón quien gobernara México de 2006 a 2012, uno de los mayores retrocesos del país en los últimos años en materia de derechos humanos, en temas seguridad, de autoritarismo de Estado incluso superior al de muchos gobiernos priistas.

 

Volviendo al escenario ixhuateco y con lo descrito hasta aquí como introucción, los comicios de 2013 se plantearon, una vez más, entre el PRI en contra de quien se le pusiera enfrente, y fue con una alianza parecida a la que llevó a Gabino Cué a la gubernatura como esta vez se decidirían los resultados. Los números finales, sin duda, fueron históricos, ya que, además de que el tricolor volvió a perder la presidencia municipal, esta vez la diferencia de votos en las urnas fue más que contundente. José Luis García Henestroza, actual edil del pueblo de hojas, arrasó en las boletas y, con más de 2700 sufragios, dio un duro golpe al priismo.

 

A pesar de lo anterior, el PRI se mantuvo como el partido con mayor número de simpatizantes que votó a favor de una fracción, ya que, de acuerdo con datos del IEEPCO, fueron 2016 los ixhuatecos que sufragaron a favor del tricolor, casi 1000 votos más del partido que obtuvo el segundo lugar, el PAN, con 1068.

 

Más allá de problematizar sobre si la elección de García Henestroza fue la adecuada o no, pues siete meses son, sin duda, muy prematuros para tratar de plantear un juicio responsable, equilibrado y con argumentos sólidos de aprobación o desaprobación de una administración pública, lo que me interesa analizar en esta columna –siguiendo mis ejes temáticos planteados en las anteriores aquí en el Panóptico y en otras plataformas en las que he participado- es el papel de la ciudadanía como sujetos de acción pública, como individuos partícipes del ejercicio político dentro de la toma de decisiones.

 

Estoy totalmente convencido de que un gran cáncer de la vida social en México son los partidos políticos. En cuanto tuve mediano uso de razón autónoma y al momento de ir construyendo mis preceptos básicos en las esferas política, filosófica y ahora periodística, me he convertido en un crítico de la partidocracia nacional, pues considero que esta forma de representación constituye los residuos, y al mismo tiempo los componentes centrales, de una risible y limitadísima cultura democrática que mantiene las tan arraigadas formas de dominación propias de las sociedades occidentales; sin embargo, nunca he dejado de participar en unos comicios electorales, ya que, mientras que el voto sea una de las pocas herramientas con cierto sentido democrático y de incidencia social y en tanto no ingeniemos nuevas formas de acción colectiva, es menester participar dentro de estas coordenadas.

 

El ejercicio electoral del año pasado demostró que la dirección de una sociedad se toma en función de la sociedad misma, que, por más arraigada que esté una cultura o una serie de preferencias heredadas del pasado, es el ciudadano y solo el ciudadano del que depende el rumbo del colectivo dentro del que participa. Si la elección es errónea o acertada, eso se verá con el paso del tiempo, pero lo que no se debe perder de vista es que nunca ninguna institución está por encima de quienes la formaron. Y es precisamente en este momento cuando todas las ideologías encuentran sus límites. Lo he dicho antes y lo reafirmo: al grueso de los ciudadanos lo que menos le importa es verse representado por un partido del centro, de la izquierda o de la derecha (y como ejemplo está este oxímoron marxista-mussoliniano), si un gobernante, sector o figura no satisface las necesidades de un colectivo de personas, será ese grupo el que determine desechar o no las formas de representación que en el momento actual tiene. De manera simple: si un gobierno postulado por un partido político no resulta convincente, sencillamente se le cobrará factura en una próxima oportunidad y perderá las siguientes elecciones contra un proyecto diferente.

 

Por más elaborado a nivel conceptual y discursivo que esté un proyecto de nación, este no sobrevivirá si no cuenta con un respaldo ciudadano. Y es aquí cuando el ixhuateco debe entender este proceso de maduración: los partidos políticos son solamente herramientas que deberían estar a nuestra disposición para nuestra conveniencia colectiva. Nunca he dejado de encontrar absurda a aquella militancia que, cual fanatismo religioso, asume como parte de su ADN los ideales de una fracción que funciona como dispositivo de sometimiento por quienes la controlan. El proyecto postmoderno ha fracasado y seguirá fracasando en tanto no entendamos nuestras responsabilidades para con los otros y asumamos que somos parte de un todo que debe aspirar al bienestrar transpersonal.

 

La discrepancia política es no solamente sana, sino necesaria para el orden social. El debate público es imprescindible en un estado con inclusión social; empero, cuando desentendemos estos factores de acción pública y fetichizamos el poder y sus formas de manifestarse, entonces el ejercicio se ve corrompido y da lugar a cualquier otra cosa menos a lo estrictamente político.

 

Los factores de la victoria del actual alcalde o de la derrota del partido anterior en el poder ya dependerán del análisis que se haga y de los ángulos desde los que se tomen como referencia: habrá quienes señalen una mala administración precedente, otros dirán que el resultado fue producto de una campaña de varios años al estilo de la figura mesiánica de peñanietista pero aplicada en el polo apuesto, quienes confían en el proyecto actual rescatarán un despertar de la conciencia social y así encontraremos divergencias propias de la deliberación pública.

 

Una vez tomada esta decisión, la tarea del ciudadano debe ser la de mantenerse siempre al tanto de lo que pasa en la administración y en la toma de decisiones para participar directamente en este proceso del cual la sociedad debe asumir como lo que es: una simple herramienta para conseguir sus objetivos colectivos.

Sobre el cambio de gobierno

en Ixhuatán

Michael Molina

bottom of page