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18/8/2015

 

Hace más de 30 años, mi papá, como muchos otros ixhuatecos lo hicieron en ese tiempo, decidió cambiar su vida y, de paso, el de toda su familia al dejar en pausa su consumo de alcohol para ingresar a Alcohólicos Anónimos 24 Horas, lugar del que en periodos de tiempo se ausenta, pero al final regresa porque sabe que, de cierta forma, pertenece a ese grupo.

 

Hace más de 30 años, cuando el grupo de Alcohólicos Anónimos tenía poco de abrir sus puertas, tomado de mi mano, mi papá tocó la puerta de esa vieja casona, donde fue bien recibido y,  contra todos los pronósticos, se ha mantenido. Llegó para tener como compañeros a Lalo, Félix, Tomás, Bertoldo y como padrino a Doroteo.

 

Ese momento, considero, es el punto de inflexión de nuestra familia. Días antes, mi padre con cinturón en mano me perseguía por las oscuras calles de Ixhuatán con el deseo de castigarme por no darle un dulce a mi hermana y cayó en uno de esos hoyos que se formaban con las lluvias en la calle Amado Nervo.

 

Yo iba a casa de mi abuelos ante la advertencia de mi madre. De ir lo más rápido, mi padre entonces de 34 años de edad, no vio el peligro, y como consecuencia se zafó el hombro de su brazo izquierdo, que luego sería compuesto por un huesero. Nunca supe si debía parar, pero podía más mi miedo a la cinturoniza que quedarme a ayudar a aquella persona que el alcohol en las venas transformaba: hasta las memelas de la abuela pagaban las consecuencias, pues se convertían en platillos voladores.

 

Tras ese incidente, Julio H. reaccionó quizá como menos lo esperaba y decidió dejar de beber. Con ese momento, muchas cosas cambiaron. Mis hermanos nunca conocieron a ese hombre, estaban muy chicos, y aún se sorprenden cuando nuestro padre nos cuenta sus aventuras de borracho.

 

Gracias a Alcohólicos Anónimos, mi padre siempre dice que tuvimos casa y todos sus hijos una carrera profesional; pero, más que eso, ese grupo, del cual toda le gente decía: “Qué tal no beben, pero cómo fuman”, gracias a ese grupo yo tengo un padre amoroso, que me sigue escuchando cada día de mi vida.

 

Gracias a Alcohólicos Anónimos pude viajar con mi padre siguiendo al equipo de beisbol de Ixhuatán en diferentes municipios del Istmo, disfrutar charlas de futbol, estudiar en Puebla y Chiapas, ir a un partido a un estadio de futbol profesional y sacar mis miedos para viajar solo a los 14 años de Puebla a Veracruz, con solo 14 pesos en la bolsa, para ver un juego del Real Madrid vs. Pumas. En fin, mi infancia y adolescencia no pudieron ser mejores.

 

Alcohólicos Anónimos y sus integrantes nos dieron al mejor papá del mundo, el que nunca levantó la mano para darnos un castigo físico y, por el contrario, hoy como ayer nos da tantos buenos consejos, una persona de fácil sonrisa. Eres el mejor del mundo, gordo.

 

Y es así que con Alcohólicos Anónimos vinieron otras tantas historias que seguramente no guardaría en mi memoria si mi papá no hubiera decidido tomar esa decisión. Y todo por no darle un dulce a mi hermana, quien, por cierto, ni se acuerda de eso.

 

Gracias, Alcohólicos Anónimos.

Catorcena

(Carta al Grupo de Alcohólicos Anónimos 24 Horas)

Bersaín Hernández Castillejos

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