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Por décadas solo fue conocida como la Secundaria, la Secundaria Federal, su primera generación con el nombre del cual hoy goza, Alfonso Luis Herrera, egresó en 1989. Puedo decir que, con mis compañeros, somos parte de ese grupo que le dio identidad a una institución que por esos tiempos gozaba de un gran prestigio, considerándosele incluso entre las mejores de la región, según recuerdo mencionaban los directivos.

 

Los maestros de ese tiempo eran, sin duda, auténticas personalidades de nuestro pueblo. Cómo olvidar a mi padrino, el maestro de matemáticas Martín Velázquez, imponente, serio, que su sola presencia infundía el mayor de los respetos, o al maestro Beto “León” con sus clases basadas en el libro de español de Lucero Lozano.

 

Aún pasan por mi mente los recuerdos cuando en la explanada de la cancha de basquetbol nos reunían a todos los compañeros que entrabamos a la secundaria para decirnos a qué grupo nos debíamos incorporar. Con su voz seria y adusta, el maestro Beto decía tu nombre y grupo. Con mi 1.35 m de estatura y 10 años, se refirió a mí: “Para la otra, trae su mamila”; aún me río cuando me acuerdo de eso.

 

En esos tres años cada docente era para nosotros una referencia, como el profe Javier, “Pachanga”, le decían los adultos fuera de clases. Nosotros creo que jamás podríamos referirnos a él así, más cuando teníamos que pasar por su estudio fotográfico cada año.

 

Las clases de naturales siempre fueron una experiencia con el maestro Octavio y la profe Dora; ahí conocimos los mecheros, matraces, el microscopio, donde, por cierto, la actividad que mayor curiosidad creó entre mis compañeros fue la de observar los espermatozoides, mismos que provenía de alguno de nuestra clase.

 

En naturales también nuestra generación coincidió con el maestro Doroteo, a quien realmente veo como uno de los amigos que mi papá hizo en Alcohólicos Anónimos en ese tiempo, mientras que las clases de educación física eran impartidas por Arturo, el profe creo era de Salina Cruz, de figura regordeta y baja estatura.

 

Las clases de Arturo se reducían la mayor de las veces a dejarnos practicar algún deporte y a preparar los ejercicios físico del desfile del 20 de noviembre. Amable y de buen trato, era una presencia que no pasaba inadvertida.

 

Nuestras clases de inglés cómo olvidarlas. Sí, era la maestra Lulú quien nos orientaba en el aprendizaje del idioma; creo que la teacher fue el primer amor secreto de muchos.

 

En ciencias sociales también nos dio clases el maestro Joaquín, todo un personaje el maestro; pero, sin duda, quien de plano se llevaba las palmas era el maestro Julver: nos dio clases de dibujo técnico; una vez nos puso a dibujar un pino de Navidad. Nada creo aprendimos de él.

 

Quizá me olvide de algunos, pero todos tienen un lugar en mi memoria y en la historia de muchas generaciones, que bien merecen muchos de ellos que algunas de las calles de nuestro pueblo llevaran sus nombres.

 

Por cierto, según Wikipedia, Alfonso Luis Herrera López fue un científico mexicano que realizó investigaciones acerca del origen de la vida, autor de libros como “Nociones de biología” y “La biología en México durante un siglo”.

 

Colaboró en la fundación del Zoológico de Chapultepec; fue precursor del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y maestro de la Escuela Nacional Preparatoria, del Colegio Militar y de la Escuela Normal.

 

Hasta hoy no entiendo por qué nuestra secundaria se llama así.

 

Nos leemos la próxima semana.

Catorcena

Bersaín Hernández Castillejos

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