“¡Combatidlos hasta que no exista discordia
y la religión única sea de Alá!”. Corán 8:40
A quien piense que escribo para defender el cristianismo y sus variantes, o justificar Occidente a ultranza, de entrada le comento que no lo haré. Citaré a quienes coinciden con mi vocación libertaria y de las ataduras religiosas.
Como ateo, respeto a los que comulgan con alguna religión, pero no la religión misma. Respeto tengo, pero no tolerancia porque la tolerancia deviene a que alguien tiene el poder y contraviene mi sentido común. El poder sobre otro por el simple hecho de riquezas o intelecto empobrece a quien se coloca por encima del otro.
Está demostrado que Moisés es una entelequia colectiva que partió, quizá, de una persona concreta, tan lejana en el tiempo que es imposible considerarla algo distinto a un mito (o dos, como Freud nos enseñó con audacia cuando escribió sobre quién y qué era Moisés).
De Jesucristo se sabe tan poco que es evidente que su figura y sus palabras forman parte de una invención posterior, debida a los seguidores fanáticos de una secta de carácter gnóstico con muy poca cultura (los primeros cristianos).
De Mahoma tampoco se sabe demasiado, aunque los historiadores se asombran de cómo se ha manipulado su realidad de mercader belicoso y tribal, feroz legislador e iluminado visionario hasta convertirlo en un bondadoso líder espiritual de ideas tan simplistas como represoras.
Pero nada dicen de cómo se divertía vistiéndose de odalisca o de su zoofilia, esa parte la ocultan como ocultan su bisexualidad. Mahoma tuvo sus placeres como el rey Salomón los suyos, si no me creen, vayan al Cantar de los Cantares y verán poemas cargados de sexualidad y de una prosa y verso fantásticos y ricos en técnicas, que bien valdría fuese referente para las conquistas amorosas.
Pero, volviendo a lo nuestro, Claude Lévi-Strauss, en “Tristes trópicos”, define como “el burdo aguafiestas que separa las manos de Oriente y Occidente interrumpiendo una ronda que las destinaba a unirse" a Mahoma porque justamente ve en las otras religiones enemigos a vencer y aplastar. Terrible herencia.
De las religiones orientales, del budismo en concreto, qué decir salvo que están hechas para mayor y total anulación del ser humano.
Por tanto, dejo muy claro que no respeto la religión, que incluso la considero dañina, pero daría la vida para que cualquier creyente pudiera expresarse y seguir siendo creyente de su fe. Allá cada quien con su fe, que es como decir allá cada quien con su sentido de la vida y de la muerte.
Marx ya lo anticipaba en “El Capital”, y fue contundente: el opio de los pueblos les llamó, y de ahí a la pira de la descalificación colocaron al maestro.
Por eso, siempre he dicho y pensado: que jamás se imponga esa fe por la fuerza o la coacción y que sea permeable a la crítica. A todo tipo de crítica, incluida la mofa, la burla y la ridiculización.
Pero los hechos acaecidos en París estos días, como otro similares que se han producido en los últimos años, tienen por justificación vengar el honor de Mahoma. Se dice que es un acto terrorista que no tiene nada que ver con la religión. No lo creo. Tiene que ver con la religión. Es más: solo tiene que ver con la religión.
Quizá se diga eso para evitar caer en la islamofobia, para no estigmatizar a los creyentes musulmanes con los que convivimos. Pero no nos engañemos: respetarlos no significa no poder exigirles una mayor severidad con sus extremistas, sean estos islamistas o yihadistas. El reto lanzado por el terrorismo yihadista (que es religioso) es enorme para los musulmanes, que han de extirpar de su credo y de su mundo las corrientes maximalistas de carácter violento.
Si no, el terrorismo yihadista será la perfecta coartada para que el islamismo pueda hacer pasar por “moderadas” todas las ideas, acciones y normativas retrógradas (el turco Tayyip Erdogan y su política ejemplifican perfectamente esto). Y nosotros, lejos de defender valores de libertad, igualdad y justicia, estaremos dando carta de naturaleza a una ideología represora y coercitiva.
Es lo que sigue sucediendo en nuestro entorno occidental con las corrientes ultramontanas y ultraconservadoras del cristianismo, batalladoras y manipuladoras, como bien hemos visto en México en Guanajuato, en Michoacán en los últimos años.
Insisto en la crítica-critica, así nos lo enseñaron y así debemos ser ante los demoledores actos de barbarie religioso o no. Stephen Hawkin ya lo ha demostrado, seguir insistiendo en la idea de Dios va en contrasentido del nacimiento mismo del universo, punto.
Por tanto, debemos luchar con fuerza para no perder la capacidad de burlarnos de nosotros mismos. La fuerza del ser humano está en la inteligencia, en la crítica, en la risa y en la burla.
Si estoy profundamente en contra del islam, como de todas la religiones, es por una razón de supervivencia. De supervivencia de unos valores y de un pensamiento exclusivamente humanos y no divinos, que arrancan de la Ilustración.
Ya entonces Voltaire, el mayor azote satírico de su tiempo contra las religiones y sus irreparables daños, escribía sobre Mahoma palabras como las que siguen, sorprendentes por su vigencia: “He aquí tu designio, Mahoma: pretender cambiar la faz de la tierra a tu gusto. ¿Con matanzas y espanto quieres obligar a los hombres a pensar como tú? ¿Saqueas el mundo y pretendes instruirlo? Si por error nos dejamos seducir, si la oscura noche de la mentira ha podido engañarnos, ¿con qué antorchas horribles quieres iluminarnos?”. Y añade Voltaire una respuesta de Mahoma, sin duda literaria, pero no por ello menos simbólica y actual: “Mi ley hace héroes (…) Obedeced, golpead, teñid de sangre al impío y así con su muerte mereceréis una vida eterna”.
Se empeñarán en decir que el islam es una religión de paz. Dice el Corán 8.67: “No es propio de un Profeta tener prisioneros hasta que haya cubierto la tierra con los cadáveres de los incrédulos”.
Vuelvo a insistir, la inteligencia siempre en la crítica, en la risa y en la burla. No moriremos en vano por esa fuerza mientras existan los Voltaire, los Charlie Hebdo y todos los que blasfemamos cada día.
Luego entonces, ahora más que nunca, la sátira se vuelve necesaria para colocar a las religiones en su justa dimensión.
Y voy de vuelta. Cuenta el mito que lo primero pronunciado en el mundo fue (según san Juan) el verbo, el segundo debió haber sido una carcajada. Tan ridículo, tan arrogante, tan absurdo es el comportamiento humano que el inteligente Dios de Juan debió haber estallado en risotadas al ver las estupideces de las que sus criaturas eran capaces.
Homero dijo que el monte Olimpo resonaba con las carcajadas de los dioses, y el segundo Salmo nos avisa que Dios se reirá en lo alto, burlándose de los necios.
Yo creo que Platón no juzgaba que la risa fuese cosa seria y rechazaba la noción de un Dios (o un tirano) risueño. Aristóteles, por su parte, definió el sentido del humor como una reacción natural del ser humano ante el reconocimiento de una incongruencia.
Pasado unos siglos después, Mahoma alabó la risa y condenó la falta de humor: "Mantén siempre el corazón ligero, porque cuando el corazón se ensombrece el alma se ciega".
¿Que por qué digo todo esto? Por lo acontecido en París, Francia, en días pasados con el semanario Charlie Hebdo y la suerte que corrieron desde el director hasta los policías.
Trágico porque de pronto descubrimos que seguimos con los atavismos de la religión y la cortedad de miras de sus fanáticos y seguidores.
Sócrates arguyó que nos burláramos de quienes se sienten superiores a nosotros sin serlo y que el peligro está en deleitarnos en lo que es, al fin y al cabo, un vicio. Pero lo ridículo, como tantas otras calidades humanas, suele estar en el ojo ajeno.
La conducta de Sócrates, que él mismo debió juzgar como seria e intachable, fue vista por ciertos de sus contemporáneos como risible. Aristófanes, por ejemplo, en “Las nubes”, se burló de la famosa técnica socrática con agudeza satírica y genio mordaz.
Luego entonces, reírnos y satirizarnos debe ser una apuesta grande para lograr reírnos de esas cosas absurdas que nos trajeron en forma de dioses, de pueblos que leían el tiempo a partir de la Luna y no el Sol porque así convino a Occidente para justificar su explotación sobre la tierra y los humanos.