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Al padre obispo Arturo Lona Reyes,

séptimo obispo de Tehuantepec,

defensor de los derechos humanos.

Obispo de los pobres.

 

En los más antiguos tiempos vinieron a juntarse representantes delegados de etnias del Abya Yala de los muchos Méxicos de abajo que existen, los invisibilizados, los que solo son el 10 por ciento de habitantes. Así lo hicieron y así lo contaron para hacer crecer la memoria histórica que, a veces, quiere olvidar a los que necesitan cubrirse el rostro para ser volteados a ver.

 

Fue su encuentro en la lejanía, en la distancia. De todos los rincones fueron respondiendo a la llamada del caracol que sonó fuerte, profundo, con tono de lamento, con urgencia o apurancia. Caminaron los días y las noches, montaron sus esperanzas y, a vuelo de sueños, sortearon peligros. Horas y horas anduvieron hasta llegar a la realidad.

 

Cuentan los más viejos que llegar a la realidad no es cosa fácil, los abuelos de los abuelos, los más viejos, mucho se cansaban, los más jóvenes, en cambio, volaban, pues la realidad muchas veces lastima; otras muchas, la realidad deprime; para algunos, hace sentirse impotentes, pero, más allá de la impotencia o victimización, la realidad hace sentir indignación, una indignación ética, una indignación que lanza a la aventura de transformar la realidad.

 

No es que los habitantes de la realidad no quisieran cambiar su realidad, más bien esa realidad ya era de esa manera y estaba custodiada por unos naguales crecidos en esa realidad que se llaman paramilitares, que sea, que son golpeadores y asesinos.

 

De zangoloteo en zangoloteo y con la espalda baja destrozada, finalmente se contaron sus lamentos:

Se contaron que las Marías vendedoras de frutas fueron desplazadas de la gran ciudad porque la hacen fea y ahuyentan el turismo.

 

Se dijeron que en todos los pueblos originarios hay entregas del territorio a pueblos extranjeros sin que los nativos estuvieran enterados y consultados, que sea, que se dieron cuenta los más antiguos que hay un plan diabólico de hacer muchos hoyos pa’ explotar a la madre tierra, que sea, pa’ matarla.

Además, aquellos y aquellas viejos y viejas abuelas dijeron: “Sabemos que este capitalismo salvaje y de muerte no es invencible, como ya nos lo enseñan. Además de la experiencia zapatista, las rebeldías y resistencias que florecen en todo el planeta, de que sus dolores son nuestros dolores, de que sus luchas son nuestras luchas, de que sus sueños son nuestros sueños, queremos compartir con ustedes las palabras, las experiencias, los caminos y la decisión conjunta de que es posible un mundo donde quepan muchos mundos”.

 

Y de tanto y tanto mal que no debemos olvidar, se dijeron que los pueblos tienen una misión, que es que donde los de arriba destruyen los de abajo reconstruimos.

 

Fue que nació gran contento, mucha alegría asomó a los ojos de los asistentes y asistentas y gritaron a coro: “¡Hagamos fiesta! ¡Hagamos fiesta!”. Y fue que, de manera conjunta, proclamaron que, pa’ los diciembres, hay que hacer una su gran compartencia con otros pueblos del Abya Yala y del mundo y que vamo juntarnos del 28 y 29 de diciembre en el pueblo binnizá de Juchitán.

 

Cuentan los más viejos y viejas, los que de tanta vejez se hicieron la conciencia colectiva de los pueblos, que hace varias vueltas de sol y de luna, que, allá en las lejanas tierras, las tierras más lejanas que estén del otro lado del mundo, a 360 grados de distancia, si es verdad que los grados traen distancias, que un escrito muy viejo, viejo, había sido puesto al descubierto. Se contaba en este escrito que las profecías anunciaban que muy pronto va a suceder un nuevo encuentro.

 

Sonó también el caracol que hizo volver a los ikoots, mixes, zoques, binnizá y demás pueblos al Istmo codiciado e invadido. Sonó el caracol y volvieron a montar la esperanza. Caminaron nuevamente su realidad y se encontraron en el Tepeyac, que sea, no en el México del centro, sino que se juntaron pa’ decirse quiénes somos los que aquí estamos, y se lanzó nuevo grito de alegría: el Centro de Derechos Humanos Tepeyac volvió a la vida, a la defensa de los pueblos, a la lucha en favor de los pobres, y lo aplaudieron y lo festejaron.

 

Por eso es que, hasta ahora, los jóvenes de la preparatoria José Martí andan muy movidos y movidas porque, dicen, serán parte de la comisión de organización para el siguiente encuentro de los pueblos originarios del Abya Yala.

 

Además, opino que la defensa de la vida se hace en la práctica, en la reconstrucción del tejido social, en la construcción de alternativas para los pobres y desde los pobres. Por eso opino que no debemos dejar instalar las mineras, salineras y parques eólicos, que solo enriquecen a los ricos y desplazan y dejan sin comida a los que no tienen propiedades.

Compartencia

Manuel Antonio Ruiz

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