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Desgrana su memoria, ya a una va recuperando aquellos días y aquellos años. De esos recuerdos unos son más vivos que otros, de esas memorias caen como granos por su cara, y deshoja la mazorca de cada paso dado. Son muchos, se agolpan en su pecho, se enredan en los a surcos que sus pies blancos han andado. Se sabe ella que la memoria es lo único que puede atesorar. Sus ojos se cierran y una lágrima sale de uno de ellos. Aún se ve bajo un árbol de limón, escondida, alejada de los demás. No se halla, no se encuentra, no se sabe de ahí. Recuerda a su primera maestra, Amable Ruiz.

 

Su pobreza la margina de los bailables, de las cosas que la escuela da para socializar, de su memoria saca un dejo de tristeza. Sabe que es doloroso sacar del baúl tantos recuerdos. Es pesado abrir la tapa de ese mueble, lo hace a pausas, a su tiempo, mientras su sobrino la apura a que le cuente de esos días. Ella no quiere abrir tantos, no es tan fácil tomarlos, no es tan llevadera. Toma fuerza y mira, rescata que fue su abuela la que insistió venirse al pueblo, sacarla de aquel monte, darle a sus hermanos mejores perspectivas que la pesca y casarse a temprana edad. Lo sabe, quiere contar más, pero lo políticamente correcto la detiene, aún puede a alguien no gustar lo que me cuenta.

 

Me dice: Ixhuatán terminaba en la barda de la escuela Emilio Carranza. Mi papá sacaba sus apuros económicos vendiendo por adelantado su cosecha. No es mucho lo que se puede hacer, así que me voy a trabajar. Ha pasado medio siglo de ello, y no se ve en los bailables, no se ve en ningún lado a no ser junto a la casa de palma con paredes de lodo en que habita con su abuela materna y sus hermanos. La casa paterna está en Cerrito, allá ha vivido otras historias, muchas tristes. Su vida ha cambiado para siempre al venirse a vivir al pueblo. Ya nada es igual para ella.

 

Su memoria se posiciona en otro pueblo, otra gente. Conoce en Juchitán a una familia de origen libanés, ese segundo parte aguas es la definitoria para el futuro de su vida. Con 15 años aprende de doña María Luisa de la cocina de aquel país lejano y extraño para ella. Con su amiga desde entonces, la primera directora, camina junto a ella en la vida cultural de una naciente casa de la cultura. Se adapta tan bien que se adopta como una más de la familia que la cobija. Nunca fue una extraña de ellos, lo remarca, nunca se sintió ajeno a ellos, y el trato de iguales le permitió explorar cosas que vida pasada no podría otorgarle. Esta etapa le permite soltar sus temores y sus amarras, y ya con otra perspectiva conoce el mundo. Ese mundo le llega en la Ciudad de México. Recuerda sus tardes en la Cineteca Nacional, esa que se quemó con la pésima musa.

 

A la muerte de su mentora, María Luisa, los sobrinos de ella la cobijan en la Ciudad de México, donde concluye la secundaria. Trabaja y combina sus estudios y se hace una pregunta: ¿qué quiere para su vida futura?

 

Eso la lleva a Ixhuatán de regreso. Ya el pueblo no le es tan difícil de vivir, se incorpora rápidamente en todo. Se ocupa de los suyos y lleva una vida social más activa. Va caminando con las pausas de esos días y pronto se cuestiona si eso es lo que quiere para sí. De su estancia de nueve años en Ixhuatán se va a Oaxaca, aún son lejanos El Vaticano, Nueva York, la fama y la vida que hoy se construye para sí, de esa vida que no se soñó bajo el mango que su abuela plantó en el patio de la casa. Nada de eso estaba en el horizonte.

 

Llega a Oaxaca y al poco tiempo funda el negocio que con su imaginación y sus manos soñaba desde hace tiempo, el que quería para realizar lo que tanto atesoraba y para tener su futuro pensado. Anhelado, querido. Pero esa es otra historia.

Tomada de Facebook

De aquellos días, de aquellos años

Joselito Luna Aquino

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