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En tiempos actuales no son inusuales las manifestaciones por parte de grupos ecologistas en repudio al maltrato animal. La radicalización de estas protestas va desde quienes se oponen a las prácticas públicas en las que se usan animales para el divertimento humano, pasando por los que sostienen que deben ser legislados derechos de los animales, hasta aquellos veganos que convocan a eliminar por completo de la dieta humana el consumo de carne animal ­–que incluye las primeras dos exigencias–. En México, el Partido Verde impulsó una ley para prohibir el uso de todo animal en los circos, la cual ha modificado reglamentos al respecto en estados como Colima, Guerrero, Morelos, Querétaro, Chihuahua, Chiapas, Puebla, Zacatecas, Coahuila, Veracruz y el DF (http://goo.gl/J1j0yU).

 

Ixhuatán es un espacio sobre el que se puede reflexionar este asunto a partir de distintas costumbres que en él se realizan. Más que dar una postura al respecto, en esta ocasión me interesa problematizar esta temática para abrir un diálogo entre los cibernautas del pueblo de hojas, pues este es uno de los temas más debatidos y a los que difícilmente se llega a una solución unívoca.

 

Viví en Guadalajara durante cuatro años cuando hice mis estudios de grado en la universidad estatal de Jalisco. De entre los tantos atractivos turísticos se encuentran, en el Centro Histórico de la ciudad, las tradicionales calandrias: carruajes coloridos halados por caballos para hacer un recorrido por el primer cuadro de la Perla de Occidente y cuya capacidad es de unas cinco personas. Este medio suele ser calificado incluso como un ícono histórico de la capital jalisciense. Sin embargo, no son pocos los tapatíos que ven en esta tradición un abuso humano hacia los equinos, que pasan horas del día recorriendo las calles asfaltadas para entretener a turistas y lugareños.

 

En unas vacaciones de Semana Santa visité Ixhuatán acompañado de una amiga tapatía que participaba en agrupaciones ambientalistas. Mientras estábamos sentados en la banqueta de mi casa, vio pasar a un carretonero con su medio de trabajo cargado de leña y sus herramientas laborales. La reacción de molestia en mi acompañante fue evidente ante lo que ella consideraba una equivalencia de lo que sucedía en su ciudad con las calandrias. Ante esto, intervine:

 

–No puedes juzgar con tus preceptos urbanos las formas de vida de las zonas rurales. Más que crucificar a la gente del campo, creo que deberías abrir tu mente para entender que hay distintas formas de coexistencia entre las personas y la naturaleza (un pueblerino señalando de cerrada a una citadina –¡habrase visto!–).

 

–Pero no veo este lugar como un pueblo olvidado y rezagado en la selva chiapaneca, por ejemplo, donde hay comunidades autosustentables que efectivamente viven de lo que producen en armonía con su entorno. Aquí encuentro calles pavimentadas, automóviles, motocicletas, servicios más allá de los básicos (celulares, TV con cable, etcétera). Mi temor es que la demanda de estos servicios y un pueblo con ganas de modernizarse pueda conllevar al uso irracional y desmedido de los animales ya sea directa o indirectamente: que los dueños de la tierra y con posesión de un montón de cabezas de ganado procuren producir más de lo que en su justa medida necesita una familia para vivir o que los pequeños propietarios usen de manera excesiva a sus animales para las labores que como empleados puedan tener– respondió.

 

Aquí quisiera plantear la primera pregunta a considerar: desde una perspectiva en pro de la naturaleza, ¿el problema del uso de los animales para beneficio humano radica en que se les explote físicamente poco o mucho o, definitivamente y de forma radical, se debería buscar alternativas que eliminen la utilización por completo de una práctica histórica en nuestro pueblo (carretones o carretas)?

 

Ahora quiero enlazar el punto anterior con otro cercano: las carreras de caballos. Estas se han convertido en una distracción permanente en las celebraciones de nuestra localidad. No son pocos los ixhuatecos que han asistido a ellas por lo menos una vez ya sea solo a presenciarlas o, en la mayoría de los casos, a apostar por las mejores bestias. Aquí se puede argumentar que los caballos reciben cuidados adecuados para su óptimo mantenimiento y que en las competiciones no se encuentra expuesta su integridad o su vida. Pero, por otra parte, es posible objetar sobre el uso de sustancias químicas que hacen que el rendimiento del animal sea mayor al momento de estar en los carriles o que sufran accidentes que los dejen fracturados y sin remedio –lo cual los llevará inevitablemente a su sacrificio– o que su adiestramiento es por sí solo un factor determinante para considerar las carreras de caballo como maltrato animal. ¿Usted qué opina?

 

Trasladémonos ahora a la caza de iguanas (aunque podría llevarse esto al resto de los animales silvestres que hay en torno a Ixhuatán). Por décadas esta ha estado en las mesas de los ixhuatecos. En caldo, tamal o frito, quién no ha consumido alguno de estos ejemplares. Aquí no hay opción: todas son usadas para comercializarse o el autoconsumo, es decir, están destinadas a morir. En este tema podría argumentarse lo que expuse en lo que respecta a los caballos como uso de trabajo: mientras se consuman racionalmente, está permitido. Así, los que cazan para comer estarían exentos de culpa alguna. Pero ¿qué sucede con los que se van al cerro y vuelven con decenas de estas –además, llenas de huevos–? Podría decirse que, mientras se trate de campesinos, está permitido, pues la comercialización de estas es su sustento. O no. Se trata de un animal que incluso recibe protección por parte de las autoridades ante su posible desaparición. Pero en Ixhuatán se han consumido siempre; entonces, ¿tradición o posmodernidad ecológica?

 

Y, si hablamos de la protección por parte de las autoridades a un animal, el tópico por excelencia es la tortuga de mar. De acuerdo con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, desde 1990 se estableció su veda permanente por peligro de extinción en distintos grados según el tipo del que se trate. A 100 pesos el nido, de botana en fiestas o cantinas. ¿Qué ixhuateco no ha consumido, por lo menos en una ocasión, huevos de tortuga? Pero el hecho de ser mareños sugiere que se trata de otro hábito ancestral. ¿Se cometen delitos al arrebatarlos de su hábitat o son las autoridades nacionales las que usan parámetros ajenos al lugar para evaluar el asunto? ¿O el problema, otra vez, no radica en su consumo sino en el abuso de este?

 

En todos los casos, evidente es que predomina una visión antropocéntrica del mundo. Variará de la radicalización que indiqué en un inicio para medir las dimensiones de los debates. Los más mesurados dirán que las viejas prácticas alimenticias rurales –iguanas, tortugas, etcétera– pueden perfectamente comprenderse en función de su especificidad. Pero todo parece indicar que los deportes como las carreras de caballos o los jaripeos y toreadas serían rechazados por cualquier individuo que se presente como pro animal. Y ni hablar de las peleas de gallos, donde la diversión radica en ver matarse a dos animales de una manera bastante fría.

 

Ningún ixhuateco, supongo, permitiría que alguien desde fuera trate de intervenir en lo que el primero hace al interior de su pueblo con sus costumbres y tradiciones; entonces, vale la pena preguntar: ¿hay alguna posibilidad del surgimiento de algún movimiento en defensa de los animales al interior de Ixhuatán o estos son solo sensacionalismo hippie? Dígalo usted.

Tomada de www.noticias.starmedia.com

De caballos, iguanas y huevos de tortuga

Michael Molina

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