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15/12/2015

 

“La Nación Mexicana es única e indivisible. La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”, dice el Artículo 2 de la Constitución mexicana en su última publicación en el Diario Oficial de la Federación, el  30 de noviembre de 2012.

 

En su apartado A establece que la Constitución reconoce y garantiza el derecho de los pueblos y las comunidades indígenas a la libre determinación y, en consecuencia, a la autonomía para:

 

I. Decidir sus formas internas de convivencia y organización social, económica, política y cultural.

 

Este mismo artículo reconoce, entre otros, los siguientes derechos:

 

IV. Preservar y enriquecer sus lenguas, conocimientos y todos los elementos que constituyan su cultura e identidad.

 

V. Conservar y mejorar el hábitat y preservar la integridad de sus tierras en los términos establecidos en esta Constitución.

 

VI. Acceder con respeto a las formas y modalidades de propiedad y tenencia de la tierra establecidas en esta Constitución y a las leyes de la materia, así como a los derechos adquiridos por terceros o por integrantes de la comunidad, al uso y disfrute preferente de los recursos naturales de los lugares que habitan y ocupan las comunidades, salvo aquellos que corresponden a las áreas estratégicas, en términos de esta Constitución. Para estos efectos las comunidades podrán asociarse en términos de ley.

 

Este reconocimiento de la composición de la pluriculturalidad del país podría ser uno de los sustentos importantes en materia legal para definir nuestra acción diaria en el ejercicio del derecho propio.

 

Es importante reconocer que los que vivimos el día a día en nuestros pueblos, más que sujetarnos a un principio rector por obediencia, debemos actuar en virtud de nuestras necesidades básicas para la existencia.

 

Oaxaca es un estado mayoritariamente indígena que necesita de los elementos indígenas para seguir siendo lo que hasta ahora es esencialmente. El principio por el que debemos regirnos no está en la ley, sino en la vida diaria. Ser lo que hasta ahora somos no implica que rechacemos vivir bien ni regresarnos al pasado, pero tampoco quiere decir que el futuro tenga que ser el capitalismo y sus desarrollos.

 

Cuando dice: “(Se han de) definir y desarrollar programas educativos de contenido regional que reconozcan la herencia cultural de sus pueblos, de acuerdo con las leyes de la materia y en consulta con las comunidades indígenas. Impulsar el respeto y conocimiento de las diversas culturas existentes en la nación”, habría que  precisar que,  para que esto sea posible, se debe dejar a las comunidades establecer sus propias formas educativas como lo ha hecho el magisterio oaxaqueño mediante la implementación del Plan para la Transformación de la Educación en Oaxaca (PTEO).

 

Jaime Martínez Luna en Educación Comunal 2015 (p. 84) afirma: “El PTEO es el ejercicio de una epistemología propia que se construye en comunidad, colectivamente en diferentes instancias, pero que tiene como sangre el conocimiento comunitario en todas su dimensiones”.

 

Esta epistemología propia necesita de sus herramientas didácticas propias cuya finalidad no es el ingreso de los educandos al mercado en que han convertido a nuestros pueblos y sus bienes naturales a los que estamos íntimamente relacionados.

 

Este mes las estudiantes de la preparatoria José Martí realizaron 15 entrevistas a diferente personas de Ixhuatán que publican en la revista Utopía de este mes de diciembre y comentan: “Nos dijeron que hay cosas que le gustan del pueblo: el mar, río, parque, ganadería, campos de cultivo, la casa de la cultura, la iglesia, la prepa”. Y que  por lo menos 10 de esas personas consultadas dijeron que cuando no hay agua en la tubería van a traerla al río.

 

Es decir, Ixhuatán está íntimamente ligado al río, sin el cual no tendrían vida sus cultivos, sus animales, el mar, sobre todo, el pueblo mismo.

 

Este río convertido en recurso natural, es decir, un río que puede ser comercializable (como ya lo es su arena, que se extrae masivamente), rompe con esa relación y por lo tanto con la tradición y costumbre, que no es folclor, sino sobrevivencia.

 

El PTEO, entonces, con epistemología propia, necesita de sus propias formas de estructurarse, para lo cual la ley estipula el derecho propio de los pueblos a hacerlo.

 

El Artículo Tercero en su fracción V. Asegura: “Además de impartir la educación preescolar, primaria, secundaria y media superior, señaladas en el primer párrafo, el Estado promoverá y atenderá todos los tipos y modalidades educativos –incluyendo la educación inicial y a la educación superior– necesarios para el desarrollo de la nación, apoyará la investigación científica y tecnológica, y alentará el fortalecimiento y difusión de nuestra cultura”.

 

Planteado como objetivo el desarrollo de la nación, la Constitución contradice el Artículo Segundo, pues los pueblos indígenas buscan el  buen vivir o la conservación de sus estructuras económicas, políticas, sociales, culturales, espirituales, en tanto que el desarrollo busca el mercado. Es decir, los objetivos no están en el mismo camino.

 

La educación necesita de los elementos propios de la lengua y de sus contextos para ser educación. Aquí es donde no entra la razón a quienes están imponiendo su reforma legal y evaluación punitiva al magisterio oaxaqueño. No se puede homogenizar la educación en parámetros laborales. No se puede aceptar una reforma que no toma en cuenta la propuesta creada colectivamente por quienes trabajan la educación. Mexicanos Primero, aun con todos los doctores en pedagogía de escritorio, no puede imponer sobre un Estado indígena su deseo de educarnos a una manera que no responde a nuestra finalidad de vida.

 

La educación que Mexicanos Primero está imponiendo es el comercio del conocimiento, mientras que el PTEO del magisterio oaxaqueño busca la vida misma como vida integral, con las propias formas de responder a las necesidades y búsquedas de la felicidad. Es más, la imposición de la hegemónica evaluación y reforma lacera la Constitución al no permitir la diferencia de formas educativas.

 

Llevar al maestro a punta de pistola a una evaluación es negarnos a los indígenas el derecho a enseñar esa diversidad que el Artículo Segundo de la Constitución señala.

 

Los magistrados que encuentran la reforma educativa constitucional para nada leyeron e interpretaron ese derecho a ser diferentes como pueblos originarios de este país, y, claro, ellos no saben de pedagogías y epistemologías indígenas. No saben que no buscamos mercado, no saben que buscamos vivir con y en el Ostuta cuando el calor aprieta.

 

“Decidir sus formas internas de convivencia y organización social, económica, política y cultural”, como lo dice el Artículo 2 constitucional, es decidir lo que queremos y cómo lo queremos. Una propuesta conjunta no puede estar por debajo de un acuerdo político manejado por intereses particulares.

 

Aplicar el Estado de derecho no es aplicar la negociación de un minúsculo grupo neoporfirista. Esa aplicación es facismo. Golpear, encerrar, matar a profesores y estudiantes no es Estado de derecho.

 

Dar la vida por defender un trabajo colectivo, en mi humilde opinión, es apostar a que tenemos la razón, a que hay convicción en el esfuerzo realizado (la convicción se defiende con la vida). Y esa es la manera como debe defenderse (yo no participé del PTEO ni soy de la CNTE). Hay contradicciones, por supuesto, lo que se va creando no es algo terminado, y todos nos equivocamos, pero el acierto de la educación en Oaxaca es que vamos construyéndola entro todos y todas. Reconocer los saberes ancestrales tiene su mérito: es reconocer que somos humanos y que tenemos historia y dignidad (término ya en desuso).

 

Desde esta perspectiva, considero que el magisterio oaxaqueño, lejos de tener miedo, debe hacer práctica, en el día a día, los planes que el propio magisterio ha creado y aplicarle la didáctica de la parcela, que a decir de Jaime Luna no es únicamente la hortaliza, son todas aquellas acciones que van más allá del salón de clase; es la práctica del saber ancestral conjugado con los nuevos descubrimientos.

 

Esta es la hora de demostrar que tenemos razón, es la hora de afirmar que nuestras epistemologías, por serlo, responden a nuestras necesidades, llevan descubrimientos y no necesitan de evaluaciones externas. Nuestros resultados se contraponen a la necesidad, a la comunidad, a la vida diaria, lo que ahí no se comprueba debe cambiarse.

De la diversidad y homogeneidad

Manuel Antonio Ruiz

Tomada de www.campusmexico.mx

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