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La sala de la escuela estaba llena. No es que fuera un gran auditorio, cerca de 50 personas había presentes, 8 de ellas tomarían la palabra.

 

Para iniciar nos reunieron en grupos donde dijimos quiénes somos, dónde estamos y qué queremos. Las respuestas, que, si bien tienen que ver con la filosofía, eran el inicio de un ritual. Las respuestas las fuimos compartiendo entre incienso, albahacas y símbolos que nos representan en nuestras culturas.

 

Más que comprender, nos fuimos haciendo aire, tierra, mar, pescado, incienso, que sea, oración. Y con ello fuimos haciendo el viaje al centro de la tierra, a la raíz profunda, a identificarnos, Ikoojt, binniza´, mixes, chontales, que éramos quienes compartíamos el momento.

 

Sorpresa nuestra fue que la mayoría de los quienes compartíamos el evento éramos de los que nos ponen la etiqueta de defensores comunitarios o defensores de derechos humanos. De ellos algunos ostentan título o trabajos de asesor financiero, autoridad escolar, agraria y religiosa, profesores, doctores en antropología, por mencionar algunos. Por cierto, a ninguno lo conocen por esos trabajos, sino por su defensa de la vida. Puedo presumir que compartí la mesa con Bettina Cruz, zapoteca recién exonerada después de un largo proceso lleno de irregularidades.

 

Como en pasarela fuimos caminando, compartimos trayecto de vida, aquello que nos llevó al movimiento social. De ello se dijeron cosas como: “Yo tuve la fortuna de estar nada más dos años en la COCEI. Deserté en 1978, cuando mi compañerito Héctor Sánchez empezó a robarse las becas de la Casa del Estudiante Juchiteco, donde yo fungía como coordinador junto con Jesús Vicente Vásquez y el compañero Óscar Cruz. Presumo que me dieron el cargo no por mi inteligencia, sino por bruto: me utilizaba para golpear, para atacar a los enemigos de la COCEI, o, más bien, de Héctor Sánchez y sus allegados”.

 

O una mujer cuya historia inicia en la COCEI cuando era niña, de la mano de su madre, mujer inconforme con lo establecido. Por su propia cuenta, al estar estudiando el Doctorado en Planificación Territorial, su investigación le lleva a hacer algo práctico y se involucra con los afectados por la instalación de los eólicos. No terminó el doctorado en España, se doctoró en defensa de la tierra y el territorio.

 

Alguien más comentaba: “Yo me integré a la asamblea en defensa al escuchar por la radio la información de los eólicos. En mi casa se hicieron reuniones informativas de las afectaciones y de los engaños que traían los contratos. Así que, cuando iba a la parcela, visitaba a los vecinos y les comentaba que no firmaran los contratos, que no dejaran instalarse a los eólicos. Así fue que me empezaron a amenazar, a perseguir”.

 

Volcamos el estómago y el corazón, que, para el caso, es lo mismo (laxidua’). Nos recordamos los ayeres (no muy lejanos) de maltratos y amenazas y nos complacimos con los logros obtenidos, que son abundantes.

 

Con el corazón volcado apareció el demonio interno, alguna persona no invitaba que representa a una de las muchas fracciones de la COCEI, que, por cierto, acaba de renunciar al PRD. Defendió su postura, a su hijo y su esposo. Arremetió contra unos de los ahí comparticionistas hasta que el obispo emérito la calló.

 

Y es que también tenemos demonios particulares, aparecen en los mejores momentos de la vida, que sea, cuando estás en el esplendor y alguien quiere derribarte. A esos demonios también se les llama cola (la cola que te pisan) o pecados. ¿Quién está libre de incoherencias? ¿Quién ha sido recto toda su vida? ¿Qué movimiento es puro? En la mejor intención se guarda una pizca de soberbia, de vanidad, de ego, de protagonismo e incluso de cinismos, venganzas y más.

 

Usé unos anteojos invertidos y viajé a las oscuridades del pasado. Un minuto de lucidez hizo ver la conspiración de 1810 y luego la de 1910 y aquellas reuniones entre campesinos analfabetas hartos del patrón, a quien tuvieron que romperle la madre nomás porque ya no lo aguantaban. Nomás por decir ¡Ya basta! Se unieron a la Revolución, y muchos de ellos nomás por quedarse con unas cuantas millas de tierra.

 

Repasé los rostros presentes y vi ahí los rostros de aquellos que decían que la tierra es de quien la trabaja. Y veo los objetivos: libertad, justicia, educación, respeto. Quiero que, cuando el extranjero se dirija a nuestra gente, no se dirija a un inferior, sino que me tome en cuenta. Que no me lance acuerdos: soy persona y tengo palabra y pensamiento para decidir qué quiero con mi espacio de vida.

 

Y resultó ser Ixhuatán un espacio de vida compartida. Y resulta que yo también quiero que los y las ixhuatecas no sean tenidos por inferiores, que tengamos la dignidad de decidir el futuro. Si es el mismo que el extranjero quiere, que así sea, pero que no lo dé por hecho. Que así sea, pero que no se lleve toda la ganancia. Los socios ganan al 50 por ciento o a partes iguales.

 

¿Quieres decidir el futuro de esta tierra? Realiza una propuesta para el futuro. Respetando la identidad (más que el pasado) y las formas culturales nuestras ¿qué podemos implementar para un mejor futuro de Ixhuatán? ¿Qué debemos hacer para fortalecer el trabajo, el mar, los campos, los animales, la industria y el comercio de Ixhuatán?

De la lucha a la propuesta

Manuel Antonio Ruiz

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