Tenemos el derecho a disfrutar
y vivir la sexualidad sin ataduras.
Lucas Cruz
Quise escribirte esta carta, la carta que te debo desde esos días. Hoy te lo escribo: fue esa historia, nuestra historia, de las que se quedan sin un final feliz. Te recuerdo enfundada en un vestido pistache la última vez. Fue nuestra última noche robada, y de ahí cada quien rodó por el mundo hasta que, mucho después, nos encontramos. Muchos años y dos hijos nos separaron. Cargabas una Biblia y vestías de largo. Otras veces te enfundabas en mallones, y tu extrema delgadez no terminaba de reconciliar con tus senos ubérrimos.
Tú salías con miedos al mundo; yo, de otros demonios no reconciliados que, al final, terminaron por separarnos. Nunca fue buscada esa reconciliación, y, a pesar de tus suaves maneras, tus generosos abrazos, tu entrega total, valió para mí más la ira extraviada pese a que que tus propias cadenas no te dejaban vivir lo que vivíamos. Había una canalla brecha, un camino de prejuicios, de trampas ideológicas pintadas de pecado y castigos que nunca se cumplieron, a no ser de nuestros infiernos, los que construimos al final.
Quise iniciar diciéndote: "Nunca he sido recibido en tanto humedal como contigo. El aprender conmigo no dificultaba recibirme con esas ansias. Aprendías a cabalgar, y nada era mejor que esos días en que la pasión era nuestra. Todo inició aquella tarde en que te convencí a ir a las cabañas. Partimos con la promesa de no intentar hacer el amor, y fue lo último que cumplimos. No iniciaba la noche, y nuestros cuerpos ya estaban desnudos. En la mañana bebí de tu manantial y, por vez primera, te vi completa. Antes, mis manos ya te habían conocido.
“Nos paseamos desnudos desde la cocina hasta el baño. Era una luna de miel robada, y aprendiste a mentirle a tu madre cada vez que nos escapábamos. La Biblia quedaba para una mejor ocasión, esa que nunca pudo lograr nuestra entrega porque tus demonios de remordimientos no te dejaban cuando en la soledad de tu recamara llegaba”.
Fuimos a las velas, a Ixhuatán en verano. Crucé a hurtadillas hasta la habitación donde dormías y a donde na Chica, mi abuela, había puesto tranca y trampas para que no pudiera acceder a ella. Y en la hamaca me recibiste, y ahí la lluvia fue cómplice y amante de lo que verdaderamente se entrega a los 20 años y se da sin medida.
Tú andas hoy fuera de toda aquellas ataduras. Me alegra y celebro que lo lograste. De mí solo se que, si alguna vez pude ser de tu vida, lamento no haberlo compartido. De una vez te digo gracias a la distancia y por leer mi carta, la única que te debí haber enviado desde hace muchos años a tu casa.
Postdata: si alguna vez nos vemos, que sea con alegría gozosa.
Pante: ya falta menos para el 13 de junio, para el agua de lodo de los panoptiquerxs. Guayabera y cohetes ya esperan para ese día. Las botanas por igual.
De una carta que no fue enviada
Joselito Luna Aquino
Tomada del sitio www.sanandolatierra.org