Cuentan nuestros más viejos y viejas ancianas y ancianos, que son los más viejos abuelos de nuestros abuelos, de un gran jabalí, el más grande que nunca hemos podido ver, que se vivía en medio del gran bosque que nuestros ojos tampoco pudieron ver, pero que fue en este preciso pueblo donde despojamos las hojas de la naturaleza para hacerlo casa.
Contaban y contaban historias, y ahora se las cuento para hacer memoria colectiva, que sea, para hacer memoria histórica de nuestro gran pasado y presente que vamos olvidando.
Sucedió que la gran catástrofe causada por los malos naguales que del norte llegaron hizo que se sintiera la gran necesidad de reconstruir la vida. Se quedaron muertos los árboles y muertas las aguas. Grande pestilencia llenó la tierra. Grande pena vivían los más humanos y los más animales. Lloraban las plantas para hacer nuevas aguas, de ahí es que nació el sauce llorón que está a la orilla del río haciendo nueva agua.
Este viejo jabalí, el más grande que ahora les cuento, se agarró los caminos y se puso a preguntar a todo aquel que tuviera memoria: “¿Cosa hacen ustedes para curarse?”, preguntaba y escuchaba y lo apuntaba para que la memoria reviviera.
Fue así que llegó a preguntar a los humanos cosa se hace para curar, y, entonces, forzando la memoria encontraron lo que les cuento.
Con voz quejumbrosa, enternecedora, palpitante y llena de calor, una anciana contó:
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En las comunidades, las prácticas medicinales locales se siguen utilizando y son complemento de la medicina del hombre de bata blanca que vino a matar nuestro saber para vendernos inyeciones y tabletas, a ese hombre se le hizo llama el señor “dotor”. Pero nosotros, ante una enfermedad, acudimos primeramente a remedios caseros, y, si la enfermedad continúa, se le visita en la clínica. La mayoría de las comunidades tiene clínica o casas de salud que, cuando tiene medicamentos en existencia, les proveen de estos.
Una mujer más joven, y orgullosa ella, contaba:
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El programa de Oportunidades que hora cambia su nombre pa’ seguir engañando y se llama Prospera es el que marca las pautas de salud citando a talleres mensuales. Es a través de este programa que se ha logrado la asistencia periódica a la clínica a sus revisiones ordinarias; sin embargo, hay una carencia de medicamentos y mala atención en el hospital, siendo los de bata blanca particulares una opción en casos urgentes, de noche o en enfermedades o accidentes de mayor peligro. Estos “dotores” cobran caro y es usual que la gente no pueda cubrir el costo, teniendo que recurrir a endeudamientos.
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Antes había parteras -dijo otra mujer que andaba arriendo a sus chiquillos desobedientes-. En la mayoría de las comunidades se ha perdido la práctica de las parteras como acompañante del embarazo, parto y puerperio. En El Morro, en Chahuites, en Santa Rita y Río Viejo existen parteras; la de El Morro es quien trabaja en vinculación con la clínica de Ixhuatán asistiendo partos en el centro de salud. Dicen que es malo aliviarse en la casa.
Un señor arrugado y de al carácter comentó:
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En los años 90, la parroquia realiza acciones de formación en medicina tradicional, se imparten diversos talleres y se crean botiquines de primeros auxilios con herbolaria, masajes y acupuntura, se crea la figura del promotor de salud popular. Esta experiencia en las comunidades pertenecientes a San Francisco Ixhuatán no se consolidó, aunque sí se sigue practicando en comunidades de San Francisco del Mar y Zanatepec. En Reforma de Pineda aún existe un botiquín y una promotora de salud popular con esta formación
Ya la plática sacada, otras gentes se animaron a comentar que también en las comunidades existen personas que, como oficio, se dedican a la salud de las personas mediante estos saberes populares. Entre estos curanderos o sanadores hay algunos que solamente reciben a las personas para limpias, empachos, masajes y cuestiones menores; otros más, que, teniendo este don también ejercen la hechicería, actúan como médiums de algún espíritu para curar a las personas: al llegar la persona a consulta entran en trance y adivinan las enfermedades o incluso el pasado o el futuro de alguna persona; a ellos también acuden los que han perdido alguna cosa; otros más utilizan la magia negra.
Con más preguntas se quedó aquel jabalí, se agarró nuevamente el camino y se preguntaba: “¿Cómo puedo ocupar este saber para curar este este mundo que muriendo está? ¿Quién estará dispuesto a compartir sus saberes medicinales para que la vida sea menos cara y más vida? ¿Quién estará dispuesto o dispuesta a aprender estos saberes sin hacer negocio con ello? ¿Cómo hacemos para recuperar la confianza en los saberes básicos que se cultivaron y perfeccionaron por generaciones? Que sea, que ya están comprobados por la práctica aunque el hombre de bata blanca lo niegue porque no pasó a un laboratorio alemán. ¿Qué hacer con tanto saber sepultado en la mentira y el negocio?”.
Caminó y caminó el gran jabalí por los bosques ofreciendo aquellos saberes y llamando a aprender a ser autónomos, a valorar lo propio, a creer que la vida puede renacer.