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"Ven para acá" eran las palabras de mi madre mientras corría con una pelota en la mano a la calle. Era una tarde maravillosa, calurosa como de costumbre; el sol en su máximo esplendor; un mundo completamente distinto al de hoy, como dirían los mayores, "un mundo de sueños" donde las preocupaciones no existían y la vida era bastante tranquila.

 

Aún recuerdo los gritos de mi madre, y no eran del todo agradables; su mirada amenazaba con un chicote o un cinturón que papá colgaba al llegar del trabajo mientras mis amigos y yo jugamos a la pelota descalzos, tapando las calles con dos piedras como portería y nos sentíamos en la Copa del Mundo en el estadio lleno de polvo, jugando por horas hasta que el sol dejaba de brillar y aparecían las más bellas artes de Dios y una lumbrera tan hermosa.

 

Ah, qué tiempos tan hermosos. Las patitas hasta dolían de tanto patear y estaban llenas de tierra de tanto jugar sobre el polvo. Hoy, si intentara correr descalzo en esas calles que me vieron crecer, creo que me saldrían ampollas, aunque valdrían la pena. Ahora solo veo a los herederos corriendo y gritando en esas calles mientras corren descalzos tras un sueño.

Descalzos

Manuel Robles López

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