13/12/2015
Llegaron las fiestas decembrinas, las posadas, la rama, el viejo. Una vez más Guidxiyaza nos espera; sin embargo, un ambiente enrarecido se hace sentir y la confusión se apodera de todos.
La emoción por que llegue el último día de clases o de trabajo no parece tan desbordada como antes. Incluso hay quienes han cambiado de planes. El reencuentro con los viejos amigos se torna indescifrable.
Hay quienes afirman que se trata del movimiento de la modernidad en el pueblo. Ese pueblo en el que de quienes había de cuidarse eran del Cadejo, una Marrana Enfrenada o una novia desconsolada (http://goo.gl/v8bwcO), los cuales desde hace un tiempo fueron ahuyentados por espectros no ilusorios (http://goo.gl/3LBf7G). Ese pueblo que no le importaba absolutamente a nadie más que a nosotros, con lo que bastaba y sobraba. Ese pueblo de tranquilidad, armonía y solidaridad.
¿Por qué nos lo arrebatan? Si cuando nacimos ni siquiera había una antena para celulares, objetos de deseo hoy por las noches. Si cuando los vacacionistas llegaban era porque comprendían que las mieles del mundo urbano no se comparan con el delicioso polvo de nuestras calles. Esas calles que eran en verdad nuestras, que nos invitaban a recorrerlas a toda hora, que nos acariciaban con raspones en las rodillas y las manos producto del come-queda, el encantado y el escondite. Y no me refiero a esa versión moderna del escondite, esa que ahora se practica y en la que ninguno quiere participar.
Y no es por reaccionarios que muchos nos oponemos a esta nueva faceta del lugar entre palmeras. Entendemos el movimiento dialéctico de toda sociedad y somos parte del mismo; pero no admitimos la decadencia disfrazada de revolución. Porque, si de modernidad se trata, llévense su tecnología, su desarrollo y su ensalada de propaganda y déjennos vivir tranquilos como estamos acostumbrados.
No se trata de pedir limosna, sino de exigir lo que nos corresponde. El diezmo fue invención del Medievo occidental, no un concepto tributario para vivir en una falsa paz en un sitio que nada tiene que ver con monarquías ni con inquisiciones (por lo menos en el sentido religioso, pues una versión bizarra parece autoproclamarse heredera de la función del Santo Oficio español).
Devuélvannos nuestras bicicletas, nuestras carretas, nuestras muñecas de trapo; devuélvanos nuestro lodo, nuestros hules, nuestros elásticos; devuélvannos a nuestros Cadejos y nuestras creencias. Devuélvannos nuestro pueblo.
Devuélvannos nuestro pueblo
Michael Molina
Tomada de www.es.advisto.com