Entonces ¿te vas a casar sin amor? No, papá, me caso sintiendo un inmenso e imperecedero amor. Laura Esquivel
De niña, de tanto comer caldo de pescado, la terminó hartando; su paladar derivó el hastío por ese guiso socorrido por su madre, nada pudo contra eso. Pero el tiempo lo cura todo y hoy come de ese caldo como si fuera su último platillo.
De niña pasó sus días entre el drama de perder a dos hermanos varones y bañarse en las lagunas que se formaban en las orillas de Cerritos, zanjones se llamaban por ese entonces. La muerte la colocó en la nada cómoda posición de hija mayor, cargando responsabilidades desde entonces como hasta ahora. Y con esa sobrelleva los avatares de toda su familia.
Caminaba de la mano de su abuela materna cortando flores del campo mientras viajaba a pie, como todos los pobres de su época a Ixhuatán. Su misma abuela fue quien insistió en tener casa, y allá se fueron a vivir. No faltó quien la discriminara en la escuela; su pobreza marcó el que la relegaran de los bailables o de la misma enseñanza, pero pudo más su carácter fuerte, ese heredado de aquellos artesanos de la séptima sección de Juchitán, quienes sirvieron al ejército chegomista y charista.
Platicamos entre sus pausas de la cocina, esa que la tiene en los cuernos de la fama. Ella que hoy cocina para grandes empresarios, políticos, académicos, artistas, estrellas, politólogos y una larga, larguísima lista de clientes, disímbolos como diversos en ideologías como en gustos culinarios.
Platica hoy ya con natural soltura, pues le da lo mismo a estas alturas de su vida atender una entrevista de la cadena Fox como la de una revista de circulación local. A ella parece no importarle verse en el Newyorker, en el NatGeo o en el Reforma. Para ella esa fama no marca ni sus tiempos ni su vida.
Se sabe atractiva y lo refuerza. Le gusta ser el centro y le divierte. Se esmera en su cuidado y vive intensamente como si tuviera 20 años. Baila un son con gran soltura, que brilla al igual que las joyas que cuelgan en su pecho. No pasa inadvertida y ella, solo ella sabe que es un gran ave y disfruta mostrar su plumaje.
A sus años no pierde su atractivo y se da lujos de adolescente en las cosas del amor, que solo en la juventud se permiten. Ella sigue siendo joven en su corazón y no oculta mostrarla con su imparable agenda, que, en un día da clases, atiende su cocina, da entrevistas, un banquete y todavía tener ánimos para ir a una vela, todo eso junto y dormir hasta tarde, muy tarde. Insisto, esa juventud sigue con ella.
Deyanira ni siquiera es su nombre, pero es el que le gusta, se nombra, estimula a que la llamen así y fomenta. Suele ser intransigente con ella y con quienes quiere, no admite medias tintas, no permite verdades a medias. Le duele la injusticia y es ácida y puntillosa en ver errores, propios y ajenos. Difícilmente podrán verla ser seguidora de discursos; sabe y se mueve en tres o cuatro ideas que le dan la perspectiva del mundo. Ella no admite la soberbia, es generosa con los que menos tienen.
Ama el arte, guarda una colección particular de obras que sus amigos artistas le legan, le preocupa su destino, piensa en donarlas a los ixhuatecos, pero teme que terminen en la casa de los políticos locales de Ixhuatán. "He visto lo que hacen, que me desalientan", afirma.
Ama las plantas y las flores; cuando llegas a su casa, es imposible no percibir el cariño que les dedica. Vive rodeada de libros, discos, pinturas. Nada en el arte le es ajeno, tanto que en las velas de su pueblo se ocupa en rescatar la memoria oral, es incansable buscando trajes, carretas, resplandores, mayordomos para que la tradición no se pierda.
Da asilo al perseguido político, refugia a artistas en apuros, consuela con sus guisos a bohemios de la vida y se le va la vida en recibir a su mesa a quienes se han ganado su cariño.
Extraña su pueblo y lamenta haber partido a tan temprana edad, le duele no saber qué rosas eran las favoritas de su madre o qué dulce era el preferido de su abuela.
Ha pedido que, en su última morada, en Ixhuatán le bailen “La Paulina”, ese bello poema que Andrés Henestrosa le puso a una música no menos bella. Ha pedido que las flores del campo la acompañen en la misma quietud de la muerte que acompañó a la Tía Chofi, la del poema de Jaime Sabines, una soltera como ella, pero sin la grisura de esta.
Convencida de que su soltería fue el acto más responsable y contestatario posible para su época. No le importó antes y, mucho menos, ahora haberse mantenido en soltería; está convencida de que la vida en pareja pudo ser difícil para ella. Se repite en la mesa de que en su pasado fue una mujer asiática, pues come arroz a raudales y disfruta enormemente hacerlo todos los días.
Quiere ser recordada; no le preocupa la temporalidad sabiendo que la posteridad es suya desde ahora.
Ringlera:
Viaja Deyanira Aquino a Roma a finales de noviembre al Vaticano llevando sus guisos a esas latitudes.
Artículos van y vienen en esta semana sobre ella. Se acumulan en su librero.
No espero que este artículo sea el mejor escrito sobre ella, se lo he dicho y generosa me dice que ya quiere leerlo. Me agradece que escriba de ella. Yo también le agradezco el gesto.
Pocos oaxaqueños pueden decir que han sido entrevistados por tantos medios norteamericanos y europeos; ella lo niega, no gusta de alardearlos tanto.
Le fascina la cámara y la cámara a ella. No lo dice, pero yo que la he visto en las grabaciones, ese hechizo mutuo se nota.
Pante:
Tiene el privilegio por el que muchas treintañeras matarían: el abrazo y beso de Luis Miguel y Gael García Bernal. Y que le digan que la aman.