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Dictaduras capitalistas

Juan Henestroza Zárate

11/11/2016

 

Escribo justo el día en que se cumplen 27 años de haberse derribado el Muro de Berlín y con él el principio del fin de la Guerra Fría. De entonces a hoy el mundo ha caminado en la dirección que debe caminar, ni más ni menos. El que unos estén a favor de la ruta transitada y otros estén en su contra es lo que siempre ocurre, y de ello no hay por qué sorprenderse y mucho menos asustarse.

 

En 27 años la población del mundo no se ha detenido en su crecimiento; por el contrario, se ha reproducido como nunca. Ninguno de los clásicos jinetes del Apocalipsis ha impedido dicho crecimiento; por el contrario, sigue observándose el viejo fenómeno de que la población crece donde es más complicada la vida. Así, donde hay guerras, epidemias y crisis humanitaria y ambiental, la gente, como compensación, abunda sobremanera.

 

La distribución de la riqueza no solo sigue siendo desigual, sino que la brecha entre los que nada tienen y los que les sobra lo que tienen es muy amplia. Al parecer se ha llegado a un punto en que a nadie o a muy pocos parece importarles la suerte de los demás. La indiferencia social es propia de este tiempo, lo mismo que la histeria por el protagonismo, el consumismo y la extrema vanidad.

 

Solo en un segmento pequeño de la juventud se observa un afán de querer cambiar el statu quo. Pero no pueden hacer mucho con sus discursos idealistas y justicieros, gritos entrañables y protestas de toda índole, incluso ni con sus sacrificios extremos. Ello porque los de mayor edad les salen al paso con el mismo  lema que antaño usaron las fuerzas llamadas progresistas: “¡No pasarán!”. Aunado a que se vive con carencia de verdaderos ideólogos y abundancia de falsos profetas y charlatanes, las luchas justas terminan pronto en terrible desencanto y dan nacimiento a demagogos. Pareciera que el río de la historia, en vez de llegar al mar como debiera, regresa a donde dio comienzo: a lo subterráneo u oscuro. El mundo, pues, tiene ahora más gente de mayor edad.

 

En todo el mundo ocurre un fenómeno histórico al que aún no se le pone nombre y que a mi manera de ver es una regresión. Al parecer se terminó la era en que la humanidad confiaba en el progreso, entendido este como niveles satisfactorios de bienestar para la humanidad. Nuestra evolución social se halla inmersa en un hoyo, si no es que perdida en una profunda caverna. Se ha impuesto la ganancia por encima de cualquier otra consideración. Para lograrlo, las naciones poderosas –que con miedo han visto menguar su influencia y riqueza– recurren al nacionalismo, al cierre de las fronteras, a la construcción de muros y a la creación de guetos. Sí, se están dando pasos en la dirección que conduce a la construcción de campos de concentración.

 

La vieja guardia –entiéndase adultos, blancos, adinerados, conservadores– del mundo tiene de vuelta en sus manos el poder cuasi absoluto. No solo eso, sino que está decidida a usufructuarlo del modo que el mismo poder les dicta. No está dispuesta a conceder libertades si estas no favorecen sus planes. Para ella este es un buen momento para clavarles las garras a las sociedades poco o nada politizadas o cultivadas; adormecerlas con discursos del aquí y ahora mientras aletargan al futuro o francamente lo ponen a hibernar.

 

La historia cuenta qué han hecho los poderosos de la tierra cuando concentran el poder. No es solo la suerte de los migrantes de todo el mundo la que está en riesgo. También lo están todas las minorías y poblaciones vulnerables y quienes piensan diferente a los cánones dictados por el que manda. La discriminación, xenofobia y racismo han vuelto por sus fueros. De ahí a la limpieza étnica solo hay un paso.

 

¿Estamos ante un cambio de paradigma social en el mundo? Las señales, por lo menos, hacen pensar que sí. Como si el mundo, cansado de probar sistemas de explotación que terminaron por no satisfacer, buscase ahora revulsivos que trastoquen todo y a partir de ello crear un nuevo ente. ¿Volverán las conquistas de territorios a la vieja manera de siglos pasados? ¡Quién sabe! Lo que sí se sabe es que muchas naciones pobres y manejadas por oligarquías y mafias desde hace rato entregan las riquezas al capitalismo sin importarles la suerte de sus connacionales. “Los ricos unidos jamás serán vencidos”, diríamos, parafraseando a Sergio Ortega Alvarado.

 

Al parecer, los tratados de comercios ya no tienen satisfechos a quienes los inventaron y catapultaron; las guerras selectivas, tampoco. La venta de armamentos ya no es tan lucrativa como antaño porque hay más competencia. El mismo terrorismo que las naciones poderosas prohijaron y patrocinaron ya no les resulta rentable. Por eso les urge, pues, crear un ente que ponga las cosas en su lugar, que sedimente lo que anda disperso y no les conviene. Y no hay mejor ente que el nacionalismo a ultranza que se nutre de militarismo, Guerra Fría e invasiones. Tensar la cuerda hasta el punto que creen tener el control, aunque nunca falta, entre ellos, un loco que piensa que si la rompe saldrá ganando más que nadie.

 

Posiblemente, pues, estamos en vísperas de las incursiones de las hordas ya no mongólicas –aunque quien sabe–, sino capitalistas revestidas de dictaduras. Esas que han estado mutando para engullir toda la materia prima que requieren sus poblaciones nunca ahítas en su obsesión consumista. Ah, pero eso sí, ¿eh?, todo a nombre de Dios, porque en Él tienen depositada su confianza. ¡Sí, señor!

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