Pareciera que el tiempo no pasaría… y sigue caminando con el tictac incesante del reloj.
Doña Leonarda y su hija Dalila. Me llegan a la memoria aquellos tiempos en que me escapaba de la casa para ir a ver cómo aquella viejecita de estatura baja, de andar delicado y mirada fija era la responsable de elaborar los más exquisitos caramelos que vendía bajo el árbol de tamarindo y mango plátano a la orilla de la calle. ¡Qué delicia!
Sin que se diera cuenta doña Leo, me introduje a su casa (por cierto, ahora le encuentro parecido al castillo del Conde Drácula cuando la recuerdo). Estaba atizando el fuego en ese momento; distraída, no se dio cuenta cuando la observaba. En un recipiente de metal introducía un kilo de azúcar; después le puso un poco de agua y empezó a hacer movimientos circulatorios; inmediatamente después comenzó aquel aroma exquisito del caramelo, y, para darle un sabor más especial, le exprimió medio limón a aquella mezcla incandescente.
“¡Quiúbule, chamaco!”, una voz gruesa a escasos centímetros de mis oídos. Dalila me tomó del hombro y me empujó hacia adelante, y tía Leonarda solo me observó. Le dijo a su hija: “Deja a Cleme, ¿no ves que viene a comprar caramelo? Siéntate, chamaco. ¿Cuánto vas a comprar? Aquí tengo de los que ya cocí desde temprano; también tengo mangos, pulpa de tamarindo. Anda, prueba y vas a ver”. Un poco temeroso porque Dalila no me quitaba la mirada de encima, mientras balbuceaba palabras entre sus pequeños labios y apretaba los puños, entendí que estaba en serio enojada.
Después de haberle comprado a doña Leo los caramelos hechos por ella misma, decidí retirarme, solo que lo hice por el lado opuesto, por la casa del tío Rogelio.
Al llegar a casa, me propuse realizar aquel secreto que mis ojos habían revelado: los famosos caramelos de doña Leonarda. Confieso que no me equivoqué con el sabor, pero no evité que me pegara una gran quemada con el azúcar en ebullición.
De ellas dos ya no volví a saber nada. Sé que el tiempo se ha llevado esos recuerdos, como también al sabor de sus caramelos sabor limón.
Reflexión: al igual que doña Leonarda, existen varias mujeres mayores de edad que viven solas, sin que nadie les brinde algún apoyo económico para sufragar sus gastos más necesarios; aparte de ello sufren, por la edad, enfermedades que necesitan atención médica constante. Ojalá que personas relacionadas a las dependencias de gobierno las puedan contactar para ofrecerles una mejor atención y puedan sobrellevar los momentos que les toque enfrentar a la vida.
Doña Leonarda y su hija Dalila
Clemente Vargas Vásquez
Tomada de www.enfoquederecho.com