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27/10/2015

 

Fines de la educación

 

En el mundo indígena la educación es resultado de un proceso de inserción en la vida comunitaria y una práctica de la sabiduría encontrada, descubierta, recibida, intercambiada, que a su vez es asimilada y manifestada. La educación comienza con el “buenos días”, y el día bueno que se hace de él.

 

En las asambleas comunitarias, las propuestas tienen mayor peso (prioridad) si vienen de una persona con vivencia (al grado de considerársele sabia en nuestros conceptos) que de una que tenga muchos conocimientos e incluso muchos títulos escolares. Es decir, la educación y el conocimiento se reflejan en la moral (entendida esta en el término etimológico Mor-moris, que equivale a nuestro término costumbre arraigada, con principios, razón por la cual se le equipara con el término ética). No es que se desvalore el conocimiento teórico-intelectual, sino que se exige que este cocimiento sea respaldado por la acción. El conocimiento se aprende, se vive y se comprueba en el día a día.

 

En las distintas instituciones de corte occidental se da prioridad a los datos contenidos en la memoria; tal es el caso de las instituciones que promueven concursos de conocimientos y otorgan galardones a quienes obtienen los primeros lugares. Estos jóvenes que participan en tales concursos en muchos de los casos tienden a disminuir su contacto social y actividades extracurriculares para obtener mayor número de datos que les hagan ganadores de dichos concursos. La razón por la que se justifica este tipo de prácticas es que cuando hayan concluido los estudios académicos será cuando pongan en práctica tales conocimientos. Por mi parte me permito oponerme a tal práctica por dos simples razones:

 

  • En nuestro país no hay cupo para quienes terminan una licenciatura, de tal manera que no hay lugar para que pongan en práctica sus conocimiento, por lo que hay una tendencia a abandonar el país para encontrar trabajos en el extranjero.

 

  • Al terminar el nivel licenciatura, la persona debe continuar estudiando un postgrado para actualizar su conocimiento, cuando en muchas oportunidades puede actualizarse con la práctica y la investigación, situación que pudo haber practicado desde los primeros estudios.

 

La escuela, al terminar una etapa de la formación, otorga un título, muchas veces vendido, como es el caso del acuerdo 286 para acreditar el bachillerato y la licenciatura. El primero cuesta 3 mil 500, y el segundo, entre 9 mil y 13 mil pesos: se presenta un examen general de conocimiento, la tesis y el servicio social y tenemos certificados legales. Si bien la persona tiene conocimientos, el saber hacer algo queda fuera del paquete educativo de forma que, al terminar una etapa de estudios, la escuela entrega a la sociedad a un inútil con título a un precio muy alto.

 

Entonces diremos, a manera de afirmación, que la finalidad de la educación, si puede llamarse de esa manera, es:

 

  • Plantear a los educandos, el mundo, la sociedad, su situación de vida. Y, basados en esta materia de estudio, promover las soluciones para hacer de su comunidad un lugar habitable, el lugar donde el ombligo obliga a regresar.

 

  • Los tratos y las condiciones inhumanas en que se vive, es decir, cada día a la persona se le trata como objeto: en el mercado, en la religión, en la escuela, en el cine, a la persona se le trata como consumidor, como a alguien sin conciencia de sí mismo y de su entorno[1] que tiene que escuchar y obedecer sin decir su palabra; deben ser materia de estudio para su transformación.

 

  • La tarea del educador, y de todo individuo, es contribuir a la humanización de la persona[2] y dejar de poner tanta atención a la recepción pasiva de respuestas a preguntas no elaboradas. Es necesario que el educando y educador (niño, joven y adulto) entren en “un proceso de comunicación y asimilación sistemática y crítica de la cultura para la formación integral de la persona”[3].

 

  • La práctica de la construcción de un mundo habitable, en todos los sentidos, es la tarea de quien vive porque los que venimos a esta tierra, entre otras cosas de menor importancia, es a vivir. Entonces, para vivir, trabajamos, nos vestimos, comemos, nos curamos, nos divertimos, cohabitamos, nos relacionamos. Sobrevivir o supervivir es indigno. La educación que no se centra en la vida no es educación. Podríamos llamarle enajenación, adormecimiento, dominación o idiotificación, pero jamás educación.

  • La educación comunitaria desecha la cultura que invade y se vuelve, entonces, productora; productora de sus propios medios para vivir, y a esa producción se llama cultura. Sí, el anciano que construye una casa de barro y teja es productor de cultura. El que labra la tierra produce cultura porque lo que sus manos transformen eso es cultura.

 

La comunitariedad de la educación

 

En el ámbito comunitario, donde la gente se conoce entre sí y tiene más o menos las mismas costumbres y forma de vida, la formación debía de tomar en cuenta esa cultura. Aquí en la comunidad la tarea del educador no consiste, por tanto, en vaciar conocimientos en la mente pasiva del alumno sentado en un salón. La tarea es propiciar el despertar de la conciencia para que los ojos sean para ver. Que pueda admirar su situación y pensarla. Ir a la escuela no tiene que continuar siendo una actividad pesada y despreciada, más bien puede ser una actitud ante la vida. No se trata de aprender a leer o tener un título profesional para ser alguien, más bien se lee para pensar[4], se estudia para resolver las situaciones críticas de su sociedad y su tiempo.

 

Para que alguien pueda responder a la necesidad de la gente de su época es completamente necesario conocer su época, su gente, sus problemas, sus aciertos, y esto no se logra con ver televisión o analizar problemas escritos en libros que vienen de otras realidades, leer revistas de maniquíes que pasan en televisión: es preciso leer el acontecimiento diario en el actuar cotidiano de las gentes del pueblo, pensarla y confrontarla con la experiencia escrita y de los investigadores; enseguida, sacar conclusiones sobre las necesidades que resuelve y el compromiso por transformarlas, o ¿para qué leemos un libro? ¿Para qué aprendemos conceptos?

 

En esta situación de educación deja de haber maestros educadores y alumnos a quienes haya que educar, desaparecen los depositarios del saber y los depósitos a llenar, se pasa de un sabelotodo y un ignorante a dos iguales que pueden verse cara a cara para dialogar. “El educador ya no es el que educa, sino aquel que, en tanto educa, es educado a través del diálogo con el educando, quien, al ser educado, también educa”[5]. Dirá más adelante el mismo Freire: “Ahora, ya nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan en comunión, y el mundo es el mediador”.

 

La educación que no libera a las comunidades tampoco es educación. Hace falta vernos como iguales, cara a cara, a los ojos, como quien no teme, como quien se acompaña y colabora para vivir en la misma casa, la casa de la madre tierra.

 

¿Estaremos (maestros, padres de familia, educadores religiosos, autoridades, organizaciones) dispuestos a practicar la humildad para escuchar al estudiante-maestro, educando-educador, autoridad- subordinado y entrar en diálogo con él para que la cultura siga su proceso?

 

La comunitariedad de la educación necesita de la participación en la forma de educar, desde enseñar en la casa hasta participar en la definición de los programas escolares y verificar que los resultados se den en la vida diaria. Que siga habiendo maíz, frijol, chile, calabaza para comer; que siga habiendo río para ir a bañarse, a enamorarse, a desflorarse, a despejarse; que siga habiendo bosque para tener madera para la casa, para que haya animales para poder comer carne.

 

La participación comunitaria en su destino, en la educación para llegar a él, habrá de abolir la obligatoriedad de la escolarización porque entonces se podrá ir a la escuela por gusto y no mediante amenazas. Los resultados de la formación se verán día a día, en la práctica y no en exámenes copiados. Entonces no serán necesarios los papeles que certifiquen, sino el resultado de lo que se hace. Entonces podemos llamar sabio e inteligente al anciano que sabe sembrar maíz, a la anciana que sabe la hora en que va llegarle el parto a la mujer, a la vieja que sabe que con panocha se cura la infección del estómago y da fuerza para el parto[6].

 

¿Es posible que colaboremos en que los ojos o eso que llamamos alma, la mente, sirvan para ver? Para ver lo que pasa a nuestro alrededor ¿es posible que en vez de educar pudiéramos todos aprender a sacar agua de un pozo, cuidar un árbol, limpiar el río, cuidar la casa, y a los que viven en ella aprender en la práctica que lo que las tiendas venden, como golosinas, es basura empaquetada y por lo tanto no debe comerse?

 

Bueno, me pueden decir ahora: ¿cómo vamos a aprender si estás hablando mal de la escuela? Creo que tenemos que ir al encuentro de los que ya saben. Por ejemplo, si yo me encierro con 30 personas a escuchar al maestro de biología, que quiere reprobarme, pero si ese maestro no ejerce lo que enseña, entonces no me forma porque puede decir lo que dice un libro, pero no sabe si eso es verdad, su verdad se fundamenta en otro. Pero si me encuentro con el que está haciendo la investigación, mi aprendizaje será distinto. En la comunidad entonces hay que recurrir al veterinario que está en el campo, al campesino que bien puede llamarse ingeniero-meteorólogo, que produce maíz, tomate, frijol; hay que aprender viendo, escuchando, reflexionando y, desde luego, leyendo. No estudiemos sobre el mundo, estudiemos al mundo.

 

Desde la experiencia obtenida en Cecaci durante cinco años, que me permití estar ahí, puedo decirles que aprendí que se puede promover proyectos sin tener grandes sumas de dinero para echarlos a andar. Se necesita voluntad, ingenio, tener el corazón ardiendo en ganas de destruir el hambre y la miseria, tener la sangre roja y caliente para decirle al que inventó la pobreza que no tiene dominio sobre nosotros y que la muerte no puede vencer la vida.

 

Es mi esperanza que un día volverá a brillar el sol de la justicia en lo alto. No será el sol quemante que deshiela los glaciares, no será un sol nacido del sacrificio de los dioses menores ni querrá sangre humana para que exista el movimiento. Será un sol que alimenta las milpas para dar buen maíz porque lo habremos construido todos. Será la era del sexto sol. Un sol que retoma los cinco anteriores y pone la bases para uno más donde la vida se reinventa en cada paso. Una vida abundante para todos y todas.

 

[1] Comprobemos esto con solo un ejemplo: se solicita el matrimonio religioso de jóvenes entre 15 y 17 años. La razón por la que los padres quieren que se casen es porque ya pueden sostener una relación sexual y porque ya tuvieron la primera; para nada se tienen en cuenta el futuro, la familia, la economía, la educación propia y para los hijos. En una palabra, el adolescente solo es objeto del sexo.

 

[2] Los fines de la educación como lo llaman los investigadores ya se han replanteado, pero no se ponen en práctica en las aulas. Tanto Piaget como Paulo Freire coinciden en hacer la educación activa y liberadora. Véase a Jean Piaget en “Psicología y pedagogía”, Ed. Ariel, y a Paulo Freire en “Pedagogía del oprimido”, Ed. Siglo XXI.

 

[3] CEM. Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos. N. 356, p. 138.

 

[4] Véase Pablo Latapí Sarre, Proceso 1251. p. 54. Aquí, citando a Miguel León Portilla ofrece: “Toda lengua es un sistema ordenado del pensamiento humano, quien no habla, escribe y lee su lengua con corrección, piensa a medias, sin claridad y sin la riqueza del razonamiento y la reflexión”. Y así andamos muchos.

 

[5] Paulo Freire. “Pedagogía del oprimido”, p. 86.

 

[6] Panocha es un tipo de tierra que las gulucheñas (mujeres de Zanatepec) o chimalapas embarazadas comían.

Educere II

Manuel Antonio Ruiz

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