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13/7/2016

 

Hubo un día en que mi madre me dijo: “Nunca pongas en tus ojos el aguate de la mariposa porque deja ciego”. Ella se refería al polvillo fino que queda impregnado en los dedos cada vez que se atrapa una. Yo le creí y, aunque en cada verano perseguía mariposas –solo o con mis hermanos–, siempre tuve en mente la enseñanza de mi madre. Aun así, la tarde que me calcé mis primeras gafas de miope, para nada me acordé de ella ni de las mariposas, sino del fuerte golpe que me di en la cabeza al lanzarme mal un clavado en el canal 33, en Juchitán.

 

Otra enseñanza materna fue saber interpretar el color de las mariposas. Así, una de color café anunciaba la llegada de dinero a casa, por lo que verla nos causaba alegría. Por el contrario, una mariposa negra presagiaba desgracia familiar e incluso duelo, así que el miedo  angustiaba a todos. Por su parte, las mariposas multicolores que cuajaban los charcos constataban la plenitud de la temporada de lluvias. Nunca a mi madre se le ocurrió decirme que las meretrices eran llamadas mariposas.

 

¿A qué se debe que ahora hable de las mariposas? A que el domingo pasado, al presenciar por el televisor la final de la Eurocopa, me sorprendió ver algo tan familiar que me emocioné sobremanera. Ello fue porque vi a una minúscula mariposa –de esas que nunca antes había visto tantas en Ixhuatán y que también como nunca persiguen ahora mis ojos– posarse en un ojo de Cristiano Ronaldo cuando este estaba sentado en el pasto.

 

Pudo ser que mi arrobamiento sea producto de  pensar que estaba siendo testigo de un hecho único e irrepetible (como todos los que pueblan la vida) con profundos efectos en mí. Recuerdo que ese domingo prendí el televisor justo cuando iniciaba el partido de futbol, no por estar cierto de que a esa hora daría inicio, sino por puro accidente. No había olvidado la Eurocopa, solo que no era de mi interés, muerto este desde su principio al presenciar dos partidos aburridos. Acostumbrado a los pensamientos y emociones que me generan el beisbol, el soccer me atrae poco. Y eso que soy aficionado de Cruz Azul, o quizá por eso mismo.

 

Mi emoción también pudo deberse a que pensé que fui el primero en darse cuenta de que era una pequeña y frágil  mariposa –archiconocida por mí– la que vino a dar consuelo al tremendo deportista, derrumbado en ese momento, por el dolor y la impotencia que se traducían en llanto. No paré en ese simbolismo, sino que, cual mariposa, las alas de mi imaginación se agitaron y volaron hasta posarse en el antiguo proverbio chino: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. ¡Y vaya que lo ocurrido ese domingo en Francia se sintió en todo el mundo!  Mucho más que en días pasados cuando Lionel Messi, en USA, en la Copa América, inaugurara la temporada de lágrimas de las celebridades deportivas, que luego continuaría Gianluigi Buffon en la misma Eurocopa, y que muy pronto veremos casi a diario en los JJOO de Río. Pero el llanto de Ronaldo –al que muchos creían insensible– mostró al mundo –por enésima vez– que la fragilidad es consubstancial al caos. Ah, también al fuerte, como el no existe solo porque existe el sí. El concepto dual que los antiguos tuvieron, los zapotecos incluidos. Día y noche, sin el uno sería imposible la otra.

 

Si los chinos, me digo, vieron en la mariposa más que un frágil insecto, sin duda se debió al misterioso azar que sabe ubicarse en todas partes, así como a una dosis de sabiduría. Por eso cuando los estudios con el clima  realizados por Edward N. Lorenz mostraron lo que mostraron, el término “efecto mariposa” le quedó a la medida. El mínimo cambio en un sistema lo perturba todo, podría resumirlo. Es como soltar un grito que se prolonga en un eco que no solo lo lleva, sino que al mismo tiempo lo distorsiona. O como el ladrido de un perro que hace huir en estampida a las codornices, tal como muchas veces lo presencié allá en Los Ladrillos, de muy grata memoria para mí.

 

Ahora que lo pienso mejor, fui impactado por el efecto mariposa generado en el estadio francés. Las ondas del fenómeno –cual piedra arrojada al mar que diría Blas Pascal– me tocaron, y, en vez de hablar esta vez de las terribles pugnas que se están gestando en el interior del PRI –las cuales de no encontrar un buen cauce lo llevarán al fracaso en 2018–, hablo de mí. ¿A cuántos más les cambió la vida –sin siquiera darse cuenta– lo ocurrido a Ronaldo? Es probable que él haya sido el primer tocado no por la mariposa –porque dio visos de ignorarla o no darse cuenta de ella–, sino por lo que su lesión y salida del juego le dejó evidenciado: Portugal tenía equipo y personalidad para evitar el fracaso. La importancia de Ronaldo, pues, quedó reducida a su justa dimensión en un deporte de conjunto. Y, aunque cierto efecto suyo siguió manifestándose por su presencia a un lado de la cancha, este fue menor. Y todos lo constatamos.

 

Para quienes piensan que el deporte es enajenante por las carretadas de dinero que en él se maneja pónganse a pensar que ello es relativo y todo depende –como lo dijera Saint-Exupéry– del color del cristal con que se mira. El deporte, como el arte, tiene un preponderante papel en nuestra sociedad. Claro, puede muy bien servir para que alguien se fugue de su realidad. Pero también funciona para desahogar emociones que, de otra manera, se quedarían retenidas en el individuo con impredecibles efectos en él y en su entorno, un tipo de efecto mariposa, pues. Sin duda, el efecto del deporte es más terapéutico que adictivo, lo que dependerá de cada individuo.

 

“No solo de pan vivirá el hombre…”. Es frecuente que se cité así, incompleta, la Biblia, pero le hace falta esta otra parte: “… sino también de toda palabra salida de la boca de Dios”. Parafraseando, diré que no solo de política se vive en México –así nuestros políticos nos den motivos suficientes para criticarlos–, sino que también vale la pena concentrarnos en los acontecimientos pequeños y cosas en apariencia sin importancia. Por desgracia ahora nos resulta casi intrascendente alzar la vista al cielo y contemplar el guiño de las estrellas, la palidez o sonrojo de la luna, el tránsito de las nubes o el vuelo de las aves, quienes solo conocen el destino del instante. Y, cuando ello ocurre, a muy pocos  hace pensar que en la vida la mudanza es permanente y que predomina sobre su grandeza lo efímero. No es fácil ver la grandeza de la vida como una sucesión de actos irrelevantes  que obtiene categoría de grandeza cuando alguien la vive a plenitud.

 

El aletear de una mariposa café en mi habitación –que este verano no las he visto abundar como otros años– cada vez que entro me hace recordar trozos de tiempo que mis órganos han retenido y mis sueños expulsan hacia alguna parte. Sí, ya no soy el mismo ni lo seré nunca, pero este que soy está en la justa medida y acorde con todo lo que existe fuera de mí. Solo así explico que en estos últimos años de mi vida ya no mire caos en donde solo hay acomodo ni pura armonía en donde sé amenaza, agazapado, el desorden. No todo es blanco ni todo es negro. Con los años se llega a mirar los matices, a comprender los equilibrios y ajustes que el sistema permanentemente lleva a cabo, así en lo social como en lo político, cultural, religioso, etcétera. Dicho a la manera mexicana, quiero decir, nuestra: “¿Para qué tantos brincos estando  el suelo tan parejo?”. O lo que a mí tanto me gusta –sin contradicciones– del Eclesiastés: “Aquello que fue ya es, y lo que ha de ser fue ya, y Dios restaura lo que pasó”.

 

Así, lector, intenté provocar en vos un efecto mariposa. Buen día.

Efecto mariposa

Juan Henestroza Zárate

Tomada de Twitter

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