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En Ixhuatán, antes todo era tranquilo. Recuerdo muy bien cuando na Cata, la vecina, nos platicaba unas historias de antes. Sacábamos una “gringa” que había encontrado mi madre en la carretera en uno de sus viajes. Ahí, acostado en la banqueta, acompañado de mis otros hermanos, escuchábamos cómo aquellas historias nos trasladaban a un mundo extraño, pero divertido. Recuerdo que nos agarraba el sueño y nos metíamos hasta la madrugada; entonces las puertas de las casas quedaban abiertas. Veíamos cómo la gente transitaba con tranquilidad. El eco de los saludos de buenas noches era algo común y se notaba la educación de familia que a jalón de orejas nos habían inculcado.

 

Transcurría el mes de marzo. Era una fiesta organizada por una escuela de aquí de  Ixhuatán. Recuerdo que mi madre le había obsequiado una grabadora de cassette a mi hermano mayor, Cecilio, “El Güero”, como es conocido. En ese entonces estaban de moda los artistas como Rigo Tovar y su Costa Azul, Chico Che y la Crisis. Aquí en el Istmo, el fuerte era Zeta 79, de Ciudad Ixtepec, quienes eran los que amenizaron ese noche.

Recuerdo que mi madre había salido de viaje y me había dejado con mi tía Valentina. La casa de mi madre era de tejavana. Me gustaba dormir viendo la televisión. En ese entonces, estaban de moda las series de “Mahua y Doña Bárbara”, y, mirando la televisión, siempre me quedaba dormido en el sillón de madera color café y colchones de color rojo, como el ladrillo cuando le escurre agua por mucho tiempo.

 

Transcurría todo tranquilo aquel día de la fiesta programada a realizarse en el mercado público Candelaria. Serían como las 10:30 de la noche cuando, de pronto, me despierta un grito de: “¡Perdón, Dios mío todopoderoso! ¡Ten piedad de nosotros!”. “¡No! No!”, exclamaba en grito desesperado mi tía. “¡Párate, Cleme! ¡Apúrate! ¡Busca la puerta! ¡Abre la puerta!”, me decía.

 

En ese entonces, a mis 8 años, como que no le tenía miedo a los sismos. Todo adormitado, iba en busca de la puerta principal, que daba a la calle Benito Juárez. Antes de llegar, tocando la pared fui a dar con el apagador de la luz, misma que encendí de inmediato. Estaba parpadeando como las luciérnagas hacen su presencia en el mes de las lluvias; en ese entonces, veo a mi tía ensangrentada porque le había caído un pedazo del repello de la casa. Hasta ahí entendí que la cosa era seria.

 

Como pudimos abrimos la puerta -por cierto, era de  madera con doble pasador, que se resistía a ser abierta-. Ya cuando salimos había otro problema: los cables de luz chocaban entre sí, lo que generó una lluvia de chispas por doquier, por ello recuerdo ahora en los meses de diciembre cuando la chamacada quema esos cuetitos a los que le llaman lluvia.

 

En todos lados escuchaba el escándalo, los gritos de: “¡Perdón, Dios! ¡Perdón, Dios!”. Clarito escuché el arrepentimiento de muchos en ese entonces, cuando abrazaba a mi tía fuertemente. No había otro lugar dónde pararnos y que no estuviera temblando. Fue un acontecimiento que, sin lugar a dudas, marcó para siempre mi vida; por eso, cuando hay un sismo, salgo hacia al patio en busca de que no caiga sobre mí aquel repello que le cayó a mi tía o algún cable que echa chispas. A veces busco un lugar seguro para pasar el rato telúrico, y, cuando todo pasa, me doy cuenta de que estuve parado sobre la tapa de una fosa séptica.

 

El sismo del 79 fue llamado como “el sismo de la Ibero” porque derribó la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México (según datos obtenidos de internet). Tuvo una intensidad de 7.3 grados Richter, por lo que debemos reconocer que estamos ubicados en una zona sísmica. Ahora, con la tecnología podemos ver que a tan solo 64 kilómetros convergen dos placas tectónicas.

 

PROPUESTA: ante el claro escenario sísmico, pido a las autoridades correspondientes tomen cartas en el asunto y creen un plan de prevención y alerta sísmica (que, hasta el día de hoy, no tenemos), que incluyan rutas de evacuación en espacios públicos y, por qué no decirlo, un plan de evacuación a gran escala con lo que se prevea un posible tsunami por estar en línea franca donde un fenómeno de esta índole puede provocar un gran desastre humanitario. En conclusión, que la Dirección de Protección Civil municipal cumpla con su tarea para la cual fue incluida en el organigrama gubernamental local.

 

Estamos a tiempo. No debemos dejar pasar desapercibida una propuesta como esta. No es descabellada, es propositiva para prevenir una catástrofe.

El día que la tierra se movió y se movió

Clemente Vargas Vásquez

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