top of page

Desde muy pequeño me emocionaba ir al río, al igual que muchos de mis paisanos. Íbamos a echarnos de clavado preferentemente sobre el tronco de algún árbol caído, ya sea de amate o sauce. Era una emoción tan grande cuando mi madre me daba permiso para ello.

 

Llegó el día en que los chamacos de Ixhuatán inventaron un arte de pescar sardinas, que consistía en una botella de vidrio (varias veces eran de las que quedaban vacías después del brindis de 15 años o boda) con un poco de maza de nixtamal; se la colocábamos por la parte del fondo, previamente quebrada a la perfección. Atrapábamos sardinas y una que otra pequeña mojarra “chirri”, como le llamábamos a la mojarra negra de río. Al llegar a casa, la cocíamos en aceite acompañada de una jícara de café, introducíamos totopo en él y así disfrutábamos de aquella pesca de río. Otras veces me tocó acompañar a los vecinos, los hermanos Fuentes Estudillo, que eran muy habilidosos en eso de arponear a los peces del río. Fabricaban ellos mismos sus propias artes de pesca.

 

Recuerdo que, un día que los acompañe a Juchitán, me mostraron cómo quitar la estructura de las ventanillas del tren. mismos que utilizaban en la fabricación del mecanismo de disparo de sus arpones. Recuerdo que disfrutaba cargar las grandes ensartas de pescados, de ellos les puedo mencionar varios nombres –como los conocemos aquí en nuestra comunidad–, que venían en aquella ensarta: mojarras negras, dormilones, viejas, medialisas, camarón grande de río…

 

Era emocionante. Todo aquello era abundancia. Era bonito porque había gran cantidad de peces, hasta para escoger. Otro momento emocionante que me tocó vivir con ellos era la pesca nocturna, tan apasionante que me daba mucho pavor esperar solo apartado de ellos.

 

Han transcurrido los años, y he sido testigo de la pronta aparición de un pez que se reproduce a gran velocidad –voraz en su alimentación–, quizá por ello ha diezmado la población de los peces que les mencioné anteriormente y que venían en la ensarta que cargaba y que formaban parte importante de la vida de nuestro río. Ya casi no vemos al robalo, mucho menos a la mojarra negra y a los dormilones y viejas. Las tilapias han viajado de otros lugares con la ayuda del ser humano y cambiado el ecosistema acuático de nuestra región.

 

Sueño: que tengamos un programa de vigilancia de nuestro río, así como también un programa de recuperación de la fauna marina, incluyendo un centro embrionario, para devolver a sus aguas los peces que se han ido desapareciendo para que, con programas de captura, tratemos de regular la población de la mojarra tilapia, que ya es mayoría y gobierna la vertiente del Ostuta.

El día en que la tilapia llegó al río Ostuta

Clemente Vargas Vásquez

bottom of page