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Transcurría el mes de abril. El inclemente calor se dejaba sentir, muy propio de esos meses. Recuerdo que dormir fuera era lo más hermoso que solía disfrutar, al igual que mis hermanos. Sentir esa brisa bañar tu cuerpo reconfortándolo de tan incesante bochorno. Era tan indispensable. Decía mi madre que construyéramos una enramada para que ahí colgáramos nuestras hamacas. “Cleme, mañana tempranito te me vas a cortar madera por el rancho de tu tío Mauro y le pides a tu tío Tino que te haga el favor de traerlo en su carreta”, exclamó un día mi madre, y lo hice como joven obediente. Extrañaba la presencia de mi abuelo Eulofio Vásquez Morán (ta Lofio, como lo conocía la gente) porque había decidido irse de vacaciones a un lugar muy famoso, según sus aventuras, pues llevó a pasear a su ahijada como promesa, refiriéndome a Allende, Coatzacoalcos, Veracruz.

 

Entrando en aquella selva casi virgen, tomo el machete y, aunque quejándome de las ámpulas en las manos, porque las tenía como manos de las señoras que se untan mucha crema, decidí cortar aquellos tallos de espina blanca. Hormiguillo, uno que otro caulote, otates para dejar a lo último, para el mero día de la empalmada, las palmas a fin de aprovechar su textura por estar verdes.

 

Recuerdo que, el día que hicimos la enramada, mi madre preparó un poco de frito de res y lo acompañó con un tazón de atole  y tortillas recién salidas del horno. Terminamos de armar la enramada y dejamos para el siguiente día la empalmada. De la misma manera, en casa nuestra madre nos consintió. Pasaron aproximadamente tres meses, y toca el retorno de mi abuelo ta Lofio. Lo recibimos con mucha alegría porque nos traía regalos que los tíos de allá nos enviaban (mayormente ropa y una que otra trusa que necesitaba un nudo especial por cada lado de la cintura). Lo primerito que hizo ta Lofio fue preguntar: “¿Quién hizo esta enramada?”, refiriéndose al trabajo que habíamos hecho. Observaba muy detenidamente mientras le chupaba la colilla a un cigarro de esos que tenían alitas y venían en cajetillas de color azul. “Mmmm, por lo que veo, pasaste la prueba, y eso que no te enseñé”. Mientras los demás de mis hermanos le preguntaban sobre las cosas que había visto en Allende, él sonriente les contestaba con un inglés que pronunciaba, y que les juro jamás he escuchado en alguna parte.

 

“Cleme, ¿te fijaste si la Luna era nueva o tierna?”, pregunta con tono serio. En un momento pensé que solo quería burlarse de mi trabajo y le contesté con tono seguro, porque así he sido desde pequeño: “Abuelo, la Luna estaba algo tierna”, respondí para reafirmar mi aprendizaje por tan bonito trabajo hecho por mí y mis demás hermanos. “Mmmm, ya la regaste, hombr. ¿Qué no te dijo tu tío que no se debe cortar madera cuando la Luna está tierna? Parece que no supieran esos condenados”. Mi sorpresa en ese momento fue la de por qué mi abuelo hacía esa referencia. ¿Qué relación tiene la Luna con los elementos utilizados en la enramada? “Vas a ver que en unos días más se empezara a picar la madera y en octubre no va a aguantar tu enramada el nortazo y se va a caer. Te apuesto lo que quieras”.

 

Pues resultó cierto el dicho del abuelo. No se podía comer en la mesa porque parecía llovizna el polvo de la “bica” que salía de las maderas, y, por cierto, con el primer nortazo del mes de octubre se viene abajo la enramada.

 

Los abuelos han transmitido de generación en generación los conocimientos y saberes que, a su vez, son producto de observar el medio que nos rodea. Vaya aprendizaje. Hasta el día de hoy, científicamente no se ha investigado esa relación entre la Luna y elementos naturales y sus efectos sobre ellos. O, si ya lo han hecho, disculpen mi ignorancia.

 

Propuesta: ante la destrucción de nuestras selvas y en ella a la flora de nuestro municipio, propongo a las autoridades correspondientes impulsen el cercado de terrenos y solares con plantas endémicas, entre ellas la palmera, así evitaremos el deterioro de nuestras áreas verdes, causado principalmente por la obtención de postes que utilizan nuestros paisanos en el perímetro de sus parcelas o propiedades; además, servirán para ser utilizadas en la elaboración de las frescas enramadas, con lo que se rescatará esa hermosa tradición que se ha ido perdiendo por la escasez de las hojas de palma. Pienso y sostengo que no requiere mucha ciencia, pero sí de mucha conciencia ecológica. No lo imaginemos, comencemos desde ahora. Creo que sí se puede.

El día que se hizo polvo la enramada

Clemente Vargas Vásquez

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