Prefiero cometer una injusticia antes
que soportar el desorden
William Faulkner
Rescato unas notas que extraje de mi tesis de licenciatura sobre género y etnología, que trabajé entre los años de 1993 y 1994. Originalmente iba ver la luz en una revista de mi universidad y que mi desidia ya no concluyó. Le di una rejuvenecida en cuanto a contextos, quitarle los apuros ideológicos y lugares comunes de esos días que, en verdad, no aportan mucho a la discusión sociológica y antropológica ahora que los leí. Decidí que nazca y sirve de buen pretexto para mi artículo semanal.
Quiero iniciar citando a Celia Amorós, sobre todo lo que en su libro espléndido "Hacia una crítica a la razón patriarcal" establece, parte con una crítica ácida sobre la línea discursiva y teórica en cuanto a la terquedad de ciertas feministas para tratar de identificar en la historia y la antropología la existencia del matriarcado en la historia humana. Dice que tratar de plantear el matriarcado bajo la luz de los cimientos ideológicos, teóricos e históricos del patriarcado era decididamente un discurso misógino.
También, encontrando otras fuentes documentales de trabajo de mujeres o estudios de género, cito la compilación hecha por el Colegio de la Frontera Norte en aquellos años. En ese estudio se establece a modo de conclusión antropológica de dichos trabajos que, cuando las mujeres adquieren autonomía financiera, logran otras libertades en cuanto a la toma de decisiones, aunque no necesariamente se apartan de los basamentos ideológicos del patriarcado, puesto que siguen reproduciéndolos en los ámbitos de su vida. En pocas palabras, siguen estando desigualmente en muchos ámbitos a pesar de su "independencia" económica. Esto es lo más cercano a interpretar a las mujeres del Istmo, sobre todo a las comerciantes o empresarias.
Teresita de Barbieri dilucida sobre los orígenes de las relaciones de poder e ideológica en comunidades agrícolas y de la Edad de Piedra sobre donde se construyó el patriarcado a partir de la propiedad privada y que esta dio origen a la familia y después al Estado (dixit Federico Engels) y establece que no existe evidencia totalmente documentada sobre la existencia del matriarcado en los orígenes de la humanidad y, más bien, lo que se documentaba eran leyendas y mitos sobre cómo las mujeres habían perdido el poder y así justificar el sometimiento hacia ellas, cosa que concluía De Barbieri, coincidiendo con Amorós, eran discursos misóginos y declaradamente justificatorios de la razón patriarcal. Por tanto, tampoco la respuesta está en la historia y la antropología.
Marcela Lagarde me exponía que, muy a pesar de las decididas ganas que Elena Poniatowska y otras feministas le ponían para hacernos creer y vender la imagen de unas zapotecas insumisas, liberadas y matriarcas, no existía evidencia teórica y práctica para encontrar esos símbolos en la sociedad zapoteca del Istmo, tan no había, que el bagaje ideológico sobre el que estaba construido estaba marcado por un acendrado machismo y mucha desigualdad en cuanto a la valorización del trabajo y del papel de las mujeres, de ahí que en política y en la toma de decisiones no figuraran.
Lo que logré establecer a partir de los trabajo etnológicos de Teresita de Barbieri es que la sociedad zapoteca del Istmo mantenían sí relaciones matrilineales, esto es, las mujeres fungen como portadoras de la herencia ante la garantía genética que representa no dudar de la maternidad bajo el viejo precepto patriarcal de: "hijos de mis hijas mis nietos, hijos de mis hijos quien sabe", o sea, reproducir justamente la razón patriarcal que dio origen la propiedad, la familia y el Estado, que, tiempo después, el alemán Federico Engels, mentor, amigo de Marx y materialista dialéctico como este último, lo plasmará en su obra del mismo nombre.
Su obra trata justamente de la construcción histórica de eso que las feministas identifican como las causas de la desigualdad originaria de las mujeres, pero él en cuanto encontrar las causas de la explotación y la acumulación originaria del capital. Por tanto, muchas marxistas y teóricas de género retomaban esta identificación como un acercamiento del materialismo dialéctico a identificar no solo la causa de las desigualdades en la riqueza, sino también las de género.
Por tanto, hasta hoy en día no se identifica un empoderamiento de las mujeres en las relaciones del poder dentro de la sociedad zapoteca del Istmo: su aparente libertad proviene de su éxito económico, no muy distinto de las que gozan las mujeres urbanas occidentalizadas, exitosas profesional o económicamente; por tanto, no se observa en la investigación etnológica un matriarcado en términos de poder de las mujeres hacia la sociedad y hacia el otro género. Lo que si subsiste es un subordinamiento de las actividades de ellas ligadas a las del hombre, una especia de comparsa folclórica (por dar una figura o analogía).
Encontré en mi investigación que muchos simbolismos como la exigencia de la virginidad, el conservadurismo en cuanto a la percepción que tenían hacia las mujeres liberadas en su sexualidad, el supeditar el trabajo de la mujer a la de su marido o pareja, las relaciones que mantenían en cuanto a la administración del dinero familiar (que me recordaba esa canción de Chava Flores de la Bartola, esa que le dejan unos pesos para el pago de todos los gastos de la casa) y la inefable sumisión en la toma de decisiones, subordinados a las decisiones de los hombres, hablaban justamente de una relación patriarcal a todas luces.
Algunas cosas han cambiado a veinte años, pero no porque la sociedad zapoteca y sus basamentos ideológicos así lo permitieron, fue más producto de la occidentalización del mismo y la llegada de los medios masivos de comunicación, un mayor contacto con el exterior y las nuevas relaciones con los otros dados por la educación, la urbanización y el contacto continuo.
¿Qué tanto ha cambiado en las redes que teje el patriarcado en las vidas de las mujeres? Poco, dado que se han vuelvo más sutiles los códigos de inequidad del mismo en cuanto a la desigualdad, pero subsisten en el lenguaje, el la equidad en las oportunidades, permanecen la violencia hacia las mujeres y hasta en las enfermedades, subsisten las ligadas a la pobreza como un efecto de la falta de igualdad. Siguen siendo mal vistas la libertad sexual, la toma de decisiones en la vida social y profesional, con otros tonos, pero el mismo resultado.
Ya poco existe de las relaciones matrilineales, pero subsiste el control económico y político; las mujeres que acceden al poder lo hacen bajo las mismas reglas de los hombres y su forma de hacer política es la misma, edulcorado con un discurso seudofeminista, pero estas políticas, al final, se vuelven enemigas de sus compañeras de género y son implacables con las mujeres adversarias, a veces mucho más que los hombres.
Luego entonces, pareciera que las categorías que delineó Lagarde son hoy tan vigentes como hace veinte años, con la finalidad de mantener a las mujeres cautivas, siguen los cautiverios de madresposas, putas (sexoservidoras para ser "políticamente correcto"), monjas y locas. Todo ha cambiado para no cambiar. Las mujeres zapotecas siguen estando desigualmente iguales como el resto de las mujeres mexicanas, pero visten coloridas, reproducen sus papeles relegadas al hogar y al marido y son las sin voces en la toma de decisiones a pesar de que en el mitin, la plaza, la fiesta o el velorio sean las visiblemente dueñas de la escena, apariencia que beneficia al poder.
En suma, marginadas y complacientes de su propio yugo a cuestas, pero con flores, fiesta y folclor. Por tanto, nada es más misógino que continuar alimentando esta leyenda urbana, donde ganan más los hombres y sirve de argumento justificatorio para hacerse pasar como una sociedad permisiva y equitativa. Espero y no regrese a las discusiones de las teóricas sociales y con las estudiosas de género serias.