Estoy casi seguro de que es una excepción el ixhuateco adulto al que nunca se le ha ocurrido ser presidente municipal de Ixhuatán. Yo no soy esa excepción, por supuesto. También estoy convencido de que son muy pocos quienes jamás han despotricado contra un presidente municipal ixhuateco, con o sin razón de por medio. Pertenezco a esos muchos, lo reconozco. Ítem más: ¿quién no ha llegado a envidiar a un presidente municipal, así sea ese que tanto criticamos? ¡Vaya que soy envidioso!
Hasta los años 70 del siglo pasado, fue común escuchar a toda la gente decirle ciudadano al presidente municipal; yo incluso llegué a escuchar que lo llamaban “El padre del pueblo”, sin pedir nunca explicación alguna. Ahora entiendo que era una gran distinción que significaba ser el número uno del pueblo: aquel que va a la cabeza de la gran familia que resulta ser un pueblo como Ixhuatán. Privilegio que los mismos presidentes municipales –por desgracia– se encargaron de perder al llevar una vida pública dispendiosa y, a veces, licenciosa (dicho todo esto con sus asegunes) a ojos de los ciudadanos. Aunado a los habituales abusos de poder y a la corrupción, dio al traste con tamaña distinción.
Modificada la costumbre original, en la actualidad, el vocablo ciudadano lo sigue empleando la gente mayor, no así las nuevas generaciones. Estas, mejor educadas e informadas, por lo mismo más exigentes, están muy atentas del quehacer de quien desempeña el máximo poder en la comunidad. Al mismo tiempo, son también atraídos cada vez más por la función pública, creen que ejercer el cargo es cosa que está al alcance de cualquiera. A algunos les obsesiona –y mucho– la posibilidad de aparecer en la historia de su pueblo sin importarles si son o no cultos o incultos. Al final han comprendido que ser político de buena cepa se aprende.
En ese contexto, la mayoría ve en el cargo no solo una oportunidad de oro para trascender como individuos, sino una fuente segura de ingresos. Así, pues, ser funcionario municipal actualmente obra como un panal de rica miel que atrae a las abejas. “Si la gente supiera todo lo que hay que sufrir y el trabajo que hay que hacer para ocupar este cargo, estoy seguro de que muy pocos se atreverían a pelear tanto el puesto”, me contó un presidente en funciones en los años 80.
Fue a partir de 1941 cuando el cargo de presidente municipal se amplió a dos años, después de que lo venía siendo de un año. En 1953, dicho ejercicio se extendió a tres años, siendo don Paulino C. Velásquez, hasta ahora, el único presidente municipal que ha durado cuatro años en funciones, esto por tocarle la reforma en el año que inició su bienio. Ahora, una vez que se aprobó la nueva reforma política, los miembros de los cabildos municipales podrán ser reelegidos por un periodo más de tres años, reforma que no es aplicable a los presidentes municipales en funciones del estado de Oaxaca, sino a los que serán elegidos para el trienio 2017-2019, ello, porque, al ser elegidos los actuales, rigió la antigua disposición y no la nueva reforma.
Desde antiguo, los presidentes municipales casi siempre han sido gente solvente o con vocación política y de servicio. Esto fue así porque no devengaban un salario, el cargo duraba un año y prácticamente no había mucho que hacer, así que solo tales sujetos disponían del tiempo y recursos necesarios. Si revisamos la lista de presidentes municipales de 1884 a la fecha, veremos esa constante: ricos en el poder, incluso pocas familias. Uno de ellos, el rico ganadero Norberto Nieto, tata Beto, fue agente de Ixhuatán por muchos años, primero, y, después, presidente de San Francisco Ixhuatán, por lo menos en cinco ocasiones. El tata que precede a su nombre delata que era benefactor del pueblo, de donde deduzco que nació el sobrenombre “El padre del pueblo”. Así, cuando la gente atravesaba por una gran necesidad –me contó Honorato H. Morales-, tata Beto mataba una res de su propiedad para dar de comer a los más pobres.
De aquellos primeros años de ser municipio libre Ixhuatán y hasta 1980, el puesto de secretario municipal fue el más relevante. Este era quien se encargaba de sacar todo el trabajo de la oficina, por lo que era de los pocos que recibía un salario digno. Era, digámoslo de una vez, el cerebro tras el trono. Estos personajes fueron tan importantes e influyentes que manejaron el poder durante décadas. A ellos recuerda más la gente que a los presidentes municipales que estuvieron bajo su égida. Incluso eran capaces de retirar de su encargo a un presidente argumentando supina ignorancia, como fue el caso de un presidente que el mismo secretario que lo defenestró había impuesto.
¿Por qué el secretario municipal tuvo tanta importancia en esos años de los que hablo? Por una elemental razón: eran los más instruidos de la comunidad, sabían leer y escribir, redactar oficios y documentos oficiales, dirigirse a otros políticos en instancias allende el pueblo; tenían talento y verbo, pues. “Eran muy vivos y tenían mucha labia”, me dijeron los ancianos. Cuatro fueron los más destacados: Narciso R. Méndez, Zenón Pérez Carrasco, Modesto Matus y Amado Nivón Fuentes. Sin duda, de quien más se recuerda y al que más admiró la gente por su talento político fue a don Zenón Pérez. Tan así fue que muy pocos recordaban el año en que equis, ye o zeta presidente lo fue, la gente solo decía: “Fue gente de don Zenón”. Fue don Zenón, 1943, el único personaje que compitió como suplente de diputado. Tuvieron que pasar muchos años, hasta 2013, para que una expresidenta municipal ixhuateca, profesora María Luisa Matus Fuentes, fuera elegida diputada.
A propósito de la ignorancia de los funcionarios municipales, la gente bien que recuerda a quienes, no obstante no saber leer ni escribir, ocuparon el cargo de presidente municipal. Don Norberto Nieto fue uno de ellos. Honorato H. Morales me contó que se mandó hacer un sello con su firma. Ahora bien, tampoco era muy necesario ser un ilustrado cuando el analfabetismo era entonces cercano al 80 por ciento. Bastaba con que ellos respetaran las leyes, obedecieran a su secretario y a todas las autoridades superiores. En ese tiempo no se necesitaba tomar grandes y trascendentales decisiones. El paso del tren por las goteras de Ixhuatán, allá en Reforma en 1908, por ejemplo, fue decidido en otras instancias, no en el pueblo. Asimismo, no había una caja llena de caudales como para corromperse, ya que el erario era tan raquítico que muchas veces se veían obligados a empeñar los documentos de las propiedades del ayuntamiento para pagar la nómina o para hacer una pequeña obra. Durante muchos años se acudió con don Manuel Fuentes de Gyves para dicho menester.
Como figuras públicas que son los funcionarios municipales, todo el tiempo están bajo el escrutinio de la gente. De todo han sido acusados: mujeriegos, borrachos, déspotas, violentos, peleles de las mujeres, etcétera. “Hagas bien o hagas mal, la gente siempre te critica”, me contó hace algunos ayeres, un tanto desilusionado, un presidente municipal. Otro me dijo: “Una vez ganas, te dejan solo los mismos compañeros que votaron por ti y los que votaron en tu contra –el otro medio pueblo- nunca te dejan de criticar”. Los votantes, por su parte, están convencidos de que todos los presidentes municipales son unos Cacos, que tarde o temprano -aunque afirman que hay descarados- sacan a la luz lo robado. Pocos recuerdan que de Ixhuatán salió un expresidente municipal, don Carlos Altamirano López, para serlo de la ciudad de Arriaga, Chiapas, donde se dijo hizo buen papel. ¿Quieren otro nombre de presidente que, aun no siéndolo antes de su pueblo, lo fue de la importante ciudad de Salina Cruz, Oaxaca? ¿Su nombre? Ya lo saben, pero lo diré: Gerardo García Henestrosa, hoy diputado local. A decir verdad, también he escuchado buena crítica de su gestión en el trienio 2011-2013.
Desde 1990, cuando comenzaron a finiquitarse las empresas paraestatales con Carlos Salinas, llegó más dinero a los ayuntamientos y, con él, la ambición por dicho dinero se acentuó entre la población. Dinero que, por supuesto, apenas y cubre las necesidades básicas del municipio. A Oaxaca, con 570 municipios, muchos de ellos paupérrimos, el dinero que le asigna la federación se pulveriza. Tan es así que se dice que todos los gobernantes en Oaxaca, desde el presidente municipal hasta el gobernador, lo único que hacen es administrar la pobreza. Antes que los ciudadanos de los municipios toquen dicho dinero, se van sobre él las distintas empresas que financian las campañas políticas de los candidatos ganadores y perdedores, una modalidad que se practica en todo el mundo. Dichas empresas aseguran la obra pública. A menos, claro, que el candidato sea muy rico para poder erogar un dinero que se antoja bastante como para ponerlo en riesgo de perderse en una campaña de un mes.
También a partir de 1990 dio inicio la pavimentación de calles, con lo que el pueblo mostró cara de estar progresando, así no tuviese drenaje y otros servicios de toda ciudad. En esos años fue folclórico ver a algunos presidentes municipales -no solo en Ixhuatán, sino en toda la región- pavimentar primero su calle; quienes no lo hicieron fue porque ya uno anterior lo había hecho. En un vecino pueblo, el presidente fue más allá: puso su nombre, seguido de un número romano, a todos los vehículos del municipio.
La gente ha visto con malestar cómo los funcionarios municipales se reparten los beneficios y contraen deudas para todos. Salta a la luz cómo son beneficiarios los funcionarios, grupos de amigos y miembros del partido ganador. La gente sospecha -aunque no puede demostrarlo- que los costos de las obras y adquisiciones son alterados, por lo que la ciudadanía ha ido perdiendo confianza en sus funcionarios municipales. Estos, reacios a toda crítica, niegan las acusaciones. Quienes son verdaderos políticos saben que a todo ello estarían expuestos.
No hay que pedirle peras al olmo, pueblo y gobierno municipal hacen lo que pueden. La única manera de combatir los rumores malintencionados es informando oportuna y verídicamente a la gente: publicando los resultados, no conformarse con informes anuales que a nadie interesa por no ser creíbles. La crítica siempre va a existir, la constructiva y la destructiva. En ese contexto, es sana dicha crítica toda vez que corrige a quien hace mal las cosas, así como exhibe al ciudadano que solo despotrica por despotricar.
Los cambios que el pueblo requiere no los generará un solo individuo o un pequeño grupo de individuos, por muy capaces y bien intencionados que sean. Son humanos, falibles, corruptibles, además. Tampoco van a darse por arte de magia dichos cambios, de un día al otro quiero decir. En el pueblo se tiene rezagos en muchos renglones que no alcanzará ningún dinero para emprender acciones que tiendan a subsanarlos. Se requiere trabajar mucho, estar unidos en proyectos consensuados y aportar cada uno, desde su ámbito, sugerencias y apoyos; justamente aquella parte que obliga toda democracia: acciones. Nunca olvidar que estamos construyendo una comunidad heterodoxa, que todos, gobernantes y gobernados, vamos en un mismo barco que se llama Ixhuatán.