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20/5/2016

 

Para entender el sistema político mexicano actual es preciso conocer sus antecedentes, constitución y evolución. Para comprender por qué un partido se mantuvo de forma ininterrumpida como ningún otro en América Latina y conserva sólido su poderío hasta la actualidad es necesario transitar por su desarrollo a lo largo del devenir histórico. En dicho sentido pretende contribuir esta primera de dos entregas en las que abordaré algunas ideas centrales sobre la fuerza política que, de una u otra manera, ha determinado el rumbo que como país hoy México y los mexicanos tenemos. Serán dos interpretaciones (bastante cortas, pero que esbozarán los puntos nodales sobre el tema –los detalles están en los libros de historia–) antagónicas de un mismo fenómeno: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). A esta primera postura la denomino “desde la derecha”. Veamos.

 

Uno de los mayores reordenamientos sociales, políticos y económicos se produce a causa de las revoluciones armadas. Las exigencias de uno o diversos grupos por trastocar un estado de cosas que consideran injustas o desiguales los llevan a plantearse la necesidad de modificar de forma estructural un sistema existente dentro de una nación. En su libro “El orden político en las sociedades en cambio”, el politólogo estadounidense Samuel Huntington analiza la inestabilidad social como procedimiento para alcanzar un nuevo orden y sus implicaciones, texto dentro del cual dedica un apartado a las particularidades que caracterizaron a la primera gran revolución del siglo XX, la mexicana, como proceso transformador del rumbo que tomaría este país después de más de tres décadas del gobierno personalista de Porfirio Díaz.

 

Terminado el mandato porfirista, uno de los elementos que cobró mayor relevancia en la creación de un nuevo episodio de la historia de México fue el fortalecimiento de los discursos que enardecían la identidad nacional. El nuevo orden político se legitimaba en el proceso revolucionario, el cual funcionó como dispositivo que dotaba de sentido la herencia que los mexicanos habían recibido de este, más todavía en aquellos que lo hicieron posible a través de su participación en alguna de sus luchas insurreccionales. Esta es precisamente una de las características que Huntington destaca de las interpretaciones revolucionarias sobre una transgresión dentro de un Estado y el sentimiento de pertenencia que se generan en una sociedad que vive dichos acontecimientos directa o indirectamente.

 

Pero el factor determinante para la consolidación del sistema político del México posrevolucionario dentro de esta interpretación fue la creación de instituciones que agruparon a la sociedad en sus diferentes facciones. Principalmente hay que subrayar la fundación, en 1929, del Partido Nacional Revolucionario (PNR) por el general Plutarco Elías Calles. Esta decisión posibilitó la transición del país de las armas al de la representación política. El nuevo partido de Estado aglutinaría a los trabajadores mediante confederaciones que produjeron la identificación de las masas con su gobierno. De la misma manera, con este paso se evitó de una vez por todas que otras insurrecciones emergieran dentro del sistema, tal y como sucedió luego de la caída del gobierno de Díaz, en 1911.

 

Dichas condiciones fueron favorables para que las reformas sociales impulsadas por el presidente Lázaro Cárdenas entre 1934 y 1940 tuvieran éxito en su implementación y reafirmaran el sentimiento nacionalista de los mexicanos. Con la reforma agraria, la nacionalización de los ferrocarriles y del petróleo, así como con la socialización de la educación –periodo que Huntington describe como la segunda Revolución Mexicana, esta de carácter pacífico–, se destacaba que el gobierno era una victoria de la sociedad en su conjunto; por tanto, se dotaba de certeza sobre la necesidad del nuevo régimen.

 

Tanto los que critican como los que se enorgullecen porque “el PRI gobernó México durante más de 70 años” caen en una imprecisión que no es menor para el análisis político. El PNR estuvo vigente hasta 1938, cuando el mismo Cárdenas crea el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), el cual mutaría en el tricolor que actualmente conocemos en 1946. Las dos transiciones que tuvo el partido de Estado representan dinámicas que van más allá del mero cambio de nombre: el PNR buscó repartir el poder entre los caudillos a fin de pacificar un país con dos décadas de conflictos sociales y políticos (Enrique Krauze en “La presidencia imperial” apunta que la Revolución dejó un millón de muertos, mientras que Javier Garciadiego en sus “Conversaciones sobre historia” sostiene que fueron dos millones); el PRM organizó e integró a los sectores obreros, campesinos y populares en una sola fuerza, mientras que el PRI dio fin de una vez por todas al periodo revolucionario armado e instauró la denominada “revolución institucional”.

 

Y es que una de las decisiones que considero más acertadas que tuvieron quienes edificaron el sistema político mexicano contemporáneo fue que se supo separar al poder militar de la vida política del país en el momento preciso. La sucesión presidencial de Cárdenas –a mi juicio, el mejor estadista que ha gobernado a México después de la Revolución– fue decisiva: optar por un hombre que, si bien era militar, se caracterizaba por su capacidad negociadora y pacífica para dar salida a los problemas políticos: Manuel Ávila Camacho. Esto, pese a que era de esperar que su sucesor fuera otro radical como el michoacano: el general Francisco José Múgica. Con estas palabras, registra Krauze, argumentó Cárdenas su decisión:

 

"El señor general Múgica, mi muy querido amigo, era radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical si yo ya dejé un instrumento revolucionario?... A nuestra salida del poder los obreros estaban organizados; los campesinos también y la Reforma Agraria se encontraba en marcha… los miembros del ejército habían sido incorporados al partido de la Revolución. ¿Era éste, o no, un instrumento de progreso para que México continuara su liberación? De lo que haya ocurrido después no soy yo quien vaya a calificarlo; me siento perfectamente limpio.

 

Quería que hubiera paz en el país, y el que podía asegurarla en una época conflictiva como la que el mundo comenzó a vivir por la segunda guerra mundial era Manuel Ávila Camacho".

 

Y el poblano terminó la tarea comenzada por su antecesor al desincorporar definitivamente al Ejército del partido del Estado y subordinarlo a la voluntad del Ejecutivo. De ahí que se entienda por qué México fue uno de los pocos países latinoamericanos que no padeció una dictadura militar producto de un golpe de Estado a lo largo del siglo XX, como fue la constante en prácticamente todo el subcontinente (por sí sola, Argentina registró seis golpes de Estado en 46 años, entre 1930 y 1976).

 

Es con la creación del PRI cuando se llegó a un nivel de institucionalización tan fuerte que sería capaz de mantenerse a pesar de los problemas sociales que surgirían en el país a causa del monopolio de la representación política por parte del partido. El tricolor se desarrolló y estructuró de forma tan sólida que fue capaz de evitar que otra fuerza política dentro del sistema electoral accediera al poder desde su fundación hasta el año 2000 ya sea a través de fraudes electorales o mediante la cooptación o anulación de los sectores opositores al establishment.

 

Por otra parte, el método de selección de candidatos implementado por dicha organización política se basó en la decisión directa del mandatario nacional en turno –el denominado “dedazo”, que fuera uno de los rasgos centrales del presidencialismo priista– en función de quien evaluara que sería un personaje que pudiera darle continuidad al proyecto de nación vigente. Para Huntington, la lógica utilizada por los mandatarios salientes fue colocar, de manera alternada, a un presidente de carácter conservador seguido de uno radical, por lo menos desde el sexenio de Cárdenas hasta el de Gustavo Díaz Ordaz. Jorge Castañeda apunta en su libro “La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México” que fueron dos los métodos de selección de candidatos del sistema presidencialista por lo menos a partir de 1969: uno por elección y otro por eliminación. El primero fue aquel en el cual el mandatario nacional en turno contó con un elegido desde mucho antes de la designación definitiva a causa de la aprobación que este tuvo por parte del presidente; el segundo fue el que, con el desarrollo de su gobierno y la aproximación de los siguientes comicios nacionales, el titular del Ejecutivo iba descartando a personaje tras personaje hasta quedarse con el que menos mal veía, sin que necesariamente fuera de su total agrado. La sucesión Luis Echeverría-José López Portillo, amigos desde la adolescencia, ilustra la primera forma de decisión, mientras que la de Raúl Salinas-Ernesto Zedillo, producto del asesinato de Luis Donaldo Colosio, es la que mejor representa la segunda.

 

A pesar de que, con estos y otros procedimientos, el PRI y su aparato estatal consolidaron lo que el politólogo italiano Giovanni Sartori designa como sistema de partido hegemónico –sin competencia real– para eternizarse en el poder, con ello fue posible que el régimen político mexicano alcanzara una estabilidad y solidez institucionales necesarias para un país con una experiencia revolucionaria cercana. La revolución institucionalizada, pues, generó orden y consenso más allá de la oposición al presidencialismo manifestada en distintos momentos por parte de algunos sectores estudiantiles (1968 y 1971), guerrilleros (décadas de los 60 y 70), políticos (1988) e indígenas (1994), expresiones que –a decir de los que justificaron dicho oficialismo– no superaban los intereses de un país en vías de desarrollo y se remitían a ideologías de facciones.

 

Quienes defienden estos postulados señalan que fue necesario consolidar un partido fuerte en beneficio de la sostenibilidad nacional económica y política, sobre todo ante la amenaza que representó el comunismo antidemocrático cubano y su influencia ideológica en México, lo mismo que el socialismo soviético durante la Guerra Fría. Desde la postura de Huntington, el logro más importante que tuvo el proceso revolucionario mexicano iniciado en 1910 y que se fortaleció con la ascensión del PRI fue el desarrollo político del país. De un sistema en el cual la sociedad era mera receptora de la voluntad de un mandatario con perspectiva paternalista y autoritaria se evolucionó a otro en el que se involucró a los ciudadanos a participar en los asuntos de la vida pública de México.

 

A partir del análisis de estos procesos es posible entender los avances que ha tenido el sistema político mexicano desde la Revolución hasta la actualidad, el cual, pese a que todavía tiene aspectos que mejorar en busca de un sistema democrático más fuerte, se encuentra en un grado de desarrollo inconcebible desde las antiguas percepciones prerrevolucionarias.

 

Desde esta perspectiva, sin el PRI, este país se habría caído a pedazos.

El PRI desde la derecha

Michael Molina

Tomada de www.nexos.com.mx

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