Sucedió en el tiempo en el que la memoria necesita hacer mucho esfuerzo para contarlo; volvió a suceder en otros tiempos que son de especial atención y volverá a suceder cuando la conciencia se adormezca. Así lo contaron los abuelos y abuelas de nuestros abuelos y a abuelas, los más vividos y vividas.
Aquel viejo pueblo que, antiguo, se rodeaba de grandes palmeras, el pueblo querido que guardaba como tesoro viejos huanacastles, lambimbos framboyanes, huamúchil, pie de gallo, totopostle, madre sal, carnero, mangle y estaba rodeado por un fresco, verde río que humedecía los campos de cultivo. El pueblo, dominado por la montaña espesa de verdor y humedad, quedó arrasado, en un cerrar y abrir de ojos, por un enorme animal metálico.
Rechinaba al avanzar, lanzaba grandes bocanadas de negro humo y pestilente mientras tragaba árbol tras árbol. Avanzaba como cargado por miles de patitas que se unían entre sí por diminutos ligamentos, pero eran fuertes porque eran capaces de trepar sobre los árboles caídos, sobre arenas movedizas o de tierras lodosas. Nada había que pudiera detenerla mientras tenía hambre.
Guidxiyaza, como se llamaba, quedó totalmente desprovisto del verde que le daba nombre y vacío de sombra. Los animales locales huyeron. Muchos perdieron la vida en el enfrentamiento con el monstruo metálico; otros se suicidaron en la desesperanza.
Fue en ese tiempo cuando el aire se perdió. Venía rapidito el aire a visitar Guidxiyaza cuando se detuvo de una gran impresión, volteó la cara a un lado y otro y nada encontró.
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Ni un árbol sha, se dijo-
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Nin agua no hay, ¿no es aquí Guidxiyaza? Mejor voy a regresar a ver si encuentro el camino, no sea que me voy a perder.
Ese año el pueblo fresco, apacible y amable cambió. Se perdió la vista del viento y entonces hizo muchísimo calor. Se sintió como estar encerrado en una olla, calma, silencio, rodeado de vapor de agua que se andaba huyendo de aquel paraíso convertido en páramo. Era como estar flotando entre nubes, entre vapores.
Los hombres y mujeres empiezan a dormir en los patios; los cuerpos inmóviles seguían escurriendo sudor, como si de deshielo se tratara, hasta hacer mover la hamaca hacía sudar en abundancia. Se decía que, si una persona se acostaba a la hamaca, cuando se levantaba había un charco de agua abajo que le daba a la rodilla. A la ropa le salió moho, después de ello a ese moho le crecieron unos tentáculos que hacían que la ropa se pegara al cuerpo; por eso mejor sin camisa andaban.
Gran comezón sacudió a los cuerpos de los niños y de las niñas, se llenaron de diminutos granos que llamaron salpullido y lloraban de desesperación por su picor.
La que no pudo defenderse fue el agua; así como venía contenta a fertilizar la tierra, así se fue cayendo; hacía sus manitas hacia atrás como agarrándose de la nada. Los ríos, entonces, perdieron su cauce y, queriendo detenerse, arrastró troncos, tierra, casas; inundó el pueblo y muerte hubo. Herminia le pusieron de nombre a la destrucción.
Así que finalmente se detuvo, no podía irse ahora, toda desorientada quedó el agua, no sabía cuál era el camino que andaba, así que quedó estacionada en el pueblo. Dos días, tres días, cuatro días, y nada: llenas las casas estaban de agua. Las culebras entraban por una puerta y salían por la ventana de las casas que aún estaban, los cerdos aprendieron a nadar, los gatos se hicieron barquitos para pasar de un lado a otro, los ratones de campo se hicieron unas sus cuerdas por las que aprendieron equilibrio y las gallinas nadaban como si patos fueran. Sólo pequeñas islas habían que sirvieron de refugio.
Cuentan los abuelos y abuelas más viejas que grande necesidad había; la milpa se perdió, escaso se hizo el maíz, el frijol, la calabaza. La sal quedó mojada y, como el hambre no avisa, hubo necesidad de salir a ver a los vecinos.
Nadie se atrevía a salir de las islas, temando andaban de frío. Vergüenza tenían sus caras de que los vieran con hambre y frío, siendo que ellos morían de calor. Ve a ver, decía la mujer cuando los niños lloraban por hambre, anda ver si un vecino le queda un tajito de queso, una pequeña mazorca aunque sea, uno como quiera pero los chamacos.
Una vez que el hambre empieza, tampoco se detiene; así fue que unos primeros hombres llegaron a las islas de otros que, avergonzados, aceptaban que estaban en la misma situación, fue que ya envalentonados se encontraban con otros que, al verlos, se atrevían a salir.
Fue así que, entre verse y sentirse, se dijeron: ¿Cuánto vamo seguir así, pue? ¿Qué esta agua no tiene pa’ cuándo?
No, se decía la agua, no es que no quiero ir, lo que pasa es que no encuentro el camino. Diferente es que está todo, ¿dónde quedó tanto árbol? ¿Dónde quedó mi camino? Nin nadita de su nombre tiene este pueblo.
¿Dónde están las hojas de sus árboles? ¿Dónde están las hojas de su memoria histórica? ¿Dónde tiraron las hojas de su identidad? ¿Ya el desarrollo les quitó su nombre de Gidxiyaza?
Vergüenza garran aquellos hombre y mujeres y lo dicen entre dientes es que un gran animal de grandes y filosos dientes vino y se comió todo. ¿Y qué hicieron ustedes?, preguntó la agua enojada, ¿caso no pa’ cuidar es que están aquí? ¿Caso no tienen la tarea de traer la alegría a la tierra? ¿Cómo está ahora alegre la gente? Primero un gran calor y ahora un gran frío. Muerto de una vez, decían entre ellos.
Caso no me da vergüenza, prosiguió la agua, me da vergüenza que los niños y las niñas lloran y se enferman, todo porque no encuentro mi camino.
Llenos de vergüenza, hambre y frío, los hombres y mujeres se pensaron y se pensaron. Fue que se empezó a hablar bajito, como entre dientes. ¿Qué hacemos pue?
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¿Cómo vamo encontrar el camino de la agua?
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Y no se va ir si no lo encontramo.
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Burro encabronada está la agua.
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Ve a buscar su camino, opinaban algunos.
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¿Dónde lo voy a encontrar?
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Deberían, decían otros envalentonados, hacer equipos, busca el camino perdido.
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Hubiéramos puesto señal, she, decían otros.
Entonces fue que empezó la peleadera:
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¿Hubieran? Hubiéramos, mejor.
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¿Por qué no lo hiciste tú?
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Tú tienes la culpa porque no fuiste a ver quién traía ese animal.
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¿Y por qué no fuiste tú?
Y pleito y pleito había, cuando el agua, alzándose, les gritó: “¿Así se resuelve esto? ¿Con discutir se resuelve? Mira si se ponen a trabajar.
No se trata de hablar nomás, sino de ensayar soluciones. Yo me acuerdo que de aquellas montañas –señalando al norte, como hacia los chimalapas– caminaba hacia abajo –señalando hacia Aguachil–, pero ¿dónde está el camino? No lo sé porque ya no hay árbol que me indique.
Fue así que, regañados, con hambre, con frio y con vergüenza, los hombres y mujeres empezaron la tarea, se dividieron actividades y se pudieron a quitar troncos, a limpiar caminos y poco a poco la agua fue encontrando su camino. Se empezó las risas y, caminando, entre recuerdo y esperanzas, fueron encontrando señales.
Más allá, a lo lejos, encontraron lo que sus ojos no podían ver, que quienes hacían barrera eran las minera Santa Martha protegida por los guardias de Minarum Gold, de Copper Lowel y Minera Cascabel; y, por el otro lado, los cercaba las salineras recién instaladas por el rumbo de Aguachil hasta Conchalito; por el otro lado, de Cachimbo a San Francisco, cerraba el paso, sembrado uno tras otros, el parque eólico de Mareña Renovable.
Paren, dijo la agua, ya no limpien. Si limpian mi camino, voy a ensuciarme con toda esa mierda que tiraron esas empresas, y, si me contamino, jamás podré hacerles bien, mucho mayor mal voy a causarles.
Así fue que los abuelos de nuestros abuelos, los más antiguos, hicieron nacer el tequio, que sea, la ayuda ente todos pa’ que la comunidad viva bien.
Además, opino que es lo que hace falta en Ixhuatán pa’ que deje de inundarse y dejen de sentirse miserables cada vez que les llevan una despensa. Y que algo hay que hacer con todas esas empresas que están por instalarse en estos días.
¿Qué hacemos ahora? ¿Qué harías tú, amigo lector? ¿Cuál es el tequio que puedes construir ahora?
Espero sus comentarios para dar continuidad a esta historia.