10/2/2016
El domingo por la noche, en NatGeo, volví a escuchar un fragmento del discurso del presidente norteamericano John F. Kennedy del día de su investidura, 20 de enero de 1961. Ese día, dijo: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. O esta otra traducción: “Así, pues, compatriotas: preguntad no qué puede vuestro país hacer por vosotros; preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país”. Exhorto que de ser ejecutado por los ciudadanos de un país sin duda tendríamos un mundo mucho mejor del que actualmente tenemos. De paso nos evitaríamos estar quejándonos de todo y por todo. Pero, como tener ese nivel de conciencia no está al alance de cualquier hijo de vecino, pues vivimos lo que en México ahora mismo vivimos: mucha violencia, corrupción e impunidad.
Estimulado por esas palabras, recordé no solo el día que asesinaron a Kennedy, en Dallas, sino las lecciones de mi padre sobre dicho personaje, al cual admiraba sobremanera. Muchas horas ocupó para contarme, emocionado, lo esencial de la biografía de Kennedy. Por eso la tarde del 22 de noviembre de 1963, al regresar del rancho y enterarse por la radio del fatal suceso, mi padre exclamó, entre asustado y airado: “¡Fueron los rusos! ¡Viene la Tercera Guerra Mundial!”.
Fue mi padre quien durante mi niñez me habló de los políticos, principalmente de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial, tanto rusos, europeos y norteamericanos. Admiraba mucho a los políticos. Le encantaba también la palabra ministro, por lo que a muchos de sus amigos los llamaba así, jugando. En lo político se definía como socialista, admirador de los rusos y de la revolución cubana. Era cuando traía a cuento al Che Guevara y a Fidel Castro Ruz. Pero Kennedy ocupaba lugar especial en sus afectos.
Enterado por medio de la radio y de la revista Siempre! –que su hermana Julia le proveía de tarde en tarde–, mi padre tenía tela de dónde cortar. Así que no solo estaba al tanto del acontecer internacional, sino que también del nacional. Priista como el 95 % de la población de Ixhuatán lo era en aquellos años 60 –si no es que más–, para mi padre, Adolfo López Mateos fue el presidente para quien tuvo los mejores elogios. Lázaro Cárdenas fue el otro al que siempre relacionaba con el petróleo y el socialismo.
Imbuido por el fervor de mi padre a los políticos, no tardé en involucrarme en el tema. Lo hice en 1968 al estudiar la escuela secundaria en Juchitán, en donde hallé a un comité de estudiantes muy politizado y a una ciudad víctima de la corrupción en su ayuntamiento. Pero, contrario a mi padre, que a mi parecer solo miraba la parte bonita de los políticos, yo hice todo lo contrario: me concentré en sus errores y en el daño que causaban a tanta gente, a la que, dicho sea de paso, habían prometido ayudar a cambio de su voto. Descubrir ese nefasto doble discurso de los políticos en donde la mentira suele campear fue, quizá, lo que más me irritaba. No tardé en molestarme con toda la gente que les llegaba a creer y los apoyaba, a veces de manera incondicional, visceral y hasta fanática, diría. Me costó trabajo comprender que muchas veces ni la más esmerada ilustración inmuniza a la gente contra la miel que los políticos suelen poner a sus discursos. Leer historia escrita por investigadores fue el remedio para comprender la realidad. Para criticar algo antes hay que estar bien enterado del tema; a los únicos que beneficia esparcir rumores es precisamente a los funcionarios porque les hace la piel más gruesa, cual la de elefante.
Pronto me vi despotricando contra los políticos y el sistema de gobierno en México. También me hice adversario ideológico e histórico de los EEUU y lo que ellos representaban: capitalismo. Se vivía la Guerra Fría y el mundo estaba dividido en dos bloques. Uno simpatizaba con el capitalismo, que en ese entonces aún no adquiría categoría de salvaje, aunque ya lo fuera. El otro era partidario del socialismo y el comunismo, que solía vender la idea de que era la mejor opción –y quizá única– para los más jodidos en todos los sentidos. Obviamente abracé las ideas de estas últimas ideologías, no obstante que en casa mi padre –al discutir ambos sobre los daños del PRI y sus gobiernos al país, que por supuesto él no miraba– me restregaba en la cara que yo era un privilegiado gracias al sistema. Y sí lo era, solo que en mi descargo diré que también era joven. Aquí expresaré lo que se dice expresó el dramaturgo irlandés Bernard Shaw, premio Nobel de literatura: que si a los 20 años no se es comunista no se tiene corazón, pero si a los 40 se sigue siendo comunista no se tiene cabeza. Idea que por cierto se la escuché decir a Gustavo Díaz Ordaz el día que fue nombrado embajador en España y la izquierda lo atacó.
En casi 60 años de ser testigo del acontecer político, tanto en mi pueblo como allende sus fronteras, aprendí que cada sociedad, en efecto, tiene el gobierno que a esa misma sociedad le conviene tener, sin importarle las ideologías de izquierda, derecha o extremas. Tampoco si sus políticos o funcionarios tienen o no profesión; algunos ha habido en mi pueblo que no sabían leer ni escribir, por lo que se mandaban a hacer un sello de goma para firmar.
A propósito no digo que los pueblos tienen el gobierno que se merecen tener, como dicen que indicó Winston Churchill, porque si así fuera los mexicanos no tuviéramos lo que tenemos. De ahí que muchas veces, aunque el gobierno instaurado no convenga a la mayoría de la población, la élite gobernante es tan meliflua que la gente –no obstante vivir mal y en un malestar permanente por ello– no atina a deshacerse de esos malos gobernantes. Por el contrario, pierden la capacidad de cambiar su destino, el cual tarde o temprano justifican al decir que Dios así lo quiso. Los grilletes de las leyes aprobadas por la élite se los impide, además, en los hechos.
Dicen que los pueblos son sabios y que siempre eligen bien. Yo no lo creo. Más bien los pueblos cuando dicen ¡basta! lo hacen recurriendo a la violencia, por lo que de inmediato tienen la reprobación de todos, o casi todos. Mientras el pueblo espera su liberación –la cual por no generarla ella misma en su seno tarda una eternidad en presentarse– vive en el conformismo y a veces, por qué no decirlo si lo pienso, en la ignorancia de saber qué es lo que se merece y por qué debe exigir sin excusa ni pretexto lo que se le ha prometido. Y conste que no hablo de carecer de instrucción, porque quienes están muy instruidos muchas veces son los menos revolucionarios, ya que aprovechan a su favor todos los cambios que las sociedades convulsas producen y a los cuales ellos en un principio se opusieron.
Este año en Oaxaca se vive un típico año electoral. En todos los medios corren ríos de palabras empalagosas de los políticos de la hora y de toda ralea. Traen las mismas promesas de hace 50 años, por lo menos, solo que adornadas con la mercadotecnia del momento. Algunos están en un tris de llamarse mesías. Muchos intentarán espantar “con el petate del muerto”: “Los contrarios son malos y peligrosos; nosotros, buenos y benéficos”. Maniqueísmo puro, materia en la que destacan con honor los políticos y quienes dicen no serlo pero van detrás del hueso –“¡Perro, qué diablo!”, dirían en mi pueblo– para aliviar su desempleo/voracidad/ambición o acumular los puntos necesarios en el currículo y así poder ascender al siguiente escalafón cual chapulín, y no Colorado, precisamente. Ah, pero, eso sí –dixit Chava Flores:, mañana yo te cumplo: “Te daré lo que hoy te ofrezco”, cual Rey Mago, o prevaricador del erario, mejor, ya que no son los dueños de nada, si acaso de un fuero que en todo México es una patente de Corso.
Los políticos son vendedores de sueños y esperanzas que como mariposas –y no amarillas como las de Macondo, sí negras, por las malas intenciones– vuelan a posarse en la gente que los escucha embelesados y a veces, solo a veces, con la boca abierta. Políticos, cual encantadores de serpientes o tahúres ante un público que apuesta y casi siempre es engañada y pierde.
“No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”, reza el refrán racista. En el caso que nos ocupa muchos creen que los políticos deben ser absueltos si al final de sus gestiones no cumplen con lo prometido. Por desgracia así sucede, aunque en una democracia y en un Estado de derecho –frases que ellos tanto manejan– no debiera ocurrir. La rendición de cuentas y la transparencia en el quehacer público –no solo de los políticos, sino de todos los ciudadanos– debieran regir la vida en sociedad. Al no serlo así se da cabida a la corrupción e impunidad, que recientemente Transparencia Internacional, una vez más, ubicó a México no donde a cada rato dicen los políticos que ya estamos, sino muy por debajo de países a los que luego hasta se dan el lujo de criticarlos de atrasados.
Pero alguien tiene que hacer ese trabajo. ¡Sí, señor! Hay políticos que nacen y otros que se hacen. Todos se dicen patriotas y muchos terminan enriquecidos “de manera inexplicable”, dice el eufemismo de la ley que los mismos políticos crearon. Nada de inexplicable tiene toda riqueza mal habida. Por el contrario, los mismos políticos hacen todo lo posible para que quienes votaron por ellos se enteren para qué les sirve el apoyo popular. Se burlen o no de la dejadez de la gente, lo cierto es que tarde o temprano las cosas terminan por acomodarse.
Finalmente es la historia la que pone a cada quien en su lugar (que, por supuesto, a los políticos Cacos y ambiciosos les importa un comino). Los buenos servidores púbicos, los políticos bien nacidos y de buena cepa, se quedan en honrosos sitios que con el paso de los años se agigantan. Por desgracia son garbanzos de a libra. Oaxaca tiene a varios de ellos en los altares nacionales.
Esta vez la gente no piensa en todo eso que he dicho, no cree que quienes los visitan en sus pueblos, e incluso casas, vayan más allá del momento electoral. Por eso no dudarán en votar por ellos y por los muchos motivos que la gente sencilla piensa: porque es pariente; porque estará arriba; porque chance y ahora sí ayude al pueblo o a la familia; porque lo visitó y le pidió el favor; porque le deben favores; porque ya se agarró por adelantado dinero, cemento, pollos, borregos, materiales diversos: bastón, silla de ruedas, chuchería y media; porque se tomó una foto con él/ella; porque es del partido con el que se simpatiza, o porque… ¡la esperanza muere a lo último, chingaos! ¿A poco no?
El usufructo de la esperanza
Juan Henestroza Zárate
Tomada de www.noticiasurbanas.com.ar