top of page

A propósito de los días de asueto que nos regala la Semana Santa, practiquemos o no las religiones cristianas, me permití esta vez dejar de lado las reflexiones sociales y compartir con quienes leen estas letras un fragmento del poema “El Mar”, de Jorge Luis Borges; le sigue parte de un relato que escribí sobre esos encuentros que solo el mar conjura, y que no logro recordar si en algún momento fue real o producto de dos días de mezcales ilimitados.

 

“El Mar”

 

“Quien lo mira lo ve por vez primera,

siempre. Con el asombro que las cosas

elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.

¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día

ulterior que suceda a la agonía.

JLB

 

Destilado de epifanías. (fragmento)

 

“Nos conocimos en la infancia. Éramos los dos de ojos grandes, cabellos oscuros y despeinados, sonrisa tímida, y muy delgados por la ausencia de golosinas en los bolsillos y apenas lo indispensable en el estómago. Leíamos cuanto podíamos, él en la biblioteca de su barrio y yo en la sala de mis abuelos.

 

Los dos íbamos en la escuela primaria cuando nos vimos por primera vez frente a frente, como en un espejo: mirábamos la misma luna llena en busca del conejo que Quetzalcóatl había grabado cientos de años atrás... no tengo argumento razonables, pero sé que pasó de esa manera, sé que así nos conocimos, suspirando a la par, venerando a la luna.

 

Nos llenamos cada día siguiente de letras, historias, lágrimas, sueños y experiencias, no solía pensar en él, ignoro si él pensaba en mí, sólo nos habíamos visto esa noche de luna –moneda de oro- llena, ¿por qué tendríamos que recordarnos?

 

Un día de mayo desperté con 15 años y un ataque de claustrofobia, tenía ahorrados unos billetes para una cámara 110 que se lucía entre una pirámide de cajas amarillas con rollos dentro de una vitrina cilíndrica en el Foto Estudio Figueroa del Centro Histórico, pero necesitaba probar el aire de otro lugar.

 

Vacié mi mochila del bachillerato y metí dos mudas de ropa, caminé hasta la central de autobuses y elegí el poblado en el que vivían unos parientes cercanos. Llegué por la tarde al pueblo, mis familiares me obligaron a avisarles a mis padres que estaba ahí y que me llevarían de regreso al otro día. Después de una breve regañiza y abrazos muy apretados por mi cumpleaños, me llevaron al mar. Ahí lo vi por segunda ocasión.

 

Estaba parado frente a las olas, viendo algo, tal vez escuchando, tal vez esperaba a alguien o calculaba hasta dónde podría nadar. En cuanto lo vi hipnotizado por el mar sentí que me temblaban las piernas y un sudor frío empapó mi frente y bajó hasta el pecho.

 

-¿Quién es?, pregunté.

 

-Es del pueblo, pero estudia fuera, es un poco raro, no te confíes.

 

Apenas escuché la palabra raro y no pude dejar de observarlo. Nadó, regresó a la arena, se tumbó boca arriba y regresó a una de las enramadas que la hacían de palapa en la playa, se acostó en una hamaca y se puso a leer un libro de un tal Andrés Henestrosa.

 

Estaba absorto en la lectura y yo en él. Le pregunté a mi tío si podía invitarlo a comer con nosotros lisas a las brasas y los camarones al mojo de ajo que preparaba mi tía en un fogón improvisado.

 

-No, ya te dije que es..., y cuando terminó de decir "raro", yo ya estaba parada frente al joven tapándole la luz del sol que le llegaba por el poniente.

 

Bajó el libro, me miró la cara y luego las piernas, desde la pantorrilla hasta la cintura y luego bajó la mirada hasta mis nalgas. -No eres de acá, ¿verdad?, me dijo y volteó a ver a las personas que observaban la escena entre risas y con la guardia activada.

 

-Hoy sí -le contesté-, ¿te gusta la luna?

 

Embrocó el libro sobre su pierna derecha y ahora recorrió mi rostro con su mirada. Se enderezó con intenciones de dejar la hamaca pero no alcanzó a responderme porque mi familia me llamó a comer.

 

-A mí también me gusta leer... y tu pueblo, le dije y me fui a solicitar mi ración de comida.

 

Se volvió a acostar y regresó a su lectura, ignorando por completo a todos los que estábamos en la playa. Me gusta cómo se pierde en las letras, me gusta cómo cambia de mundo en segundos, fue lo que pensé durante días hasta que lo volví a olvidar.

 

Al otro día regresé a mi casa, me acomodaron unos cinturonazos y una lista de amenazas que incluía la prohibición de leer en casa de mis abuelos. Jamás me volvía a escapar”.

 

Petición amorosa:

 

Si en estos días de vacaciones religiosas que nos regala nuestro Estado laico, alguno de nuestros destinos es la playa, por favor, por amor a su propia existencia: no lo contaminen, recojan sus desechos; que la cruda o el estado de embriaguez y felicidad no mermen su capacidad de volver a llenar el cartón con las cervezas vacías.

 

Les encargo especialmente los botes de PET, y pásenla de lo lindo. El país no empeorará por unos días que nos tomemos para descansar, ya no hay forma, qué otra circunstancia peor que la masacre civil que ya nadie detendrá.

De los encuentros que solo conjura el mar; fragmento de un relato que nació en Ixhuatán

Cinthya Vasconcelos Moctezuma

bottom of page