Para mi madre, quien me cuida siempre.
(Uno)
Carlos se acuesta a dormir todas las noches con la idea de no tener que levantarse en la madrugada con los regaños de su madre, reprimiéndolo de que otra vez mojó la cama. Tiene 7 años, estudia el segundo año de primaria, tiene excelentes calificaciones, pero vive angustiado porque sus compañeros de clase se enteren de que se hace pipí todas las noches. Esa es la amenaza de su padre: decirles a todos lo que ocurre con él para que le dé vergüenza, para que, de una vez por todas, aprenda a levantarse como sus hermanos menores.
Carlos también se duerme angustiado porque, desde hace dos meses, cada vez que se hace pipí en la cama, su madre lo levanta y a empellones lo lleva al patio de la casa y lo obliga a bañarse con el agua fría del estanque para que aprenda, para que con ello entienda que antes de dormir haga pipí y no tomé más agua de la que realmente necesita. Lo que Carlos no sabe es que sus padres ignoran que él padece una enfermedad.
(Dos)
La enuresis es una enfermedad que padecen algunos niños hasta los 6 u 8 años de edad, aunque en algunos casos se puede extender hasta los 13, 14 años o más. Es provocada por una discapacidad que se presenta en el control de la orina, por ello también se le conoce como “micción involuntaria”. La enfermedad desaparece con el paso de los años; de manera natural, el niño o adolescente toma conciencia de su actividad y se predispone al control del vaciado de la vejiga durante el día y durante la noche.
La mayoría de los padres desconoce las características de la enfermedad y, por consiguiente, las causas que la provocan, lo que produce una serie de acciones incorrectas que, en lugar de curar o disminuir el problema en los niños enfermos, hacen que estas se presenten con mayor frecuencia y con mayor prolongación.
La enuresis puede ser originada por muchas causas, lo cierto es que la medicina no explica del todo una sola razón para la existencia de la misma. En algunas ocasiones, puede ser por un problema físico en la vejiga que hace que no se retenga la orina y por ello se provoquen incontinencias, una razón hormonal que hace que el organismo produzca mayor cantidad de orina por las noches, un problema genético en donde los padres con el mismo problema lo heredan a sus hijos, por afecciones médicas en las vías urinarias que no han sido revisadas y tratadas de manera adecuada o por problemas psicológicos que estén afectando la conductas de los niños derivados del estrés cotidiano a traumas en los primeros años de la infancia.
Para ello es necesario consultar a un médico especialista que pueda diagnosticar la enfermedad del niño y seguir el tratamiento adecuado.
(Tres)
Hace unos días anduve por Ixhuatán y un amigo me abordó mientras caminaba rumbo a la casa de mi madre. Me quería pedir un favor, y accedí con gusto a escucharlo y a realizar el encargo si contaba con las posibilidades para ello. Me pidió ayudarlo en un tratamiento para uno de sus hijos que tiene 7 años de edad para que dejara, al fin, de hacerse pipí en la cama.
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“¿Ya lo llevaste al médico?”, pregunté.
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“¡No, primo! Eso no es asunto de médicos, ese cabrón lo que necesita es una lección, ‘huevonazo’ como él solo, pero con esto seguro se le quita la maña”.
Mientras escuchaba a mi amigo, reflexioné un poco acerca de esta enfermedad terrible que se llama ignorancia, que padecemos y no queremos curárnosla, y, escudándonos en ella, cometemos actos impropios que, en lugar de mejorar un problema, lo acrecientan.
El tratamiento consistía en que mi madre prepararía el horno en que cuesen las tortillas o un fogón en medio del patio, el niño llegaría con un canasto lleno de “supuesto pan” para mi madre, el contenido en realidad eran dos ladrillos; cuando el niño llegara, nosotros, los varones de la casa, lo tomaríamos de los pies y de las manos para, después, mecerlo sobre el fuego y, a manera de advertencia, decirle que, si seguía haciéndose pipí en la cama, le quemaríamos los genitales en la próxima ocasión.
Lo consideré una salvajada. Mi amigo argumentó que era una recomendación de los mayores, familiares y vecinos, que por muchos años así les han quitado “las mañas” a muchos en el pueblo.
Disentí con él y le expliqué lo que conozco de la enfermedad. Le argumenté que no lograría nada con ello, que el problema era más complicado de lo que él y yo pudiéramos comprender. Que visitara a un médico, que siguiera un tratamiento, que conversara con su hijo tratando de reconocer algún tipo de angustia o problema que le aquejaba al niño.
Desconozco cuál ha sido la continuidad de la historia de Carlos.
(Cuatro)
No, no soy médico, pero yo padecí enuresis hasta los 13 años.