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22/6/2016

 

A Carlos Salinas le tocó sintetizar en una oración, al referirse a la oposición, lo que definía al sistema hegemónico priista: “Ni los veo ni los oigo”. En efecto, así era el PRI, y el tiempo ha demostrado que no ha dejado de serlo. Al mandatario solo le faltó agregar que no los ignoraba y despreciaba del todo, que se acordaba de ellos cuando se rebelaban. Así es. Fue en su sexenio, efectivamente, cuando fueron muertos varios cientos de opositores, principalmente del PRD, el partido que aglutinó a tantos inconformes con el sistema –al  que muchos de ellos habían servido durante años–, resentidos por no haber sido tomados en cuenta en el PRI. Al menos esa es la historia de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, promotores de la ruptura con el sistema.

 

Por esos azares de la vida, dos acontecimientos emparientan nuevamente al PRD y al PRI. Fueron las renuncias –por poco y coinciden– de sus respectivos presidentes: Agustín Basave y Manlio F. Beltrones. El primero, cansado de lidiar contra los intereses de las furibundas tribus renuentes a renunciar a las delicias del poder que ellos, para no verse como viles y groseros ambiciosos, llaman pomposamente “izquierda moderna”. El segundo, en congruencia –eso quiso decir en su discurso, como siempre meloso– con el estrepitoso fracaso en las elecciones del 5 de junio último. Ambos presidentes, eso nunca lo dijeron, por escoger mal a sus candidatos ahora perdedores, mientras que los que purgaron por mil y una razones, al irse a otros partidos, ganaron.

 

Ambas renuncias, además de la lectura que dejan ver, pueden también leerse del otro modo con que suele hacerse en México con todo aquello que produce la clase política: buscando los tres pies al gato a sabiendas que... En ese sentido, muchos creen ver en la renuncia de Basave más compatibilidad con la realidad que en la de Beltrones (quizá por eso a mí hasta me pareció ver alegre al perredista y muy deprimido al priista). Quizá porque Beltrones parecía no solo inamovible, sino incluso intocable en su puesto, ello, se insistía en decir, por contar con la anuencia del presidente Peña Nieto, que, como bien se sabe, es quien ahora decide en el PRI.

 

Ahora, pues, cabe hacerse la pregunta: si Beltrones cayó de la gracia del presidente, ¿fue por las siete derrotas sufridas en las urnas recientemente o porque hay algo más de fondo? Algunos creen que detrás de esa cortina que significó la renuncia de Beltrones –ocurrida horas después de lo de Nochixtlán– existe una lucha soterrada y sorda en el interior del PRI, de la misma magnitud de aquella otra que se suscitó al término del sexenio de Salinas, cuando los priistas dirimieron sus diferencias recurriendo a las vendettas. En ese partido existe la tradición azteca de llevar al sacrificio a las personas para que sea ungido el favorecido del señor presidente, versus tlatoani. Salinas sacrificó al finado Manuel Camacho Solís para imponer a Ernesto Zedillo. Ahora mismo todo parece indicar que Peña Nieto ya tiene a dos en la piedra de los sacrificios: Aurelio Nuño y Miguel Ángel Osorio Chong. Al menos el rostros de ambos –artificio para adivinar lo que ocurre entre los políticos a falta de la verdad- parece delatarlo.

 

No sé hasta qué punto en la CNTE tengan conciencia de las patadas que se tiran por debajo de la mesa en el PRI o de las maniobras del presidente Peña para perfilar a su delfín. Quienes sí le tienen tomado el pulso al gobierno son los empresarios, algunos de los cuales han comenzado no solo a presionarlo de manera subterránea como suelen hacerlo, sino también públicamente, manifestando su inconformidad en el mismo lugar donde suele hacerlo la oposición popular: el “Ángel” de la Independencia. Esta vez fue en relación al engendro que resultó de la Ley 3de3. Ellos algo han de saber –bendita información privilegiada– que no sabemos el común de los mexicanos. Por eso siempre son los primeros que abandonan el barco cuando este comienza a hacer agua. Lo hicieron con Zedillo, y nadie duda de que lo vuelvan a hacer ahora con Peña, máxime que el partido con el que simpatizan, el PAN, vive la euforia típica del triunfador, olvidando que en sus triunfos del 5 de junio pasado no solo participó el PRD con su resto, sino que principalmente priistas que abandonaron al PRI resentidos. Muy poco tuvo que ver con lo que una parte de la Iglesia católica dijo: que el PRI perdió porque Peña promulgó la ley del matrimonio igualitario. A menos que se piense que los militantes y simpatizantes priistas hoy día se parezcan en su ideología más al PAN que a sí mismos, no obstante que en sus siglas aún conserven lo de revolucionario. Entonces entenderíamos, de paso, por qué los priistas se oponen en el Congreso a la despenalización de la marihuana, encabezados por un viejo médico que en otros momentos se ha vestido de militar, Manuel Mondragón, pariente del tristemente célebre personaje de “La decena trágica”.

 

Esa euforia panista también  explica que desde ahora hayan destapado a su candidata para la gubernatura del Estado de México, en donde el gobernador actual dilapida el dinero a manos llenas para promocionarse para la presidencia de la república, sin percatarse que su coterráneo Luis Videgaray, hoy por hoy, sin decir palabra alguna, lleva la delantera no solo a Eruviel Ávila, sino a todos los otros priistas, ello solo por tener a su favor a Peña, aunque el trabajo serio en la economía del país lo estén haciendo Agustín Cartens y el Banco de México. ¿Meade? Ah, él solo está en Sedesol para asegurar votos de la clientela cautiva y, además, sirve de distractor; igual papel que desempeña del lado del PAN su presidente nacional, Anaya, quien le prepara la mesa a Margarita Zavala, esposa de Felipe Calderón, apellido que ella pide no se lo endilguen, imaginamos por qué. Que agradezca que ella no sea norteamericana…

 

Hasta Televisa y TV Azteca están mostrando deseos de cambio –quizá para que todo siga igual–, preocupados en conservar el negocio. Hay relevos en ambas televisoras que, si bien es cierto obedecen a la caída en sus dividendos económicos, también se deben a que la nueva generación exige veracidad en la información y no la manipulación grosera a la cual ambos consorcios se prestaron a realizar para adoctrinar a  la gente hoy mayor. Gracias al internet y a las redes sociales, los mexicanos interesados y preocupados por la realidad nacional no se conforman con una sola versión, esto es, aquella que da el gobierno, sino que se allegan varias, lo que siempre será más beneficioso que perjudicial.

 

Lo acabamos de ver con la represión de Nochixtlán. El comisionado de la Policía Federal quiso engañar diciendo que sus elementos no iban equipados ni con toletes, mucho menos con armas, cosa que de inmediato las agencias noticiosas extranjeras y mexicanas serias, que cubrían el evento, desmintieron, tal y como debe hacerse: mostrando evidencias ciertas. Pero el señor Galindo no paró ahí e intentó tapar el sol con un dedo. Finalmente dijo que su policía fue emboscada y que por eso se obligó a usar armamento. Risible versión si ellos cuentan con todos los equipos –incluidos aeronaves y trabajo de inteligencia militar– para combatir no solo a un pueblo pobre armado con piedras, palos, machetes y cohetones, sino a todo un ejército equipado de igual modo. Ni el argumento del gobernador Cué –a quien se le ve ajeno a su responsabilidad al permitir que el gobierno federal decida y actúe en el estado–, en el sentido de que varios grupos sociales operan conjuntamente con la CNTE, ayudó a erradicar la idea de que la Secretaría de Gobernación es ineficaz, por obra u omisión, por estar ocupado su titular en promoverse, más que en la gobernabilidad del país. El periodista Carlos Puig ha llamado la atención al decir que  le parece simbólico que dicha secretaría esté cerrada con vallas metálicas, no obstante no existir frente a ella plantón alguno.

 

Mientras la CNTE parece representar el último bastión de oposición que aún queda en este país (tal como ha sido siempre, con sus métodos que encabronan a medio mundo aquí, más a quienes viven bien, pero que aplauden cuando la ven en acción en el extranjero), el gobierno –y con él toda la clase política con sus muy contadas excepciones, y a veces esto solo para posicionarse o porque es lo políticamente correcto– sigue insensible fingiendo que no los ve ni los oye, pero que sí está dispuesto a encarcelar a sus líderes –fabricándoles o no delitos– o a reprimirlos en las vialidades –los centenares de policías bien uniformados y alineados que el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México les puso a los manifestantes en su camino al zócalo pasará a la historia como algo grotesco y desmesurado–. Ciego y sordo, el gobierno de la república no atina a quitar el mal humor de la sociedad, harta de la corrupción e impunidad de la clase política, la cual jamás había alcanzado los niveles de escándalo que ahora tiene.

 

Mientras esto ocurre en México, en Europa, el jueves 23 el Brexit –referéndum en Gran Bretaña para decidir si se queda o se sale de la Unión Europea– amenaza con llevar al peso y a nuestra inflación a niveles que polaricen aún más a los oaxaqueños y mexicanos si Reino Unido se aparta de las otras economías.  De los precios del petróleo no hablemos, sí de los combustibles que subirán de precio una vez más y que todos los dueños de autos pagarán tenencia y más impuestos. Por eso urge el diálogo entre el gobierno y sus gobernados inconformes, es de elemental justicia hacerlo. La imposición de la reforma educativa, tal y como el gobierno, el Congreso y la SCJN lo aprobaron, es solo eso: una manera autoritaria. Y el autoritarismo –esto es, favorecer a las élites gobernantes y acomodadas– simple y sencillamente no es posible de ejecutar en una nación donde campea la pobreza, a menos que se busque lo que algunos desde hace años han venido diciendo: cambio de régimen civil por uno castrense.

 

Yo apuesto a que la resistencia que la CNTE lleva a cabo –con todos y sus defectos o asegunes– es saludable no solo para los oaxaqueños, sino para la patria misma. Por supuesto que el cambio que se necesita es costoso y doloroso en vidas y cosas materiales. Pero solo así se obliga a los gobiernos ciegos y sordos a escuchar al pueblo que lo eligió.

Gobierno ciego y sordo

Juan Henestroza Zárate

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