A mi tío Eustaquio, pescador de ilusiones a tropel
Ni bien han asomado sobre el mar los primeros rayos del sol, mi abuelo trabaja con los enseres de la pesca, mi tío Eustaquio prepara unos pedazos de leña para encender una fogata y preparar café, mi primo Cecilio y yo nos despertamos soñolientos por el ruido de los demás pescadores que también se preparan para ir a la pesca. Salimos del rancho de palma, aspiramos el aire perfumado de salitre y tratamos de distinguir entre las sombras proyectadas por la flama de los candiles colgados entres las ramas de los manglares cuál es la prisa que tienen aquellos hombres por comenzar la faena del día.
“¡Anda, apúrense!”, nos dice el abuelo mientras nos ve estirándonos en medio de las sombras, “¿No ven que el lucero ya está bien alto?”.
Cecilio y yo nos vemos incrédulos. ¿Cuál lucero? ¿Y qué tiene que ver con el amanecer?
Mientras acompañamos a mi abuelo Florentino a la pesca por los rumbos de la ranchería Aguaspocas oigo por primera vez, en voz de los lancheros compradores de camarón, noticias sobre el horario de verano; los oigo discutir, mentarle la madre al presidente Zedillo, reírse de la estúpida manera de querer controlar el tiempo, añorar que ahora, con esta disposición, baje el precio en el recibo de luz, seguir discutiendo sobre el asunto mientras se rascan la cabeza y lanzan al aire, a ras del agua, sus atarrayas.
A doce años de distancia de la aplicación de horario de verano en México, esta disposición sigue causando controversias entre los habitantes de los pueblos rurales del país, sobre todo en lo concerniente al desarrollo de las actividades socioeconómicas propias de las regiones campesinas, ganaderas y pesqueras, y más cuando estas se vuelven el sistema de vida esencial de los habitantes de comunidades que dependen directamente de estas actividades para su sobrevivencia.
Durante el gobierno de Ernesto Zedillo, se dio a conocer el decreto en el que se anunciaba la implementación de un horario de verano, fue acompañado de una gran cantidad de información que daba a conocer consultas con organismos y organizaciones públicas, privadas, económicas, sociales, culturales, políticas y asociaciones civiles, que se consideraron como los garantes de la viabilidad de la aplicación de la medida para que el gobierno federal, a través de la Secretaría de Energía, aprovechara el ahorro en el consumo de energía eléctrica y los costos de producción beneficiaran la economía del país, además de que, con ello, la población usara de una mejor manera la luz natural durante el periodo estacional entre la primavera y el verano.
La aplicación finalmente llegó en el gobierno de Vicente Fox a pesar de la controversia planteada a partir de un decreto por parte del jefe del gobierno de la Ciudad de México por mantenerse con el “horario vigente”, controversia que la Suprema Corte resolvió en favor del gobierno federal puesto que era “competencia del Congreso de la Unión legislar en materia de husos horarios y horarios estacionales”, por lo que el Congreso aprobó la Ley del Sistema de Horarios, publicada en diciembre de 2001 en el Diario Oficial de la Federación, que garantizó la aplicación del horario de verano por primera vez en todo el territorio nacional puesto que ya se tenían experiencias anteriores en algunos estados, como el caso de Yucatán, Tabasco y Chiapas en 1922; Baja California, en 1930, Baja California Sur y Norte, Sonora, Sinaloa y Nayarit, en 1942.
Desde el año 2002, los habitantes de Ixhuatán se han acostumbrado a vivir con dos horarios: “el horario de Dios” y “el horario de Fox”, como se dijo al principio. Ahora he oído decir “el horario del gobierno”, pues, según los argumentos que he escuchado en repetidas ocasiones: “¿Quién le ordena a los zanates y otras aves dormirse y despertarse más temprano?”, “Las estrellas y los luceros no saben de horarios, son ellos quienes dicen a qué horas debemos levantarnos para que no nos amanezca dormidos”, “Dios es el que dice a qué hora nos dormimos y a qué hora despertamos”.
El horario de verano, según el gobierno federal, ha generado ahorros por cientos de millones de pesos en materia de producción, distribución y consumo de energía eléctrica, lo que permitiría que el estado invierta más en la misma materia para competir con los estándares de calidad frente al mercado internacional; sin embargo, de principio, hace doce años, la apertura del mercado nacional en estos mismos rubros solo estaba en manos del estado.
Si bien el horario de verano trae beneficios para el estado, para la población, que es en donde se debe reflejar como política pública, no se han dado todavía a pesar de llevar implementándose por más de una década; al contrario, los recibos cada día llegan más caros. La población es reticente en usarlo en sus actividades cotidianas, por ello, en Ixhuatán, como en la mayoría de los pueblos rurales del país, las actividades cotidianas están programadas en dos horarios para evitar equívocos: “el horario de verano y el horario normal”.