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1/8/2016

 

Aún me falta tocar el aire que ha pasado en el triste transitar del universo en nuestras vidas; tu vulnerable paisaje arropado ahora de concreto, viento que transita impunemente por tus calles y me sabe a ayeres y a lágrimas; polvo de tus calles hechas de estrellas; surcos que impregnan de arrugas tu tiempo, tu historia también de lagrimas, de amantes virginales entregadas en su primera noche evocando antaño para seguir con la estirpe de tu raza.

 

Aún me falta ser lluvia y estar bajo las tormentas de tu cielo besando el aroma de tu tierra húmeda vestida de nostalgia perpetua que todavía nos hiere el alma, que todavía nos hieren los amores de tiempos pasados.

 

Aún me falta nombrarte muchos días más para llenarme de sonrisas de alegría que enriquecen mi espíritu. Hoy me haces falta, Ixhuatán. Mi alma vacía reclama tus ayeres y tus noches que nutren las calles de música de marimba, de cántaros rotos acompañados con sus bailes autóctonos al son de la Sandunga con sabor a tamal de mole y pollo, garnachas y el choque de cervezas o mezcal que llenan mi piel y enriquecen de alegría al más rudo de los hombres y mujeres que botan sus penas a través del alcohol.

 

Apacigua mi alma de esta tormenta de recuerdos para volar contigo en tus atardeceres de mercado y el horizonte en la puesta de tu tarde de colores donde se pierden los amores, donde la nostalgia de los amantes se vuelve aves para surcar el cielo de colores siniestramente en una lluvia de lagrimas, así como el arado hiere y penetra la tierra para parir su fruto.

 

Costumbres de juventud de la picardía que nos invadía al salir de la escuela secundaria nocturna; acudir a los bailes y echar un ojo a la más bella de las damas de nuestro gusto, y cuando el hambre hacía presa de nuestro estomago no faltaba un difunto al que había que visitar fortuitamente y que estuvieran velando para robarle un tamal y el café, amén de no saber su nombre ni parentesco alguno, aun con la tolerancia de los dolientes y con una limosna cumplías de alguna manera tranquiliza la tormenta que invadía su alma por la pérdida del ser querido.

 

Recuerdo de mi infancia en mi querido pueblo Ixhuatán. Todavía viven en mí el paisaje verde y los aromas de nuestro campo olor a hierba, olor a paz, y una que otra cantina y los tocadiscos anunciando decesos, comida y festejos; tiempos en que no había luz eléctrica, solo lámparas de petróleo o gasolina que apenas le daban un soplo de vida en las noches a nuestros pueblos, y respirar ese aroma a naturaleza.

 

Tal parece que está llegando el día que los que vivimos esos momentos se terminen por las nuevas generaciones en ese abismo de distancia que ya nos está separando, donde lo material huele mejor que nuestros campos. Me atrevo a decir que quien no sepa defender su entorno pronto lo pagará con sus futuras generaciones ambiciosas de poder.

 

La vida de nuestro entorno ecológico aún sano… tal vez sus días esten contados, y la contaminación no llevará progreso, sino enfermedades propias de civilizaciones industrializadas.


Tal vez estemos en el umbral de enterrar nuestro pasado a cambio de ese llamado progreso con tintes de tragedia. Ni por asomo se ve sensibilidad en nuestros gobernantes y en quienes habitan el foco de sus malas intenciones, y tal vez –eso sí no dudo– nos regresará a la época de las cavernas a nivel global, que como decía Einstein: "La cuarta guerra mundial será a pedradas". Lo digo como nativo de estos dos hermosos pueblos (Ixhuatán y Reforma) que siempre han sido motivo de comentarios alagüeños de vacacionistas por su belleza y natural entorno sin contaminaciones.

 

No perdamos este paraiso. Hagamos conciencia del tesoro que tenemos. Por nuestra pequeña patria debemos luchar hasta el último aliento, y estas nuevas que generaciones sepan que el futuro de nuestros pueblos está en el campo, pero trabajándolo racionalmente. Le doy gracias a la vida por haber nacido en ese pedazo de gloria de un México desgraciado.

 

Tan lejos de mi vida

 

Envidio al aire que rosa tu cuerpo

que se roba tu perfume

para llenar el espacio de otro brazo.

 

La voz de tu boca callada

el contorno de tu cuerpo

mujer infinita, inalcansable

que conspira con la brisa del mar

en una metáfora de estériles palabras.

 

Tus manos danzando en mi cuerpo

en el ocaso de mi vida  

en el crepúsculo mismo del olvido

que arranca mi piel a girones.

 

Tu nombre que vaga en los recuerdos

de la dicha de otros tiempos

que pasan adyacentes y triviales

tan lejos de mi vida, sin tocarte.

 

Solo tus besos llenarán el vacío

de otro cuerpo en el invierno.

 

Tan lejos de mi vida

desierto y espejismos

que manchan el paisaje.

 

Amante pasajera y clandestina

penetrada, insatisfecha

deseándote, muriendo de ti.

 

Tendido en mi espacio moribundo

de deseos penetrando tu imagen

con el fuego de mis ojos

osando amarte en la distancia.

 

Libre, libre de cadenas

amante intangible

arrastrando tu voz, tu cuerpo.

 

Ven que no borro tu recuerdo

quisiera olvidarte pero no quiero

mi vida tan impersonal, indigna

colgado de tu piel impunemente

en el abismo de la muerte misma.

Ixhuatán,

me hueles a nostalgia

Manuel Eugenio Liljehult Pérez

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