San Francisco Ixhuatán, un lugar hermoso, limpio, acogedor, tranquilo y muy seguro. Así se describió por mucho tiempo mi pueblo natal, famoso y reconocido por la pesca, la agricultura y la ganadería.
Con el paso del tiempo, Ixhuatán ha ido perdiendo su esencia e identidad, pues, de las características antes mencionadas, solo logramos rescatar lo hermoso y acogedor. Hace ya algún tiempo, y si mi memoria no me falla, alrededor de unos 15 años, el pueblo ha sufrido un cambio tremendo y, aunque duela reconocerlo, no ha sido para bien.
Aún recuerdo aquellos días y aquellas noches en las que transitar por las calles de Ixhuatán no era más que un placer digno de ser llevado a cabo todos los días, no se pensaba en el peligro, andar en bicicleta o a pie resultaba una costumbre para todo ixhuateco, las calles aún eran de tierra, el ruido de las carretas servían como despertador para el estudiante, solo el rico tenía carro, y, ¡vaya!, no se escuchaba hablar tanto de las motos, a duras penas había triciclos. En la actualidad, los accidentes en moto están de moda, quedarse inútil o inclusive perder la vida a razón de se ha convertido en una costumbre. En el pueblo ya se escucha hablar de robos a la hora que sea, últimamente hasta de secuestros y asesinatos; la contaminación y el uso inadecuado de los recursos naturales están a flor de piel.
Al hacer esta comparación entre el ayer y el hoy de Ixhuatán me surge una gran inquietud en saber cuáles han sido los conductores que nos han llevado a esta destrucción. Y, sin duda alguna, la responsabilidad recae en todas las ixhuatecas y los ixhuatecos con o sin cargos públicos, con o sin profesión, con o sin responsabilidad de padres. Pues esta sociedad ixhuateca, que día a día carece de valores, lo aceptemos o no, nos lleva a todos entre las patas.
Los valores son medios adecuados para conseguir nuestra finalidad, y esta, citando a la ética Nicomaquea del filósofo Aristóteles, recae en alcanzar la felicidad. El autor afirma que la felicidad se alcanza cuando se hace bien lo que se quiere, entonces la felicidad debe ser también un bien. No solo debe ser un bien, sino el bien al cual todos los demás bienes se dirigen. Para ello es necesario recurrir a las virtudes: la virtud moral, que es aquella que hace bueno al ser humano, y la virtud intelectual, que consiste en saber lo que se quiere y hacerlo bien.
Tomando en cuenta lo anterior, deduzco que la sociedad ixhuateca está decadente en valores. Los padres, por ejemplo, ya no le dedican mucho tiempo a sus hijos, el cual se aprovechaba para platicar con ellos e inculcarles la moral, esas comidas alrededor de la canoa en donde todos sabían compartir y disfrutar de lo poco o mucho que había para alimentarse y que, aun siendo sustituida por la mesa, ya no se enseña ni aprende a compartir.
Menciona mi abuelita: “Antes la gente respetaba, no como ahora. Pobrecito de aquel que no saludara al que se topaba en la calle”, y era así como se formaba un ambiente armonioso y de familia, pues todos se respetaban como parte de y, por lo tanto, no podían hacerle mal a la tía o al tío, menos a la prima o al primo. En el caso de la escuela, los maestros estaban autorizados para actuar como segundos padres y jalarle las orejas al chamaco; en la actualidad, ya “los patos le tiran a las escopetas”. No existe ni siquiera orientación vocacional, ¿cómo hacer lo que se quiere y cómo hacerlo bien si lo primero no se tiene definido, menos lo segundo?
En el pueblo, todos se ayudaban mutuamente “Voy a dar tequio”, decían, el cual también se ha ido perdiendo con el paso del tiempo y nos ha dejado como consecuencia la ausencia de una buena convivencia trayendo a cambio la conveniencia.
Nos hace falta rescatar esa familia-comunidad ixhuateca de la que tanto me platica mi abuelita, y lo peor es que tenemos todo para hacerlo y no lo aprovechamos. Preferimos delinquir antes que enriquecernos con las maravillas naturales que nos ofrece Ixhuatán, y no me refiero a explotarlas para después acabar con ellas, sino a cuidarlas y darles el uso adecuado para que, en lugar de reducirlos, podamos multiplicarlos.
La familia debe retomar el papel tan importante que le pertenece, ser la base de toda convivencia en armonía, cimentada por esos valores carentes en estos tiempos. Es, sin duda, una gran tarea. Regalémonos tiempo, comunicación, en lugar de cosas materiales, como las motos, por ejemplo. Démosle a la escuela el lugar que se merece y que sea como nuestra segunda casa en donde nuestros segundos padres nos vean realmente como sus segundos hijos y viceversa, que exista educación verdadera de tal manera que nos preparemos no solo para una profesión, sino para la vida.
Ixhuatán es nuestro y es nuestra responsabilidad hacer de él el pueblo hermoso, limpio, acogedor, tranquilo y seguro del que tanto añoramos el regreso.