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San Francisco lindo Ixhuatán/

tierra de calor tropical/ tus mujeres son/

por gracia de Dios/ de ternura y amor virginal./

Ixhuateca eres tú/ la reina de ese lugar/

siempre pienso en ti/ con amor voraz/

y de mi alma la reina serás./

La Virgen, tu adoración/ lindo pueblo de mi corazón/

siempre llego a ti/ con la devoción/ de llevar su santa bendición./

Ixhuateca eres tú/ la reina de ese lugar/

tu dulce mirar/ lindo atardecer/ que acaricia la brisa del mar. 

Gonzalo Pineda de la Cruz.

 

 

Mientas escribo este texto, pienso que debo llamarlo “Fiestas Patrias”, a propósito de las celebraciones, pero, en mi turno de las publicaciones, otros compañero del Panóptico se me adelanta con el nombre, entonces no hay nada mejor que nombrarlo como lo que soy.

 

De niño, en mi casa, mi mamá y mis abuelos me enseñaron lo que debía aprender y ser en el civismo; en la escuela, mis maestros me enseñaron a ser ciudadano, mejor dicho, aprendí con ellos la ciudadanía; con el paso de los años, mientras fui aprendiendo con todos y de todos, otros dos conceptos me encontraron en el camino: nacionalismo y patriotismo. A veces pienso que yo los encontré, pero, en la reflexión, siempre caigo en cuenta de que ellos me encontraron a mí, fortuitamente, por azares del destino, o que sé yo por qué, pero ahí me acompañan en el morral de todos los días.

 

Los cuatro conceptos guardan una relación en el sujeto en tanto su práctica social; los dos primeros provienen desde la época antigua, de cuando los griegos hablaban de democracia participativa, con ellos se definía por norma o ley quién era ciudadano y quien no, quiénes podían tener el derecho a votar, opinar y ser partícipe de las decisiones del estado, esto era muy importante dado que el gobernante escuchaba las decisiones del pueblo a través del senado, a través de los debates públicos de asuntos públicos que beneficiarían o no a los miembros de las ciudades estados.

 

Pero también los ciudadanos tenían obligaciones, aquellas que estaban otorgadas a partir de la conformación de los estratos sociales y de las actividades que realizaban, de las características de sus acciones frente a un quórum que los elegía para el desempeño de funciones específicas, así que la ciudadanía se adquiría en el cumplimiento de derechos y obligaciones dentro del sistema social al que se pertenecía.

 

En la actualidad, en el caso de nuestro país, la ciudadanía se logra en el cumplimiento de los preceptos legales, cuyas garantías están otorgadas por la constitución a partir del reconocimiento de la mayoría de edad, cuando se cumple los 18 años, antes no porque se reconoce que a esa edad un individuo está capacitado, física y mentalmente, para el cumplimiento de sus obligaciones como ciudadano, así como en el reconocimiento de sus derechos; es menester también aclarar que muchos derechos son otorgados desde el momento mismo en que uno nace, pero no así el derecho a la ciudadanía.

 

El concepto de civismo está ligado al anterior, mejor dicho, se deriva del anterior, la civilidad, ser civil en un estado, proveniente de igual manera de la cultura griega, de civitatis, que significa ciudad, y de civis, ciudadano, es decir, el civismo se va referir a las formas de ser buen ciudadano, a la pertenencia a una ciudad, a las normas o pautas que una sociedad muestra como garantía de vivir en armonía, de consolidar un respeto al otro y, por tanto, de una buena educación basado en los valores colectivos.

 

El civismo como tal nos lleva a ser buenos ciudadanos, a comprender y entender de una mejor manera nuestras diferencias y semejanzas, recuperando para el bien común los patrones de relación social que permitan el crecimiento de la colectividad hacia un mejor escenario futuro; para ello, en el ámbito de la educación, formal, informal o no formal, en las escuelas o fuera de ella, los ciudadanos tenemos la obligación de fomentar el civismo en las nuevas generaciones para construir un posible futuro mejor en la historia de los pueblos a los que pertenecemos.

 

El civismo no está en las acciones que promueven los spots de televisión, desde el escenario nacional, en el cual nos tratan de vender la idea de que, respetando los símbolos patrios, marchando en el desfile de conmemoración del inicio de la Independencia y cantando el himno nacional, vamos a ser mejores ciudadanos; por cierto, en el origen, el desfile era militar y servía para rendirle tributo al presidente en turno, además de que el grito se dio –según la historia- el día 16 de septiembre, pero el general Porfirio Díaz cumplía años el día 15 y, para honrarlo, sus allegados cambiaron la fecha del Grito para así festejar a nivel nacional ambos acontecimientos.

 

El tercer concepto es el que me gusta más: el nacionalismo. La idea de nación desde uno de sus múltiples significados, como lo que representa a un grupo de personas, por su territorio, por su pasado histórico, por sus costumbres, por su lengua, por sus prácticas culturales compartidas que se vuelven inherentes a su condición económica, política y/o religiosa y que en su praxis contienen una actitud solidaria por la preservación de la identidad.

 

Esta idea de nación, que no es la misma que estado o país, pues el primero es el que administra un territorio y el segundo es una entidad política que es administrada por un estado. No, yo acudo a que la idea de nación es la que se puede defender cuando la vemos mancillada, horadada por los discursos salvajes de los políticos; la nación que pensamos cuando nos alejamos de ella, esa en donde viven nuestros padres y abuelos y en donde dejaron sus raíces los abuelos de nuestros abuelos; esa nación que, de solo recordarla, se nos enchina la piel, en donde está la tierra sagrada que guarda nuestros primeros llantos, nuestros primeros pasos, nuestras risas que aún resuenan en la memoria de nuestros mayores; esa nación a donde volvemos en el recuerdo, con los pies ansiosos de disfrutar cada uno de sus rituales primigenios; esa nación que traemos tatuada en la memoria, por la que lloramos con el primer recuerdo que alguien nos hace llegar de ella.

 

Por eso, como bien dicen los teóricos de las ciencias sociales, el hombre vive con su nación a cuestas, no con su país; el amor por el territorio que une a un pueblo se vive con el mismo pueblo, no con las políticas de estado; el nacionalismo se recuerda y se vuelve a ella a través de sus bailes, de sus fiestas, de su comida, de sus rituales, no desde la homogeneización de las prácticas que hacen los medios de comunicación; así, vamos a encontrar países sin nacionalismos, como naciones sin estado; lo que importa en el hecho es la recuperación de la identidad, la transmisión de la herencia cultural, el fortalecimiento de las prácticas sociales, aun después de haber cruzado las fronteras políticas. ¿Cuántos de nosotros no se siente orgulloso de la nación zapoteca de la cual formamos parte?

 

Cierro estas ideas conceptuales con el concepto: patriotismo. Este concepto en el cual se muestra y demuestra un amor por la patria o por el pueblo natal –sin caer en el chovinismo-, distinto al nacionalismo, que es endógeno, el patriotismo regularmente se observa desde lo exógeno, pues, en la distancia física, recordamos y añoramos las costumbres, la historia, la familia y todos aquellos elementos que nos mantengan unidos al recuerdo de la tierra que nos vio nacer.

 

La mayoría de las veces se ha llegado a confundir el patriotismo con la defensa de la patria o, peor aun, con la defensa de los intereses políticos de quienes administran el estado; aun a pesar de que, en caso de guerras o confrontaciones armadas con otros países, el patriotismo es una de las banderas que primero se tiende al viento para defender los intereses de país, en donde siempre el amor por la identidad homologada nos lleva al repudio de los intereses extranjeros.

 

El patriotismo se construye a partir de un orgullo en lo colectivo, a partir de prácticas comunes que van forjando con el paso del tiempo el amor a las identidades colectivas desde lo individual, lo que soy a partir de lo que somos, lo que somos porque lo que soy está inmerso en ese tremendo mar de experiencias colectivas. No hablo del patriotismo que nos venden los medios de comunicación masiva ni de las políticas de estado que piensan el país como igual. Yo hablo de patriotismo como parte de un país en que las diferencias convergen en distintas aristas de la realidad. De la patria que entiende que uno y otro pueblo son diferentes pero que pueden convivir en armonía. De la patria en donde no todos somos iguales, pero que tenemos los mismos derechos y obligaciones. De la patria en el que caben muchas naciones y en donde ser ciudadano es una obligación compartida. De la patria en donde el civismo se enseña y se aprende conviviendo con unos y con otros, en la casa, en la escuela, en los espacios públicos, en fin, en todos lados.

 

Yo soy patriota, tengo una nación inmensa, rica en cultura y tradiciones. He dejado, quizás, de ser un ciudadano de mi patria, pero allí, en mi Ixhuatán –o, mejor aun, Guidxi Yaza-, aprendí civismo, y me comporto como tal.

 

Saludos, queridos paisanos. Practiquemos el diálogo.

Ixhuateco soy

(Primera parte)

A. Antonio Vásquez

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