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1/3/2015

 

Hace un par de años, en la revista Muy Interesante leí que las leyendas de casi todas las culturas patriarcales asignan a las mujeres un papel negativo, en el que tanto Eva como Pandora han sido causa de todos los sufrimientos del hombre; Lilith, el símbolo protofemenino mesopotámico, se convierte en demonio y mata a los varones recién nacidos.

 

Sin embargo, a pesar de la historia, en México se le ha dado al hombre la libertad de dominar, representar el núcleo familiar y simbolizar a toda la sociedad. No se ha pensado a fondo la posibilidad de que exista el matriarcado, que se caracteriza por el alto valor  dominante de las mujeres, mujeres que han dedicado su vida a convertir a la sociedad en un estado totalmente igualitario.

 

A lo largo del tiempo, se ha hablado de la mujer como una persona sumisa, incapaz de realizar algún trabajo público y representar a la sociedad a la que pertenece, una mujer  dominada por el que tiene el poder.

 

Los tiempos han cambiado, así como todo cambia, y esa mujer sumisa a la que cualquier hombre podía intimidar ha tenido una evolución impresionante al grado de que ahora se ha llegado hablar del matriarcado, pero ¿realmente existe el matriarcado en México?

 

Recuerdo que en aquel texto publicado en Muy Interesante afirmaban que la mujer originaria de la ciudad de Juchitán de Zaragoza, ubicada en la región del Istmo, admirada por sus trajes típicos y por hablar orgullosamente la lengua nativa zapoteca, es considerada símbolo del matriarcado en México. Ahora bien, ¿en verdad la sociedad juchiteca es una sociedad matriarcal?

 

Este discurso sobre el matriarcado en el Istmo considera que el modelo social es un modelo civilizador, herencia de los  antepasados del periodo prehispánico de la raza zapoteca, donde las mujeres gozan de los mismos derechos que el hombre y la diversidad sexual es aceptada.

 

Sabemos que, en Juchitán y en la gran población istmeña, las mujeres se dedican al comercio, a la elaboración de los hermosos trajes típicos, a la preparación de los alimentos que ofrecen a la variedad de turistas que se encuentran de paso; se dedican también al lavado de ropa, a hacer los adornos para las fiestas, las diferentes cerámicas, fabrican los holanes para las enaguas, etcétera. Mientras ellas trabajan ofreciendo sus productos, los hombres  salen muy temprano de sus casas, en ocasiones para trabajar en la agricultura, en la pesca o en la ganadería, y son ellos los que, después de llegar del trabajo, disfrutan de un gran descanso mientras esperan a que las mujeres regresen de haber realizado sus actividades. En algunos casos, las mujeres son las únicas que llevan un ingreso económico a casa.

 

Este acto que realizan los varones puede reforzar la idea que se tiene acerca de que las mujeres son las que generan mayor ingreso para el sustento familiar y lo cual hace ver a la mujer como una luchadora incansable y dominante en carácter.

 

Desde hace ya varios años, estas mujeres zapotecas han destacado por tener una gran participación política, han sido dirigentes de movimientos obreros, de organizaciones civiles; las hay poetas, y también, cantantes.

 

Queda claro que en Juchitán son las mujeres las que dominan el sistema de socialización comunitario y el sistema festivo, principalmente de las velas istmeñas, que son un símbolo ritual para esta sociedad, grandes fiestas que se celebran por distintos motivos, ya sea por algún santo, plantas o hasta siembras donde la unión entre las mujeres se destaca y la elegancia sale a relucir entre ellas mostrando el típico traje regional.

 

En el documental “Ramo de fuego”, realizado por Maureen Goslling y Ellen Osborne, se muestra a las mujeres de Juchitán en todo su colorido y grandeza, ya sea frente a sus negocios o bordando con orgullo sus originales trajes. En material audiovisual, las mujeres juchitecas señalan que en esta región predominan ellas, que el patriarcado si existió, pero que no llegó a avanzar totalmente, y esto ayudó a que se les viera a ellas como un símbolo de poder y se mantuvieran estructuras matriarcales, donde la mujer tiene peso en la orientación de la vida.

 

Sabemos que, a pesar de su autoridad, la mujer istmeña es muy alegre, coqueta y bella; son grandes empresarias, saben administrar bien sus negocios, no les importa esperar a que el hombre llegue y les dé dinero. A mi parecer, no existe la cualidad de ama de casa. Las mujeres son, como lo mencioné anteriormente, comerciantes, artesanas, profesionistas y son económicamente activas.

 

Ahora bien, a pesar de que se ha señalado por mucho tiempo que en esta región del Istmo de Tehuantepec ha existido el matriarcado y se ha considerado a la mujer un ser dominante, también existen situaciones que están muy marcadas entre esta ciudad, como son la violencia, los abusos sexuales y la intolerancia de parte de los hombres.

 

“Los golpes son una de las situaciones difíciles en las familias del Istmo. De la violencia intrafamiliar, no se habla mucho entre las familias juchitecas pero sucede” (Margarita Dalton Palomo).

 

Y es que en los últimos años se han incrementado asesinatos y abusos hacia la mujer, se siguen viendo acontecimientos que hacen pensar lo contrario al llamado matriarcado. Los poderes son menos inequitativos. En muchas culturas patriarcales, el poder económico, social y político recae sobre los hombres. En el caso del Istmo de Tehuantepec, las mujeres tienen un alto poder social y económico, pero esto no implica en sí un matriarcado a pesar de que las actividades son más complementarias.

 

Entonces no hay un matriarcado porque valores altamente patriarcales, como la virginidad antes del matrimonio, son cuestiones altamente valoradas. Aun cuando en muchas ocasiones ya no existe el sistema de comprobación de la virginidad, se siguen haciendo algunos ritos complementarios para verificar así la virginidad de las chicas; por tanto, esto es ya una herencia de padre a hijo hombre.

 

En este sentido, llamarle matriarcado a la forma de organización social en el Istmo, a mi parecer, no es lo correcto, ya que la forma de vida en esta ciudad es así, aunque no descarto la idea de que algún día se encuentre realmente un estudio sociológico o antropológico que pueda corregir mi postura.

 

Lo que sí puedo asegurar es que en Juchitán se puede observar a una mujer fuerte, capaz de mostrarle al mundo que tiene la capacidad de realizar todo lo que se plantee, la mujer que puede ya generar recursos a partir de su propio trabajo y darse a notar como una luchadora por la sobrevivencia de los suyos.

Juchitán, ¿símbolo del matriarcado?

Anel Sánchez Cortés

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