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29/11/2015

 

Hablamos de juventudes como las diferentes formas de expresarse y actuar en la edad que va de los 12 a los 30 años. Cada lugar y circunstancia acorta o alarga esta etapa de la vida.

 

Hasta hace poco la juventud no existía como concepto. En Ixhuatán hablábamos de los chamacos y chamacas o de cuando ya son solteritos o señoritas. Una vez que ya se casaron dejan de ser eso para ser adultos.

 

La escuela ayudó a introducir el concepto y lo situó principalmente en las aulas. Ahora incluso cuando hacemos un ejercicio para reconocer los momentos más importantes de la vida personal generalmente la marcamos por las edades escolares. Al parecer no tuvimos vida antes de jardín de niños y fuera de la escuela. A quien truncó su escolaridad en algún momento se le dificulta contar la vida propia fuera de la institución.

 

Ha jugado lugar importante el hecho del matrimonio para ser o dejar de ser joven. Quien deja la escuela a los 14 años en adelante generalmente lo hace por haberse casado o por embarazo (por supuesto que hay otras cuestiones, como enfermedad, haber reprobado, no tener dinero, haber perdido a uno de sus padres, etcétera). La gente que se sitúa en esta edad es vista por los adultos como gente incompleta (adolescentes les llaman a los menores de 18 años).

 

Es de importancia entender que las instituciones han buscado que la edad de matrimonio, pero sobre todo para tener hijos, se aplace. Siempre he escuchado el discurso que ahora los jóvenes ya no son como los de antes, que se casan siendo niños, que no saben hacer nada y ya se andan casando, que primero deben estudiar y tener un trabajo seguro para casarse después. Algo de razón hay en eso, más cuando hice una ligera encuesta entre adultos hace ya varios años: el 90 % de mis encuestados se había casado entre los 14 y los 18 años.

 

Estos adultos vivieron con sus padres los primeros años y después les dieron una parte del sitio de los padres, donde los vecinos construyeron su casita de barro. Recuerdo algunas pláticas donde me decían: “La pareja, juntos, deben trabajar, para que las cosas que hagan sean de los dos”.

 

A través de todos los medios se ha buscado convencer de que aplazar la edad de tener hijos es importante. Así se ha demostrado, científicamente, que la promiscuidad prematrimonial es buena, pero al mismo tiempo se demuestra, con los mismos métodos, que tener hijos a temprana edad es causa de cáncer, como es gran riesgo para la vida de la madre tener hijos alrededor de los 35 (si no es científico, dicho por médicos vestidos de bata blanca, lo eleva a tal categoría, pues es un letrado).

 

Es científico también la enseñanza de que hay que enamorarse, la pareja debe conocerse y hay que tener muchas parejas antes de casarse para encontrar el verdadero amor. Demostrable es que, en estas circunstancias, los casos de divorcio aumentan más.

 

Lo que reconocemos, quienes hemos planteado el tema, es que esta etapa, que ahora se llama juventud, marca nuestra vida adulta y que se encuentran elementos que nos lanzan a actuar de determinadas formas en la vida adulta. Sobre todo nos marcan con una posición clara ante la vida de la comunidad.

 

Quienes hemos sido actores de nuestra propia historia, es decir, aquellos a quienes nos dieron la oportunidad de opinar, de criticar, de proponer en contextos multigeneracionales, perdimos el miedo a hablar en la comunidad e incluso de influir ante la posición de ciertas autoridades (en mi caso, incluso he dado mi palabra, de corrección fraterna, frente a acciones o discursos de algunos obispos).

 

Aquellos a quienes se les negó la posibilidad de la participación o no se vieron en ese contexto se mantienen al margen o les ha costado mayor esfuerzo poder expresarse.

 

El pasado 13 de noviembre, en el contexto del seminario permanente “Voces de las juventudes”, nos reunimos en el panel “La construcción de las juventudes, un derecho a la vida”, donde reflexionamos acerca de cómo construimos nuestra juventud en nuestros propios contextos como una manera de buscar que los propios asistentes construyan su ser joven en esta época que les tocó vivir.

 

A la psicóloga Sara Gabriela Izar Mancilla, de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sigue siendo joven, le marcan las misiones realizadas a las comunidades del desierto potosino y a Ixhuatán en 2006. “Frente a las circunstancias, que no son siempre favorables: familias sin agua, sin siembra, la mayoría mujeres y ancianos, porque los demás se fueron a Estados Unidos, presentan un panorama complejo. Íbamos, veíamos y nos quedábamos con ganar de hacer algo por los demás.”

 

La doctorante Edith Escalón Portilla nos dijo: “Ser joven es peligroso (…) Para los jóvenes que se atreven a decir que no, que no están de acuerdo, que no les gusta el mundo en que viven, que no quieren obedecer leyes injustas, que no quieren acostumbrarse a las cosas que no están bien. Es peligroso para el gobierno, para quienes les gusta el mundo como es porque tienen privilegios de sacar ventaja (…) Quienes tienen intereses con esas leyes injustas se benefician”.

 

La antropóloga Sara Méndez, que colabora en el Centro de Derechos Humanos CódigoDH, nos compartía que ella creció con libros, le marca especialmente, “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, ese libro le llevó a chocar con la realidad: “De ese choque nace la conciencia, me causó mucha indignación”. Esa realidad la lleva a trabajar con derechos humanos, principalmente, con las mujeres porque “te das cuenta de que lo que está en juego es la vida de las mujeres”.

 

El master Marcelino Nolasco, del Centro Tepeyac, inicia diciendo: “Me sorprendía a mis 14 años en una asamblea; todos hablaban y nosotros no entendíamos”. Los jóvenes que se encontraban en esa asamblea se reúnen y se plantean si deben esperarse hasta tener 18 años para hablar, entonces se organizan en un grupo juvenil que hace su recorrido de actores en su comunidad.

 

Ahora, dice Marcelino, las instituciones no saben canalizar a los jóvenes, y reflexionaba que por eso ven a los jóvenes como un peligro: pueden desestabilizar lo que aparentemente está estable. ¿Cómo responder sin violencia en un contexto tan violento?

 

Hay diferentes formas de ser joven. Cada uno responde a su contexto y en ese contexto forja su identidad. Esa identidad, si busca ser coherente, es lo que va a crear la cultura.

 

Algo que no salió a público, pero que fue la intención de la invitación, es que esta gente que habló para jóvenes ha sufrido la represión de distintas maneras. Es la gente que se atrevió a decir NO, se atrevió a desobedecer. Son quienes ahora están organizando a pueblos, comunidades, regiones. Porque vieron desde hace mucho tiempo que los riesgos van en aumento y que la vida del planeta se puede perder.

 

Estos jóvenes activos son ahora quienes están construyendo alternativas de vida en diferentes lugares. Ser joven entonces, me dije, es llevar el ardor de la vida en las venas y continuar con ese ardor aunque las canas sean nuestro cobijo, aunque tengan hijos e hijas que les pidan de comer, aunque el mundo se haya puesto en contra en algún momento.

 

¿Eres joven? ¿Quieres seguir siendo joven? Que arda tu sangre, que tu conciencia despierte, que tus ojos sigan brillando. Que tus acciones busquen el bien común. Hacer eso es ejercer tu derecho a la vida.

La construcción de las juventudes, un derecho de vida

Manuel Antonio Ruiz

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