Vivimos en una época moderna en la cual rememoramos la época de nuestra juventud y nuestra niñez al ver pasar el tiempo y darnos cuenta de que las cosas han cambiado en muchos sentidos: desde la forma de vestir, los juegos, las formas de socialización, los espacios para lo anterior, los roles en la familia y sobre todo la forma de educar-enseñar tanto dentro de casa como fuera, así en la escuela.
Recordando dos décadas en el tiempo podemos darnos cuenta de que la mayoría de nuestras generaciones hasta el año del nuevo milenio sufrimos las consecuencias de una educación dura, rígida y quizá hasta militarizada por el control que tenían tanto en casa como en la escuela debido a que la enseñanza estaba comprendida por mecanismos de control, pero sobre todo de sanción si las reglas se rompían.
Todo lo aprendido en nuestra etapa escolar quizá hasta la secundaria estaba basado en el respeto a las reglas, mismas que servían como las que regían la vida familiar, social y escolar. En la casa y en familia se debía respetar cada situación en el momento de la convivencia en la misma, desde el levantarse temprano y cooperar con los quehaceres del hogar o mandados hasta el acudir a la mesa a la hora de comer. Si algo de esto no se cumplía, papá o mamá actuaban enseguida con reprimendas hacia alguno de nuestros pasatiempos favoritos, como el ir a jugar a la calle con los amigos; de no cumplir con algún mandado como ir por las tortillas era una indisciplina intolerable e impasable que el cinturón de papá o la chancla de mamá podían acabar en nuestras piernas o espalda para darnos a saber cuándo no se debía desobedecer.
Para poder salir con los amigos, y esto ya llegando a los 15 años, a algún tipo de fiesta o convivio se debía cumplir con lo requerido en casa y con tareas propias de la escuela, además de hacer un compromiso extra para favorecer ese permiso; pero eso no era todo, ya que se debía llegar a la hora estipulada por papá o mamá y en buen estado, es decir, sin haber ingerido alcohol, porque sabíamos que, de ser así, quizá sería la última vez que podríamos haber salido a un evento social de esa magnitud. En la calle debíamos respetar a quien nos encontráramos, sobre todo si las personas eran mayores de la tercera edad, y saludarles de manera amable y atenta; de no cumplirse, también podríamos ser sancionados en casa con cualquier invento de la autoridad familiar.
En la escuela las cosas no eran tan distintas, pues nuestros maestros también se favorecían de artefactos (reglas o sus propias manos) que imponían el orden. Después de interrumpir una sana convivencia con relajo o peleas entre pequeños, lo menos era un jalón de oreja hasta reglazos en las manos o en las piernas; además, la maestra del aula te ajusticiaba sin que tú tuvieras defensa, te enviaba a la dirección, en la cual se encontraba la fiscal de hierro o, en su caso, quien se encargaba de volver a dar sentencia y hacer cumplir la condena con otros reglazos para que la dosis fuera doble y siempre recordaras qué no se podía hacer dentro del salón de clases o en el patio de la escuela; entonces es cuando caímos en cuenta de que no podíamos seguirnos comportando de esa manera.
Debo decir que no estoy a favor de la violencia utilizada como medio arbitrario y autoritario del poder para mantener a las masas oprimidas y reprimidas ante los abusos que quienes ostentan ciertos cargos aplican sobre las mayorías, tampoco estoy de acuerdo con el maltrato infantil, pero hubo una época en que eso era bien visto por la sociedad en general. Desafortunadamente para muchos adultos y afortunadamente para la niñez, aparecieron los derechos humanos y sus apartados en contra del maltrato infantil y la violencia intrafamiliar (la cual no debe existir y ser erradicada), pero en nuestros tiempos nadie se quejaba de ser traumado ante las medidas expuestas para mejorar la disciplina; tampoco los maestros eran acusados ante ninguna autoridad, pues se sabía que a veces era necesario poner mano dura para enderezar el camino de algunos pequeños que se descarrilaban por falta de interés en el aprendizaje y la realización de tareas académicas.
El aprendizaje debe ser significativo puesto que ello genera más interés en los aprendices y por ello tiene más impacto. Los valores se inculcaban a la fuerza, las reglas se reprendían a través de métodos prácticos que dejaban marcas en la piel, y ello lo hacía más significativo. Se educaba a través del miedo; quizá no es la mejor opción, pero actualmente la mayoría de esa enseñanza se ha perdido ¿Tendrá alguna coincidencia con que ahora tengamos más jovencitas embarazadas? ¿Tendrá coincidencia con muchos jóvenes tirados en las drogas y el alcohol? ¿Coincidirá con la deserción escolar y el desinterés por la preparación académica? ¿O con el poco aprovechamiento de los jóvenes en cada una de las materias en la misma? ¿Será que por ello se perdió la autoridad paternal? Quizá no sea la única razón, pero puede que sea una de ellas.
La promoción de los valores y ponerlos en práctica como eje de la convivencia social de la manera más sana y apropiada para erradicar cualquier acto que incurra en el perjuicio de los demás, donde todos los valores confluyan en una sociedad equitativa e igualitaria pero que cumpla con el respeto por la vida digna de todos y cada uno de los seres humanos dentro de nuestra existencia, preparando hombres para el mundo y no preparar el mundo para los hombres, ese es el verdadero reto de todos y cada uno de quienes vemos en la educación como el medio de superación más apropiado personal y profesionalmente.
La educación endurecida hace algunas décadas
José Enrique Mauleón Medina
Tomada de www.amarfer.webs.ull.es