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Las formas de divertirse y pasar el tiempo en Ixhuatán siempre han sido muy diversas y genuinas dependiendo de las edades. En mi infancia, recuerdo que, a lo largo del año, había distintas temporadas para determinada actividad, misma que era practicada en todo el pueblo sin importar si se tratara de los rumbos de la 12, el Barrio Ostuta, la Emilio o el panteón. Internet brillaba por su ausencia.

 

Durante algunos meses, las canicas ostentaban el lugar privilegiado, y era muy común encontrar a media calle sus campos de batalla: tres hoyos en la tierra separados por un enorme paso de distancia entre ellos. En otra época, los trompos invadían el pueblo entre hojas al grado de ser uno de los artículos que más abundaban en las direcciones de las escuelas.

 

Durante el otoño, era muy común ver los campos deportivos llenos de niños volando papalotes; de estos me tocó ver una infinidad de formas y tamaños. Y es que siempre resultó una diversión bastante accesible en costos por el básico material que se necesitaba para hacer uno: papel de China, unas varitas de coco, diúrex e hilo. Había algunos niños más sofisticados, y bandidos -como se dice en el pueblo-, que le agregaban una “media luna” para que, al transitar por los aires, cortaran el hilo de otro papalote y este terminara atorado en algún enorme tamarindo.

 

A diferencia del resto del país, el mexicanísimo balero pasó desapercibido por Ixhuatán; supongo que se debió a su escaso o nulo comercio en las tiendas de abarrotes. Los tazos tuvieron también su popularidad: los ha habido de Dragon Ball, de Pokémon, de los Looney Toones y demás dibujos animados.

 

Recuerdo también, aunque de estas solo una esporádica etapa, dos esferas de plástico atadas de los extremos a una cuerda con un aro justo a la mitad de esta. Al parecer, el nombre oficial de este juguete es tronadora o tiki taka, en Ixhuatán era taka taka. Si los tazos eran un martirio para los profesores al momento de impartir sus clases, el taka taka resultaba un verdadero tormento por el escándalo que hacía. El peligro de los trompos siempre radicó en perder un ojo; el taka taka exigía cierto talento, pues, de no ejecutar bien los malabares, los moretones que dejaba en las manos eran considerables, acompañados de su respectivo dolor de huesos.

 

La adolescencia dejaba de lado todos estos juegos. Había llegado el momento de cambiar de hábitos. Me tocó vivir los últimos años del cine en Ixhuatán, funciones que se transmitían en la propiedad del señor Tavo Velásquez. Siempre pensé, y lo sigo haciendo, que esta era una actividad bastante sana tanto por la ausencia de vicios como por los horarios de las funciones. Principalmente para las mujeres representaba las primeras oportunidades de llegar a casa relativamente tarde, aproximadamente a las 10 de la noche, y esto si sus padres no las estaban esperando ya afuera del cine en su bicicleta.

 

Asimismo, las kermeses daban oportunidad a los adolescentes de comenzar sus primeros romances. La vendimia en el parque eran un mero pretexto para pasar un buen rato las tardes-noches del viernes.

 

Lo que definitivamente simbolizaba una transición completa era asistir a la popular fonomímica. Esta era una especie de intermedio para quienes tendrían que esperar varios años antes de bailar con sus amigos en una disco, evento que representaba mayores dimensiones. La fono, como se le conocía en el argot juvenil, no era ya un espacio para niños, aunque nunca faltó, otra vez principalmente en el caso de las mujeres, quien fuera acompañado por su hermano más chico como condicionante para el permiso.

 

En esas noches de fonomímica se veía a una cantidad impresionantemente versátil de artistas internacionales y nacionales reunidos en un solo lugar. Desde Pimpinela hasta Shakira, pasando por Alex Sintek y Los Ángeles de Charly o cualquier otro cantante del momento. Las interpretaciones corrían a cargo de quienes organizaban el evento, casi siempre el Cobao, la José Martí o la Alfonso Luis Herrera. El escenario hizo a muchos perder totalmente cualquier signo de cohibición a tal grado que ya eran intérpretes frecuentes en cada fono. Nos tocó ver a varios compañeros en sus momentos de fama artística.

 

Para algunos, la fono posibilitó el primer contacto con el alcohol. Se presumía una cuba durante toda la noche como muestra de atrevimiento, la cual se tomaba a regañadientes por la falta de costumbre.

 

Hubo fonomímicas en la misma casa del señor Velásquez, en el nuevo auditorio –exsalón Aries- y en algunos otros sitios. En ese entonces había en el pueblo dos personas que tenían el equipo de luz y sonido óptimo para amenizar dichas veladas. A esto le procedió la fonodisco, que era casi lo mismo que la fonomímica, pero sin artistas invitados.

 

Supongo que, con el tiempo, fueron emergiendo otras formas de expresión juveniles o estas se fueron modificando. De las que yo aquí hablo son las vividas a finales de los 90 y principios del siglo XXI, momentos que, seguramente, permanecerán vivos en el anecdotario de muchos esperando ser desempolvados para provocar una grata sonrisa y cierta melancolía.

La fonomímica

Michael Molina

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