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Para Murat,

mi hermano de mil batallas,

en su cumpleaños.

 

No sé si los 70 fue el parteaguas, pero, al menos en la sección donde nací, de pronto se agarró una suerte de moda el casarse con pajes, bailes occidentalizados y una serie de parafernalia que acompañaban las bodas de los arribeños (así nos decían los del sur de Ixhuatán). “Los culo”, al sur; “Los mole”, al norte. Así se demarcaban territorios para novias y castigos para los transgresores de esa especie de machos territoriales en que se habían convertido los jóvenes de aquellos días ixhuatecos. Y así andaban en los amores.

 

No sé en qué momento, pero de pronto terminé convertido en “correchepe”, que era una especie entre celestino; mensajero privado; corre, ve y dile de los muchachos, con la consiguiente paga de por medio. El trabajo, al principio divertido y después un fastidio y hasta peligroso, consistía en ser usado de carnada para acompañar a las muchachas de la cuadra a los mandados y de ahí hacerse el perdidizo para que aquella fuera a “mascar oreja” o “hacer número”, dependiendo ya de qué tan avanzada estaba la relación.

 

Servir de mensajero (sin WhatsApp, SMS, Facebook o Twitter, mucho menos teléfono fijo o celular) para la comunicación entre los amantes requería de tan necesario oficio. Algunas veces, adultos hacían esta “noble” labor. También servías de Celestino o para mandar recados verbales a los desafortunados varones que, sin éxito, usaban a niños para implorar amor a la rejega muchacha.

 

Pues, una vez que “se corrían” (o que es lo mismo que el rapto, acto hoy ya ilegal, y creo yo excesivamente castigado cuando ambos quieren y pueden hacerlo) y fijada la fecha de boda, la madre de la afortunada enfilaba chancla a la casa del niño, niña, chamaquito o chamaquita que fuera “presentable” sinónimo en ese entonces de medio guapo para arriba. Fijada la aceptación de la madre del infante en cuestión, a comprarle su estreno; en ese entonces, los trajes se llamaban “centro”, reminiscencias quizá de que era una moda venida del centro del país. Podría ser camisa blanca, pantalón blanco y un chaleco si el presupuesto era menguado. El punto era: a agarrar cola y acompañar a los novios de la casa de ella a la de la madrina, de ahí a la de él con escalas en la iglesia y estar como estatua en cada una de ellas y terminar hastiado.

 

Se esperaba que fueras bien portado, y ahí estabas sentado en una silla de madera en una especie de altar adornado de globos, flores de plástico, una sabana blanca para que la palma no “afeara” la zona de los novios y estar al pendiente de lo que hiciera la feliz pareja hasta el final de la fiesta y llegar a casa harto, cansado, fastidiado y todo junto y pedir de favor a tu mamá ya no anotarte a tan semejante desfiguro. Zape de por medio por insubordinado. Y, si la feliz pareja terminaba en no tanto al poco tiempo, ser culpado por “no tener buena mano”, hasta eso te endosaban.

 

En el oficio de “correchepe” había encargos con alto riesgo, sobre todo si la pretérita ya estaba comprometida o casada, porque si te cachaban eras la primera baja, pues iniciaban contigo los castigos ejemplares. Tanto del ofendido como la de tu madre y padre. Te iba muy mal. Esas eran las de mejor paga y con poca competencia. No sé si mi cara ayudaba o alguna fama mía de niño correcto o bien portado tenía en la cuadra, pero esos tipos de “trabajos” tenía que atender con cero fallas a los “clientes” que me tocaron. Mi madre apenas se enterará de tan singular trabajo que tuvo su crío en esos días. Lo siento. Las fáciles mandar cartas a la joven o acompañarla por el petróleo o a comprar al mercado, con escalas en la ganadera o en alguna esquina oscura o, ya entrado en gastos, en el callejón que nacía de Porfirio Díaz y concluía allá por la primaria.

 

Pues, ante la baja tecnología, la maña y los recursos creativos fueron mejores para esos amantes, que hoy ya son hasta abuelos. Esos jóvenes, a cuyas bodas me tocó ir, hoy ya lucen desgastados en ese frenético y loco paso del tiempo. Hablo de un Ixhuatán que acababa después de la casa del centro de salud y era una montaña ya el patio que hoy ocupa el Cobao, que antes fue la parcela de la Emilio Carranza. Hablo de aquel Ixhuatán que empezaba a despertar con un conflicto por la secundaria. De aquellos días en que en desvirgar a una joven iba de por medio el matrimonio.

 

Ringlera: Murat no participó de esos días; para él estaban guardados los mejores en la adolescencia, cuando, a sus 13 años, iniciaba su carrera de galán y dejaba en ridículo a su hermano mayor. Me la debes.

 

Pante: a pesar del infierno, este 13 de junio celebraremos un año en las redes los panoptiquerxs. Yo cumplí cinco en Twitter con fortunas recogidas y muchas alegrías en esa red social.

La infancia y las remembranzas

Joselito Luna Aquino

Tomada del sitio www.gsmspain.com

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