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“Voy a darle tres jalones al cigarrito bañado 
pa’ sentir más ese power y me quite lo asustado. 
Me viene guango un mapache con las ojeronas que traigo marcadas, 
los pulmones llenos de humo, los ojos bien rojos, la nariz polveada”.

 

El Komander

 

Hace algunas semanas leí en el muro de la cuenta de Facebook de la cantante de Asunción Ixtaltepec Natalia Cruz una publicación que me llamó mucho la atención en la que lamentaba el hecho de que algunas bandas del estado de Oaxaca comenzaran a adoptar elementos de las del norte del país. Textualmente, afirma lo siguiente:

 

“No sé, pero me da como tristeza cuando escucho que algunas bandas de diferentes regiones del estado empiezan a adoptar el sonido de las bandas norteñas, incluidos los cantantes. Tan bonita que es la música tradicional de nuestros pueblos”.

 

Más allá de suscribir o no con la postura de la artista, lo que en esta ocasión me interesa es analizar los efectos socioculturales que este fenómeno está produciendo en Ixhuatán.

 

Uno de los antecedentes más emblemáticos de la música norteña con dimensiones nacionales es el que representa la agrupación de Los Tigres del Norte, cuya fundación data, curiosamente, del año de 1968 (ocho años antes nacieron Los Cadetes de Linares, pero su impacto no resultó tan avasallador como el de Los Tigres). Con el acordeón como instrumento más sobresaliente, estos músicos han abordado una multiplicidad de temas que relatan parte de la realidad que vive el país desde hace ya varias décadas. Personajes como Pablo Escobar, Miguel Ángel Félix Gallardo, Arturo Beltrán Leyva, entre otros han sido inspiración para las letras de muchas canciones de Los Tigres. Parte importante de su éxito ha consistido en tocar los tabúes que representan problemas como el narcotráfico, la violencia y el crimen organizado en México, por lo cual, en más de una ocasión, han sido censurados por las autoridades con el argumento de ser apologetas del delito.

 

A raíz de esta agrupación surgieron otras con temáticas similares, como Los Tucanes de Tijuana, el Grupo Exterminador, el Grupo Pesado, etcétera, lo que daría paso a un subgénero musical conocido como narcocorridos.

 

En Sinaloa, desde finales del siglo XIX, han existido ensambles de música de viento que poco a poco han ido reformulándose hasta dar por resultado lo que hoy se denomina como banda sinaloense o, simplemente, música de banda. Con el paso de los años y con estos antecedentes han ido emergiendo otros grupos musicales en el norte del país que se caracterizaban por la mezcla entre el uso de instrumentos de percusión y las temáticas socialmente sensibles. Hoy en día existe una cantidad impresionante de estas agrupaciones musicales.

 

Más allá de que han existido bandas como las que hoy conocemos desde mediados del siglo pasado, las que actualmente hay en México -principalmente algunas como La Arrolladora, La MS, El Recodo, ad infinítum- han tenido un impacto importante más allá de sus fronteras regionales, esto, dados los desarrollos tecnológicos, mercadológicos y de consumo propios de la lógica de la globalización. La recepción de estos grupos ha sido muy favorable para ellos en cuestión de audiencia, pues se han posicionado fuertemente dentro de los rankings de los medios de comunicación.

 

Ixhuatán y el Istmo de Tehuantepec no han sido la excepción, pues la influencia de estos géneros musicales (no me detendré en hacer una clasificación completa porque me llevaría todo un tratado, pero dentro de la música norteña encontramos la banda, los corridos –con el subgénero de los narcocorridos-, la música grupera, hace algún tiempo estuvo de moda el pasito duranguense y hoy existe una abominable pero pegajosa mezcla de ritmos a la que se le denomina tribal) ha penetrado no solo en los gustos individuales de sus habitantes, sino que poco a poco va ganando terreno dentro de las manifestaciones culturales de estos pueblos.

 

Desde hace ya varios años, yo calculo que unos 8 o 10, durante las festividades de la Virgen de la Candelaria, la música de banda ha pasado a formar parte importante dentro de estas celebraciones. Mientras que, anteriormente, en los bailes de gala del 31 de enero se contaba con la presencia de agrupaciones de cumbia o música tropical, ahora son infaltables las que obligan a los ixhuatecos a vestirse de botas, pantalón ajustado, camisa de cuadros y un sombrero de vaquero. La Original Banda Limón, Banda MS, Banda Cuisillos, Montez de Durango, La Apuesta, exintegrantes de El Recodo y muchas otras más amenizan ahora esas noches de algarabía ixhuateca. Es impensable que, en alguna de las dos velas, no esté incluida, por lo menos, una de estas agrupaciones como agente estelar.

Sin embargo, esto no acaba aquí. Para la tradicional calenda se contratan bandas que, durante toda la noche y parte de la madrugada –según decida el mayordomo-, hacen vibrar a los peregrinos con la tambora y las trompetas e interpretaciones de los grupos musicales de los que he estado hablando.

 

Pero todavía hay más: el día 2 de febrero, el día de la Virgen, dentro del repertorio de los grupos de música versátil pueden escucharse, aunque ya no de manera preponderante, estas interpretaciones, lo mismo que sucede en la lavada de ollas, al día siguiente.

 

También en la regada de frutas –en las que ya desde hace muchos años se regala cualquier otra cosa que no sean frutas- se han visto, aunque en menor medida, participaciones de bandas locales que acompañan el recorrido del contingente.

 

Las rocolas en las cantinas están llenas de discografías completas de bandas del norte del país. Mientras más agresivas y machistas sean las canciones, esto acompañado de personajes con una AK-47 (“enorme” invento del soviético Mijaíl Kaláshnikov) con cacha de oro, algunas líneas de coca y tres mujeres a su lado, más empatía encuentra dentro de quienes degustan de oír este tipo de música.

 

¿Juguito de piña? ¿La sandunga? ¿Naela? ¿La ixhuateca? ¡No! Lo de hoy es el movimiento alterado, la exacerbación de la figura del narcotraficante como modelo para los hombres exitosos, el poder de someter a los otros al apuntarles con un arma en la cabeza.

 

Más allá de deliberar si estas adecuaciones culturales en nuestro pueblo son positivas o no, lo relevante aquí es pensar cómo manifestaciones ajenas van ganando terreno dentro de nuestra sociedad, a lo que algunos antropólogos han descrito con el concepto de aculturación. El peligro que se corre es que, en algún momento, estas expresiones lleguen a desplazar por completo a los elementos locales artísticos, lo cual sería verdaderamente lamentable. Afortunadamente, tanto en Ixhuatán como en la región del Istmo, las manifestaciones culturales son muy fuertes y se encuentran muy arraigadas en sus habitantes, lo cual ha jugado un papel importante para impedir la absorción total de este embate.

 

No sé si lo que siento es tristeza, como Natalia Cruz, pero sí es preocupación ante el descuido de los ixhuatecos de las implicaciones que puede causar dentro de nuestras tradiciones la adopción total de movimientos externos y tan ajenos a nosotros que terminen formando un híbrido sin identidad pero económicamente muy redituable.

 

El espíritu de un pueblo se manifiesta en el estilo de vida de sus habitantes, en sus expresiones culturales, en su sociedad como conjunto. ¿Es la música de banda, el día de hoy, parte constitutiva de nuestras tradiciones y costumbres?

La influencia de la música norteña en Ixhuatán

Michael Molina

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