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No recuerdo la primera vez que tuve un libro entre mis manos, lo que sí recuerdo es que gracias a la lectura he podido alcanzar los objetivos y las metas que me he planteado, siempre con el éxito esperado; por ello, considero que la formación del hábito de la lectura, la construcción de un yo lector y la adquisición de las capacidades reflexivas y analíticas son las herramientas indispensables para desarrollarse exitosamente en cualquiera de las disciplinas y/o profesiones en las que uno se involucre.

 

El hábito de lectura es de suma importancia para comenzar a comprender el escenario social en el cual estamos participando, para desarrollar las capacidades cognitivas que nos permiten observar la realidad desde una posición crítica, en tanto las formas en cómo repercute en el ser individual y en lo colectivo; sin embargo, pareciera ser que algo está sucediendo en el escenario educativo nacional, que este hábito no ha logrado catapultar el desarrollo de los estudiantes en la edad temprana, mucho menos entre adolescentes y adultos.

 

De acuerdo con la encuesta del 2012, y que no varía en nada en 2014, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), los mexicanos leemos en promedio 2.9 libros al año, condición que se ve ridícula si la comparamos con los datos de otros países miembros de la OCDE, de la cual formamos parte;  además, la encuesta arroja que más del 90 por ciento de los hogares tiene en promedio entre uno y treinta libros.

 

El escenario de Oaxaca está aun más desesperanzador, pues ocupa el lugar 30 entre los estados del país, con un promedio de 0.50 libros por año, además de que en más del 50 por ciento de los hogares arroja un promedio de uno a 10 libros. Aquí es donde, a veces, conviene hacer la reflexión de qué estamos haciendo, gobierno y sociedad, por mejorar estos índices tan bajísimos del desarrollo de las capacidades cognitivas e intelectuales de los niños y adolescentes de nuestros pueblos; pero, más aun, cómo involucrar a los padres de familia de los pueblos para que conciencien de que esto también es una responsabilidad compartida.

 

Mi madre, una mujer que estudió solamente hasta el cuarto año de primaria, fue quien me enseñó a escribir y luego a leer. En casa nunca hubo libros propios, algunas veces aquellos que recogía en el basurero que estaba el primer vado del camino que va a Rincón Juárez, pero sí estaban los libros de mis hermanos mayores, que, en ese entonces, ya estudiaban la primaria; mi madre o mis hermanos tomaban esos libros y me leían, así fueron mis primeros pasos por el mundo de la literatura.

 

En la Pablo L. Sidar, mi escuela primaria, la maestra Marina Morales me enseñó que no solo es leer y conocer las historias que cuentan los libros, sino que estos tienen un mensaje más allá de las palabras, que las palabras nos muestran la forma en cómo ve la realidad alguien diferente a nosotros, pero, lo que es mejor, me mostró que el conocimiento se comparte y nos ayuda a crecer como seres humanos.

 

Allí, en la escuela, también estuvieron conmigo, acompañando mis lecturas, María Divina Santiago Villalobos, César Matus López y, a pesar de no haberme dado clases, Miguel Orozco, ellos fueron, en parte, los primeros culpables de querer conocer el mundo a través de los libros, de querer pensar en una sociedad mejor, de querer para mí y mi familia un futuro mejor que era posible, siempre y cuando conociera la realidad en que vivía, y, a partir de ello, construir estrategias para poder mejorarla; también lo fue Cecilio López Trujillo, quien fue el primero que me habló del comunismo, de la solidaridad con el otro y de la capacidad de servir a la gente, nuestra gente.

 

Cuando los libros que me prestaron y/o regalaron mis maestros, y otros que me robé de la casa del maestro César, no satisficieron mi curiosidad de lector, fui a dar con la biblioteca municipal José María Morelos y Pavón, por ese entonces grande, con muchísimos libros que podía escoger a mi gusto, por poco me ahogaba en ella, pues leía sin orden, de todo lo que se asomaba en mi curiosidad.

 

Allí conocí a casi todos los escritores de la generación de onda, me fascinaron las historias; asimismo, a Paco Ignacio Taibo, al padre y al hijo, a Elena Poniatowska, a García Márquez, a Cortázar y Neruda, a Hesíodo, Homero y Dante Alighieri, a Vasconcelos, Prieto y Alfonso Reyes, en fin, a todos los escritores de la colección Sepan Cuantos, en donde me enteré de que había un libro de un escritor ixhuateco: Andrés Henestrosa, de quien mi bisabuela me había comentado que era su primo hermano; también leí enciclopedias, atlas, libros de historia, de manualidades, entre otros. No me ahogué en ese mar bibliotecario porque don Sebastián Toledo me rescató un día; me enseñó a ser selectivo en mis lecturas, a comprender el texto desde dos visiones la del escritor y la mía, a comprender la realidad que percibía a partir del cúmulo de lecturas que iba tejiendo. La biblioteca municipal, esa que ahora descubro que tiene menos libros que antes, cuando debería ser al revés, imaginé que tendría el doble de libros que tenía antes, pero no sé qué le pasó. Las estanterías, las mesas y las sillas, mudas y silenciosas, van descubriendo que cada vez se van quedando cada vez más solas, en silencio.

 

Varias veces también fui a la otra biblioteca, la Martina Henestrosa, también allí encontré cobijo como lector, la señora que la administraba me dijo que era mi tía, entonces me prestaba los libros que quería, a veces fui “atrevido”, pedía los que estaban clasificados para los mayores, para los que estudiaban la preparatoria, en ese entonces solo la José Martí, y para los adultos profesionistas que vivían en el pueblo; pero ella, mi tía, me los prestaba, los llevaba a casa y al siguiente día los devolvía; allí en la Martina Henestrosa, algunas veces vacía, me leí hermosos libros de mitos y leyendas de todo el mundo. Ahora me entero de que está cerrada, aunque me dice un pariente que abre solo en vacaciones.

 

¿Qué le pasó a las bibliotecas de Ixhuatán? ¿Se acabaron los lectores? ¿No hay recursos para renovarlas y recuperar la grandiosidad que tuvieron hace algunos años? ¿Qué éxitos tuvieron aquellos lectores con los que coincidí durante muchos años? ¿Por qué ya no usan las bibliotecas los niños y jóvenes de ahora?

 

Ahora, más que ayer, hay nuevas instituciones educativas de varios niveles, cierto es que la tecnología vino a sustituir a los libros, en el hábito de los niños y jóvenes ixhuatecos, pero sé que la lectura de libros es un elemento esencial e imprescindible para aquellos que quieren ser exitosos en cualquiera de los campos del conocimiento en que se decidan desarrollar.

La lectura y las bibliotecas

A. Antonio Vásquez

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