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Lluvia anunciándose, lluvia con sonido

de lluvia que se acerca como denso

panal bullente.

Joaquín Vásquez Aguilar. Soneto Pluvial (fragmento)

 

 

Ya van dos noches seguidas que llueve intensamente y, mientras preparo dos cubetas para capear el agua de las goteras que tengo en la sala, me pongo a reflexionar sobre la importancia de la lluvia para muchos pueblos del mundo, sobre la necesidad apremiante que otros tienen por el agua, que una lluvia se convierte en una suerte que les permitirá abastecerse para soportar la escasez por varios días. He pensado en la estupidez de algunos humanos por desperdiciar el líquido vital en tonterías o en acciones que se pueden realizar con una mejor conciencia sobre su uso indiscriminado, por ejemplo, lavar el automóvil, bañarse con la regadera abierta, lavar el patio con la manguera, tirar miles de metros cúbicos en algunas celebraciones como las graduaciones y la estúpida e inconsciente moda que se emprendió recientemente a través de la redes sociales: el Ice Bucket Challenge, que, quizás, en un principio tuvo una buena intención con la campaña de donación para la investigación, tratamiento y combate de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), pero que, en la actualidad, el proyecto original se ha desvirtuado y, con ello, se han tirado millones de litros de agua que podrían en un momento beneficiar a muchos habitantes del mundo que sufren por la sequía histórica en distintas regiones del mundo.

 

Mientras veo caer la lluvia, pienso en todas las bondades que ha traído a lo largo de la historia para los pueblos de mundo: los egipcios la esperaban para que el Nilo subiera de nivel, se desbordara y, con ello, dejar "limo" a lo largo de su recorrido; en China, las lluvias son indispensables para la producción de arroz y otros cultivos; en Europa, las lluvias, por siglos, han representado la esperanza, la fertilidad, el encuentro con el presente dado a que se lava todo y renacemos limpios; en América Latina, los pueblos prehispánicos también veían a la lluvia como un elemento esencial para la supervivencia de la humanidad, así lo representan Chac y Tláloc en las culturas maya y mexica. La lluvia, en su encuentro con la tierra, era dadora de vida y había que venerar su presencia. Y, a partir de la herencia cristiana que nos legaron los españoles, San Isidro Labrador representa, de alguna manera, las bondades que la lluvia puede traer para los campesinos.

 

Recuerdo que, cuando era niño, mis abuelos y familiares hablaban sobre la lluvia, así aprendí que había distintos tipos y, con ello, distintas formas de observarla, disfrutarla y prepararse para vivirla. Una lluvia ligera y menuda a la que llamamos llovizna: "Está pegando un sur bien rico", me decía mi abuelo; la lluvia fuerte y con viento, a la que llamamos aguacero: "Ta cayendo un nortón", entonces teníamos que guardar las cosas para que no se volaran con el viento; la lluvia fuerte y prolongada por varios días: "Es un temporal", y, con él, nos preparábamos para esperar a que el río Ostuta regara sus aguas por las partes bajas del pueblo.

 

Los ixhuatecos aprendimos a vivir con las lluvias y con lo que ocurría mientras se hacía presente; con el temporal de los meses de mayo a septiembre se vivía de acuerdo con las prácticas culturales de los habitantes del pueblo.

 

De niño, pocas veces escuché a mis familiares adultos quejarse por las lluvias, al contrario: desde los meses de febrero y marzo buscaban cómo guardar y almacenar maíz, pescado seco, camarón seco, totopo, leña y todos aquellos productos que permitieran mantenernos comiendo mientras duraba el temporal, conocimientos de viejos que daban resultados. Así, cuando el río crecía, la familia entera sabía lo que se podía hacer, y no para menguar el embate de la naturaleza.

 

Los adultos, si la lluvia se los permitía, iban a los vados con sus atarrayas y pescaban camarones y peces que el agua de río llevaba consigo; los niños, desde las ventanas de las casas, mirábamos pasar las corrientes de la lluvia o del río por las calles; otros, los más osados, hacían barquitos de papel y los depositaban en las corrientes ante la mirada acechante de las madres; otros, más intrépidos aun, buscaban corrientes del río que se metían al pueblo por las calles mas bajas (por ejemplo, en la calle Progreso) y, junto a otros, disfrutaban de un buen chapuzón de agua fría, a media calle, dentro del pueblo.

 

La gran mayoría de los del barrio Ostuta vivía en sus casas. Por el río aprendieron a construir sus casas con un piso arriba y, cuando se acerca el temporal, las cosas se suben y la parte de abajo queda semivacía o vacía completamente, entonces aparecen los cayucos, que les permite conectarse con el resto del pueblo.

 

Los que vivíamos por los rumbos del panteón, cuando se corría la noticia de que el río Ostuta estaba a su máxima capacidad o de que ya había comenzado a desbordarse por los caminos de las agencias, nos aprestábamos a subir las cosas a los tapancos –si había-, a resguardar a los animales, a mudarnos a casa de los familiares que vivían en las zonas altas. Algunos disfrutábamos ver cómo se iba llenando de agua la ladrillera, y después, los patios de las casas. Cuando el río bajaba de nivel y las lluvias aminoraban, volvíamos a casa a hacer el recuento de las pocas cosas que quedaban servibles, a limpiar el patio y la casa, a lavar la ropa, a comenzar de nuevo.

 

Por las noches, mientras llovía, oíamos croar a los sapos, mirábamos a las luciérnagas en su danza incesante. Nuestros abuelos nos contaban historias, historias de lluvia, lluvia que limpia todo, lluvia que nos permite renacer, lluvia que da nuevas oportunidades.

 

Mientras llueve reflexiono sobre las historias de Ixhuatán y su gente cuando llega un temporal de lluvias.

La lluvia

(Sus bondades y sus historias)

A. Antonio Vásquez

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