Durante muchos años, en el imaginario popular ixhuateco, la medianoche representó una hora maldita. Los mitos y leyendas acerca de seres sobrenaturales jugaron un rol de relevancia cultural importante a lo largo de décadas pasadas.
De entre las historias que recuerdo de mi niñez (que, seguramente, son nada en comparación con las de quienes nacieron en años previos a los 90) rescato algunas:
El Perro Cadejo: de ascendencia prehispánica, este personaje deambuló por las calles de nuestro pueblo durante muchas noches. Quienes aseguraron encontrárselo, principalmente los rancheros o veladores de las fincas, así como la gente que vivía a las afueras de Ixhuatán, narraban que se trataba de un perro negro más grande que uno normal; algunos decían que tenía un rostro espantoso y endemoniado (esto, por tratarse de historias orales, variaba según la versión del informante). El infortunio de quien coincidiera con esta alimaña resultaba una experiencia terrible, pues, desde que esa ánima se percataba de la presencia de una persona (es importante señalar que este se le aparecía únicamente a personas que andaban solas por las noches), emprendía una intensa persecución sobre el desventurado mientras huía despavoridamente para no ser alcanzado. En lugares de Nicaragua, Guatemala o El Salvador se hablaba de dos Cadejos, uno blanco y uno negro, uno bueno y uno malo, que se enfrentaban al encontrar al caminante nocturno para defenderlo o atacarlo. Algunas otras versiones simplemente indicaban que se trababa de un acompañante de los pobladores.
La marrana enfrenada: al igual que el Cadejo, este personaje tuvo mayor presencia en parte de Centroamérica y en Chiapas (esto, considerando las divisiones convencionales según la mayoría de nuestros tratados internacionales, pues, de acuerdo con algunas definiciones geopolíticas, el Istmo de Tehuantepec también forma parte de América Central), por lo cual, dada su cercanía con el pueblo de hojas, nos vimos alcanzados por sus andanzas. Esta era una cerda que interrumpía el camino de las personas, ya sea que fueran a pie, en carretas, carretones o bicicleta, e impedía que estas siguieran avanzando; en algunas ocasiones atacaba a los sujetos. Cuentan quienes la vieron que llevaba en el hocico un freno similar al de los caballos y arrastraba unas enormes cadenas, las cuales, cuando aún no se le veía pero su presencia podía percibirse, emitían un sonido que hacía que el infeliz desafortunado se invadiera de miedo al sentirla cada vez más cerca. Los gruñidos de esta puerca eran distintos a los de una normal, lo mismo que su aspecto y su tamaño, que la hacían ver como un jabalí gigante. Algunas personas sostenían que se trataba de gente que, a modo de metamorfosis, dejaba de ser humana por las noches para ir a hacerle daño a otros.
La novia: se trataba de un alma en pena que, durante su vida, vio frustrado su matrimonio por la repentina muerte de su prometido. Cerca de la biblioteca Martina Henestrosa, bajo el árbol enorme que se asomaba hacia la calle Constitución, podía vérsele llorando desconsolada lamentándose de este trágico evento. Esta no perseguía a las personas, pero la sola experiencia de verla podría desatar la locura o problemas mentales severos de aquellos que se la encontraban o, en ocasiones, llevaba al alcoholismo de estos. Algunos rancheros cuentan que tiraba de su bicicleta a quienes la veían por uno de los vados del camino hacia la deportiva.
Escuché hablar de una gallina con pollitos, de un mono en las ramas de los árboles, de una mujer que estaba a mitad de la nada en las noches sobre la carretera hacia alguna de las agencias municipales y pedía que la llevaran a su destino, donde, al llegar, quien manejaba la moto o llevaba la carreta y volteaba para decirle que habían llegado se daba cuenta de que había trasladado solo a una aparición. Lo curioso es que estos espíritus no mataban, solo se hacían notar.
Todas estas narraciones, que en su momento nos hicieron temblar mientras nuestros abuelos o tíos nos las contaban, hoy son parte del pasado. La aventura tecnológica ha derribado las antiguas historias de charros montados a caballo y seres espirituales que no pertenecían a nuestro tiempo, a nuestro mundo. Pasar solo por el panteón por las noches dejó de representar aquella desesperación por hacerlo lo más rápido posible sin voltear a ver, donde, al ir en bicicleta y apresurar la pedaleada, lo peor que te podía suceder era que la cadena se saliera de su lugar justo frente al descanso o a lo largo de estas dos enormes cuadras que lo conforman en su parte frontal.
Esos viejos mitos se han ido, han desaparecido. ¿Será acaso que esos personajes han cumplido su ciclo y encontraron la paz que durante tanto tiempo estuvieron buscando? ¿O más bien nosotros nos encargamos de volverlos a matar?
Las ruedas de una carreta llevada por un individuo misterioso han dejado de transitar por los caminos empolvados. Si acaso la cortamortaja aún provoca algunas mentadas de madre cuando pasa cerca de una casa con sus sonidos parecidos a los de unas tijeras extrañan que cortan algo extraño, presagio de muerte decían muchos, cuando, quizá, el animal solo tiene hambre o se trata de su canto. Cuentan que en el tinaco de la secundaria Alfonso Luis Herrera una tenía su nido, que tenía el rostro en forma de un corazón que ratificaba su fama de ave de mal agüero, era el tecolote de muchos oaxaqueños.
Hoy en día, ¿qué niño se inquieta siquiera por estas historias fabulosas? El futuro nos alcanzó y la modernización expulsó a estas almas de nuestro pueblo. Quizá estén allá, en los cerros o en las montañas remotas. Quizá solo cambiaron de residencia para seguir peregrinando en otros pueblos, con otras personas. Quizá nos observan a lo lejos y prefieren ya no molestarnos más. Quizá están justo en este momento detrás de ti esperando a que voltees para robarte el alma o impregnarse en tu memoria. A donde quiera que estén, espero que encuentren pronta resignación.