18/7/2016
La nostalgia hoy invade el paisaje casi en ruinas de las viviendas autóctonas de nuestro medio urbano, aquellas viviendas hechas de materiales propios de la región que componían su estructura e imagen de una artesanía universal. Si recorremos el mundo, encontraremos que nuestras casas tienen una similitud en su concepción con otras tanto estructural como visualmente.
Los elementos históricos y geográficos nos hacen comprender por qué la evolución ha seguido un determinado sentido y no otro. Y es que el hombre ha hecho y seguido el camino de resolver sus problemas de vivienda según las posibilidades de su entorno.
En nuestra región, nuestros hogares se construyeron de una manera práctica a base de materiales propios que no encajarían, y no me atrevería a ubicar, en el contexto de la arquitectura moderna.
El nacimiento de la arquitectura va ligado a la necesidad del hombre de asentarse teniendo como necesidad el construir de manera rustica dónde guarecerse de su entorno y medio ambiente. Para esto aplica un sistema constructivo en la conformación de su estructura que sustenta los muros a base de mitades de otates entretejidos y sujetos con soga en forma de cuadrícula, que posteriormente era cubierto de arcilla o lodo con paja para darle su conformación rígida por temperatura acompañada de pilares y vigas de madera para cubrir los claros, así como volver rígida parte de los muros y vigas que sustentan el entramado del techo cubiertas a base de tejas de barro sobre una macilla de lodo o con techumbre de palma; el piso, no se podía en muchos casos pedir más, era de tierra o tabique según los recursos.
Adicional normalmente a esta se ubicaba la cocina, donde se preparan los alimentos, y el corredor que funcionaba como comedor, donde normalmente se reunía la familia para alimentarse; el fogón y el horno hecho de barro ahogado, donde nuestras mujeres todavía hacen su tradicional totopo, memelas; esa cocina con sabor a hogar, a leña, a mujer, a tradición, a cultura.
No puedo dejar de sentir la nostalgia de haber vivido así, cubierto de la historia ecológica rural, con las comodidades que representaban en ese entonces comparadas con la actualidad, pero imposibles de percibir hasta cuando las comodidades evolucionadas de la arquitectura moderna emergen para satisfacer múltiples funciones; los muebles artesanales y los catres que se utilizaban como camas, que aún se usan en nuestros días, huelen a nostalgia.
Históricamente este paisaje representa parte de nuestra cultura artesanal que emana de la necesidad de protegernos del medio ambiente, que tendría que dar paso a la nueva arquitectura, al funcionalismo y racionalismo para una era de la industrialización y prefabricación.
Qué suave armonía había en las casas de barro, muchas con corredores laterales; la hamaca, el morral o el machete colgados de la pared; tal vez la yunta de bueyes comiendo el zacate producto de la hoja seca de la milpa; la teja con su toque colonial; la pared semidespintada ofrecía, más que un descuido o pobreza, un óleo impresionista de Claude Monet.
El recuerdo de mi infancia me ofrece en este momento la lucidez no tan denigrante todavía de la nostalgia que arruga mi piel ya por los años, ya por lo que añoro y que no se ha ido todavía. Sueño en la locura de mis fantasías regresar el tiempo para no volver, pero impunemente la vida no tiene retorno.
Tal vez no podría etiquetar parte de esta cultura rural que deja un legado y que se ha ido en parte dentro de un contexto de corrientes arquitectónicas modernas, pero sí la belleza nostálgica que le dio a nuestro paisaje urbano de antaño. Podría concebir detalles coloniales y ecológicos, pero no así en toda su magnitud. Si retomamos la arquitectura moderna desde su punto de vista funcional antes de que estético, pienso que ha cumplido su finalidad.
Pero actualmente no estamos lejos de una necesidad ecológica dentro de la misma arquitectura moderna funcionalista-racionalista. El hombre no puede librarse de sus orígenes y buscar una concepción más orgánica , encontrase a sí mismo dentro de un ambiente de confort espiritual más cercano a la naturaleza y humanizar más la arquitectura y llevarla a su justo límite entre la necesidad y el arte.
En la arquitectura moderna el funcionalismo asume la máxima de que “la forma debe seguir a la función”, lo cual nos lleva a definir que hay que preocuparse más por la comodidad que por la belleza estética.
Actualmente en nuestras comunidades, y de manera acelerada, la metamorfosis del entorno suplica un respeto más encaminado hacia un paisaje más ecológico; omitir ya el monótono pavimento de concreto en determinadas zonas y suplirlo con materiales más nobles acompañados de naturaleza, áreas verdes. Su fría lógica por la vida estará en paz en un ambiente donde se cobije la armonía y el equilibrio entre el humano y la naturaleza.
La nostalgia urbana de mi pueblo
Manuel Eugenio Liljehult Pérez
Cortesía: Manuel Eugenio Liljehult Pérez